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El lector inadvertido - por Carlos Tabada
La comunidad de antropólogos se ha levantado estos días con una noticia que nos ha dejado de piedra. El mensaje que los moais, colosales cabezas de la isla de Pascua, han susurrado a través de los siglos debe ser escuchado de nuevo con más atención.
En una de los cientos de islas de la cultura Rapanui, tablillas del siglo XIV sugieren que su serenidad impasible esconde un cruel misterio. Según los manuscritos, alrededor del año 1350 el mar arrojó a la orilla un insólito desconocido de corpulencia inverosímil. El maestro de la escritura y voz de los ancestros, Huki-Kuhi, junto a los Ivi Atua -ministros- se prestaron a observarle ocultos en la playa, y descubrir qué podía esperar la pequeña aldea del advenedizo.
El maestro, nada más verle, reconoció por su apariencia a un navegante de lejanos pueblos impíos, y ya charrasqueaba su garganta para anunciar la noticia (y esta crónica habría acabado aquí) cuando en una de esas bromas imposibles, auxilio de narradores respetuosos e inexpertos, Huki-Kuhi recordó los serios problemas que tenía en el trabajo.
Su pueblo pasaba por dificultades, y aunque conservaba la habilidad de predecir cosechas y conflictos, las expectativas de sus empleadores eran más volátiles cada día. Observando la concentración del recién llegado en sus intentos por engañar a algún pez, el bienintencionado intérprete reflexionaba si sería la fuente de un augurio trascendental, o el final de sus privilegios de Tangata. En ese estado de ánimo, y sin un plan concreto, decidió señalar a los Ivi Atua en el desconocido mata mākūkū -ojos húmedos-, capaces de ver akuaku -espíritus-, la evidencia de un alma profunda.
Enseguida, el náufrago halló en la playa un pequeño baúl, que se apresuró a abrir con algo que colgaba de su cuello. Con cuidado, casi con reverencia, le vieron extraer una tablilla blanca y recorrerla lentamente con la mirada. Los ministros se sonrojaron ligeramente, y Huki les acompañó discreto cuando el lector inadvertido empezó a agitar brazos y piernas, bailando con alegría mientras llenaba el silencio de la playa con carcajadas ruidosas y verdaderas.
Quizá la premonición salvadora era posible, después de todo. Hurihuri -capturas de las señales del viento-, asintieron los sabios a la indicación de Huki; una naturaleza luminosa empezaba pues a tomar forma entre los Ivi Atua, que ahora observaban al visitante con expectación. Y el visitante decidió entonces ser la persona apropiada.
El baile se convirtió en la coreografía fundacional de una sucesión de gestos, que solían preceder a los esfuerzos en construir una pequeña embarcación. Algunas mañanas al despertar, leía la tablilla, y reía una y otra vez con sonrisas limpias ausentes de luto. Otras veces, de día o de noche, formaba frente a él un pequeño ídolo con piedras, y después de cubrirlo con su ropa recitaba el manuscrito con voz altiva y expresión solemne. Aquello habría intrigado a la conciencia de un banquero dickensiano, y los eruditos miraron finalmente a Huki en busca de un veredicto:
-No podemos estar seguros de lo que nos transmiten sus palabras -dijo-. Que los Tangata maorí -escultores- tallen su rostro, y la gravedad de su espíritu nos acompañará tras su partida.
Creo que ya conocen el resto de la historia. Es una incógnita qué fue de la huella de nuestros compinches, pero queremos hacerles un pequeño homenaje y preguntarnos:
¿Qué sabemos del navegante y su nombre? ¿Sabríamos descifrar las palabras que encontró?
Esta es la tablilla blanca que el maestro legó a las generaciones, que cada uno saque sus propias conclusiones:
Fol. 12r
Nicolò, hijo de Bertramo de Padua y aprendiz tejedor, ante Notario y Gremio de Tejedores, confiesa:
«En incumplimiento con el tejedor Ninfa en mayo de 1352, yo, Nicolò, en julio de 1353:
Primera falta: En la taberna "León de Oro" en Rialto, bebí vino y jugué a los dados con marineros, según testigo Marco Barbaro.
Segunda falta: En la noche de San Marcos, fui hallado en el burdel "Escuela de los Albaneses" por don Pietro».
Testimonios:
Marco Barbaro: «Nicolò estaba en la taberna, gritando blasfemias».
Don Pietro: «Con linterna y sacristanes, hallamos a Nicolò en el burdel, con su túnica gremial manchada».
Maestro tejedor Ninfa:
«Por incumplimiento del contrato, debes 10 ducados por falta. Como no puedes pagar, te expulso de mi taller».
Fol. 12v
Juicio del Notario y Gremio de Tejedores. Sentencia:
«En vista de las pruebas, Nicolò:
Estás despedido del puesto de aprendiz en el taller.
Debes restituir 20 ducados, o servir en presidio».
Firmas:
N. ✘
N.
N.
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