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A veces es bueno comenzar desde cero - por Jose LuisR.
Jose Luis, el ilustre escritor, examinaba la caja de cerillas como si nunca antes la hubiera visto. Incierto, puesto que fue un regalo que estaba en su poder desde el principio de su larga carrera. Por consiguiente, se sabía de memoria el dibujo que la adornaba, el cual representaba el signo del infinito; o el número ocho, dependiendo de la perspectiva. Tenía una mancha de tinta: la huella digital de un dedo.
—Hola, Inspiración. ¿Sigues ahí? ¿Por qué tengo la cruel sensación de que me has abandonado?
Suspirando, dejó la caja sobre el escritorio. Jose Luis estaba tan desesperado que había comenzado a expresar en voz alta sus pensamientos.
Se frotó los ojos cansados. Prolongada falta de respuesta. Silencio plomizo. Ausencia de más inspiración. Estaba atrapado en una isla de desesperación, encerrado en una prisión cuya llave se había perdido.
El escritor no hallaba forma de comenzar un nuevo cuento.
—Musa, querida mía, ¿dónde te hallas escondida? ¿Acaso estás huyendo de mí?
Jose Luis se levantó de la silla, abandonó el teclado del ordenador y la pantalla del monitor y se puso a dar vueltas por la habitación.
—Inspiración, Musa, dadores de ideas, ¿por qué no os aparecéis? ¡Os necesito!
Ya estaba Jose Luis a punto de darse por vencido, cuando al fin apareció la personificación misma de la creatividad humana: Inspiración.
No tenía una forma definida, y ni siquiera aparentaba un ser humano; unas veces parecía tener dos piernas y otras cuatro. Su rostro, si es que se le podía denominar como tal, no se podía describir con palabras. Cambiaba de tamaño mientras hablaba, de grande a chico y de chico a grande.
—Ya estoy aquí. —Su voz sonaba profunda y gutural, aunque no era intimidante—. ¿Qué es lo que quieres?
—Lo de siempre —contestó el escritor—; una buena idea para escribir un cuento.
Antes de que Inspiración pudiera replicar, hizo su aparición una mujer de una belleza indescriptible. No era rubia, ni morena, ni pelirroja, sino todo lo contrario. Sus hermosos ojos no eran azules, ni verdes, ni castaños, sino al revés. Su piel no era blanca, ni negra, ni amarilla, sino todo lo contrario. Nadie podría haber afirmado si era alta o baja, si era delgada o gorda…
—Hola, Musa —saludó Jose Luis, haciendo un gesto amistoso—. Gracias por acudir. Ya te echaba en falta. No se me ocurre ninguna idea para escribir un cuento, y lo necesito.
—A estas alturas de tu vida, el problema es que te falta pasión —dijo Musa, con el rostro serio—. Nada más te queda por contar porque ya lo has dicho todo. Tu motivación para escribir se ha resentido y agotado, y ahora ya da igual que planees una estructura, definas una trama, o des voz a unos personajes interesantes. Proporcionarte una idea nueva sería como tirarla a la basura.
—En tal caso, ¿es verdad que tengo que hacerlo?
—Deberías —dijo Inspiración—. O quizá puedas dedicarte a otra profesión.
—Es tarde para aprender otro oficio —admitió Jose Luis, muy consciente de sus limitaciones profesionales.
La decisión estaba tomada… Sin vuelta atrás. No había por qué sentir miedo al futuro. En cuanto a su obra del presente, el dolor del luto por la pérdida pronto se pasaría. Lo importante era avanzar y evolucionar.
Musa e Inspiración asintieron, regocijados, y desaparecieron. Mas pronto regresarían para ayudar a Jose Luis en su nueva etapa.
El escritor sacó una cerilla y frotó su cabeza rojita contra la lija marrón del lateral de la caja de cerillas. La cerilla chisporroteó como una estrella y una llamita sustituyó su roja cabecita. Por unos segundos el escritor sostuvo la cerilla encendida y admiró la llama amarilla.
Súbita, una náusea… ¿Acaso una duda repentina?, se preguntó.
Arrojó la cerilla contra las cortinas de la ventana sin miramientos.
Las cortinas empezaron a arder, y las llamas pronto se extendieron al mueble que estaba más cerca: un armario de madera. Y el fuego se hizo más grande y arrasó la habitación del escritor, junto con su ordenador, sus libros, sus notas, sus cuadernos, sus cuentos y sus novelas sin publicar. El escritor usó extintores solo para asegurar la integridad del resto de la casa.
Toda su preciada obra literaria se quemó aquel día (excepto la que ya se había publicado), pero el escritor sonreía, sin lamentarse de su actuación. Con la poderosa ayuda de Musa e Inspiración, enseguida sentiría de nuevo la misma pasión por la escritura que en sus inicios.
Comentarios (3):
IGNACIO Zrgz
18/06/2025 a las 09:34
Hola José Luis. Interesante relato sobre la sequía creativa. Mi hija, que habla en un idioma que apenas entiendo, diría que tu escritor resetea sus fuentes.
Me ha parecido muy ingeniosa la descripción de la musa: no era rubia, ni morena…
Nos leemos.
@HenkoSlowLife
18/06/2025 a las 16:16
Un relato lleno de metáforas y guiños al proceso creativo. Me ha gustado cómo personifica la inspiración y la musa para hablar, en el fondo, de un cambio profundo. A veces, para volver a escribir, hay que quemarlo todo y empezar de cero. Gracias por compartirlo. 🌿
Ocitore
18/06/2025 a las 17:45
Ya lo dijo a todo lo alto Luis Echeverría, ni perjudica ni beneficia, sino todo lo contrario. Saludos