Literautas - Tu escuela de escritura

<< Volver a la lista de textos

Volver a casa - por Verso suelto

El nombre llamó mi atención y busqué en internet. En toda la costa mediterránea solo encontré nuestra urbanización junto al pequeño pueblo de Varia, y la playa de los muertos en el cabo de Gata. Isla de muertos son unos cuantos bungalós y una cala de agua cristalina; no es una isla sino una pequeña península, aunque muertos sí debió haber muchos pues los fenicios llegaron a Varia en el siglo VII a. C. y la ciudad tuvo un importante papel en las guerras púnicas. En su necrópolis, además de hipogeos excavados en la roca con ajuares muy ricos, hay miles de austeras sepulturas.
Conocí al profesor gracias a los escarpines negros que se ponía para bañarse; al verle entrar al mar como si nada, mientras yo, descalzo, con las piedras clavándose en mis pies, me medio arrastraba hasta que había suficiente agua, le pregunté dónde los había comprado. Se protegía con un sombrero de paja propaganda de Pepsicola y estaba escribiendo una novela. Entre banales comentarios de vecinos de toalla fuimos cogiéndonos confianza.
También yo garabateo algún relato y, sentados en la orilla con el culo fresquito, nos contábamos nuestras respectivas manías ―si escribíamos de día o de noche, con música, etc―, aunque de su novela no soltaba prenda y cuando le sacaba el asunto lo rehuía con evasivas. Me tenía muy intrigado.
El profesor solía jugar con los cantos que las olas zarandeaban produciendo un sonido rítmico y tortuoso; se pasaba largo rato observando una piedra, luego la dejaba y escogía otra con algún criterio indescifrable entre las infinitas posibilidades de alrededor; eso me hacía pensar que las piedras guardaban relación con su libro. Un día le imité, intentaba comprender qué le decían aquellos conglomerados minerales: cogí una piedra y la contemplé inquisitivo. Desprendía un olor que me desconcertó por familiar y su forma de riñón me recordó las vísceras de las casquerías; al cerrar el puño sentí su calor y en la palma de la mano escuché el latido del mar. Estando así los dos, cada uno concentrado en sus pensamientos, le pregunté de sopetón:
―¿Escribes sobre las piedras, verdad?
―¿Tu crees que solo son piedras? ―respondió enigmático.
―No sé, ¿qué otra cosa pueden ser?
―¿Nunca te has preguntado dónde van los muertos?
―Pues la verdad…
No me dejó terminar.
―Esas líneas, parecidas a las venas de nuestra epidermis, que recorren la superficie de algunas piedras, encierran la esencia del espíritu de alguien que murió, algo así como el croquis de su alma; cuando una de las piedras se fragmenta ese croquis también lo hace dando lugar a otros nuevos que saltan a seres en fase embrionaria; son diferentes del original aunque guardan cierta relación de parentesco con él. El proceso es traumático, supone una amputación, y el nuevo ser nace incompleto.
―¿Entonces? ―pregunté.
―La naturaleza es muy sabia, gracias a esa relación que te comentaba las carencias se resuelven con la evolución y la psique crece hasta estar completa igual que lo hace la cola segada de una lagartija. El proceso solo es un eslabón en la cadena de reencarnaciones, un paso en el camino recorrido por la persona desde su estado primigenio; la existencia de ese camino, la posibilidad de retornar al origen siguiendo las huellas de esos pasos, hace anidar en el alma un afán que la mente ignora, un anhelo íntimo, un deseo de retornar. Eso es precisamente lo que nos hace mortales.
Al terminar su explicación me miró como preguntando si había comprendido. Yo, perplejo, no supe qué decir y debió pensar que le tomaba por loco pues se quitó el sombrero, se rascó la cabeza, abandonó el tono profesoral y dijo ¿ves que hay algunas piedras negras?. Asentí. Entonces, socarrón y entre risas, soltó: “están de luto por las que se rompen”
No quiso hablar más del tema en todo el verano.

Al año siguiente volví a la misma urbanización y busqué al profesor, pero, según me contó su viuda, había fallecido aquel invierno justo después de publicar “Volver a casa”, su novela.
Compré el libro y me senté a leerlo junto al mar. Al poco rato comencé a sentir una voz tenue e hipnótica entremezclada con el rechinar de las piedras en su deambular hacia la orilla. Continué leyendo pero los párpados me pesaban y cerré los ojos mientras la voz seguía leyendo para mí, cada vez más clara, desde lejos, muy lejos, más allá de la tierra, del mar y de mi propio pensamiento.

Comentarios (4):

ABAL

18/06/2025 a las 12:04

¡Hola! Colocas el relato a la orilla del mar, mostrando un lugar cargado de historia antigua. Quizás esas piedras son parte de los que pasaron por ahí. Original descubrimiento sobre la vida después de la muerte. También vas por el lado filosófico. Da igual lo que pensemos sobre lo que hay más allá de la existencia, porque como decían los primeros filósofos griegos “Ex nihilo nihil fit (Nada está hecho de nada)”. Buen relato.

ABAL

18/06/2025 a las 12:08

Por cierto. el “Pensaba” es porque los signos de puntuación que coloqué, se los ha cargado al pegarlo. La próxima vez lo revisaré.

Clarinete

18/06/2025 a las 12:15

“¿Nunca te has preguntado dónde van los muertos?” Esta pregunta, frase o parte de tu relato es el nudo de todo, lo que me extraña es que el protagonista no se haga esa pregunta cuando leyendo el libro oye la voz que desde una piedra le lee.
Me ha gustado tu relato, da que pensar.
Un saludo
Clarinete

DPA

18/06/2025 a las 13:40

Buenas!
Me ha encantado tu relato. Una historia preciosa escrita de manera brillante. Solo tengo buenas palabras: tiene mensaje, bien ritmo, buena estructura y grandes frases, etc. Enhorabuena.
Un saludo.

Deja un comentario:

Tu dirección de correo no se publicará. Los campos obligatorios aparecen marcados *