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Ritos de Sal - por W. V. ReyesR.

Web: https://lineasetereasblog.wordpress.com

Teo observaba en silencio desde el muelle a su abuela, que nadaba todos los días a las cuatro de la tarde. Un ritual de más de cuarenta años, según le contó su madre.

Cual sirena, se desplazaba veloz en el cristalino océano; su traje hacía juego con su cabello plateado, que danzaba como los tentáculos de una medusa. Sus movimientos ligeros hacían sincronía con el vaivén de las olas; algunas veces juraba ver cardúmenes que la seguían imitando su ritmo.

Después de unos minutos, levantaba la cabeza y empezaba su caminata lenta hasta la orilla, señal para que Teo corriera a acompañarla a casa. El cuerpo de la anciana parecía transformarse en una pesada masa que dejaba huellas profundas en la arena, que rápidamente eran borradas por el agua. Ya no era el ligero pez, sino la abatida humana; la sonrisa que muchas veces le veía surcando el mar se borraba, y el camino se volvía pesado por el silencio del ritual. Ese día, en su cumpleaños número nueve, decidió romperlo; ya no soportaba ese mutismo que le carcomía el alma y le hacía sufrir. El tema era tabú en aquella isla, donde las mujeres eran las dueñas y señoras de la naturaleza, y cada una realizaba un ritual distinto. En algún momento de su corta edad, intuyó que era para apaciguar el dolor del luto y la soledad.

Teo era el primer varón nacido desde hacía treinta años en la isla, un símbolo de esperanza entre las mujeres que ahora eran las guardianas y dueñas del lugar.

Caminaba conteniendo las palabras que su madre le había obligado a guardar, hasta que no pudo más y preguntó, escupiendo una ráfaga de dudas:

—¿Abuela, por qué todos los días nadas a esta hora y luego lloras en silencio camino a casa? ¿Por qué doña Rosario se arrodilla frente a un rosal y limpia sus ojos con un pañuelo rojo? ¿Por qué Mina tira piedras al mar y grita hasta quedarse ronca? ¿Por qué mamá me manda a buscarte mientras ella se encierra en su habitación, sosteniendo una caja de cerillas con una inscripción sobre la imagen de un barco? La vi un día que se me olvidaba tu toalla, la oí llorar y me asomé por la ventana. Más tarde, cuando salió a la tienda, busqué lo que sostenía y mire la caja de cerillas.

Las últimas palabras le salieron entrecortadas por el llanto contenido.

La anciana lo observó con ojos incrédulos, No se había percatado que alguien en aquella isla desconociera el secreto que les paralizó en el tiempo y cambió sus vidas.

En silencio, miró a su alrededor buscando dónde sentarse. Le tomó la mano al niño y caminaron hasta donde había un tronco de palmera caído. El sol ya se ocultaba y los mosquitos empezaban a picarles la piel.

—Teo, siento que no conocieras la historia de la isla y que todos estos años nos acompañaras en silencio después de ver a todas estas mujeres comportarse como locas.

Acaricio el pelo rizado, y amarillento por el sol del niño, y se conmovió por sus enormes ojos negros, tan parecidos a los de su hijo, que muchas veces evitaba ver para no recordarse de su perdida.

—Hace cuarenta años hubo una gran tormenta que levantó enormes olas y se tragó la isla. Arrastró a los hombres y nos dejó solas, envueltas en dolor y luto. Todas estábamos embarazadas en esa época y los niños volvieron a nacer. Yo tuve a tu padre, que se casó con tu madre. Y la isla prosperó. Pero no nos dimos cuenta de que nosotras éramos las causantes de aquella desgracia. Pronto, los hombres construyeron nuevos barcos; tu padre era el capitán de uno de los más grandes. En el pueblo era tanta la emoción que se imprimieron pancartas, incluso cajas de cerillas con el nombre de la flota, anunciando la inauguración.

Ese día volvimos a cometer el mismo error que muchos años atrás: subimos a los barcos. Las mujeres no debemos subir en ellos, eso fue lo que enfureció al dios del mar, que esa misma tarde se volvió a tragar la isla. Pero esperamos esta vez romper con la maldición o morir en el intento. Construimos barcos, y las mujeres nos preparamos para adentrarnos en sus aguas, pelearemos por nuestro derecho a navegar y reclamaremos una tregua. Esta vez, el mar escuchará nuestra voz.

Comentarios (3):

Antonio

18/06/2025 a las 12:43

Buen comienzo, muy poetico y con deliciosas descripciones y comparaciones, cabellos, medusa, cardumenes, aunque luego me he perdido un poco con los naufragios y esa maldicion sin explicar del embarque de las mujeres, pero bueno tu lo has querido dejar asi y que fueran tus lectores quien lo imaginaramos (tambien puede estar bien), espero que el destino del siguiente barco les sea propicio a tus heroinas.
Un saludo cordial, soy tu vecino de arriba el nº 46. Hasta pronto.

Otilia

18/06/2025 a las 17:16

Hola, W.V.Reyes, gracias por compartir tu relato.
La historia se lee con fluidez y me ha gustado. Comienza con un lenguaje casi poético para luego evolucionar hasta llegar a la lucha de las mujeres por su igualdad.
Buen trabajo.
Saludos.

Yolanda T

18/06/2025 a las 22:26

Hola, W. V. Reyes. Tu relato me ha cautivado desde el principio. Las palabras y las frases, fluyen igual que las olas del mar, con calma pero de forma inexorable hasta el final. Y lo mismo ocurre con la intriga que imprimes a la narración, no puedes dejar de leer hasta descubrir qué ocurreen la isla.
Enhorabuena, buen trabajo.

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