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Un rechazo, bailes latinos y otras tentaciones. - por Pato MenudencioR.
No porque sea latinoamericano tengo que bailar salsa. Bueno, sí, bailo salsa, pero no porque soy latinoamericano.
Recuerdo mi primer año de universidad. Se promocionaba una fiesta cubana. Ahí estaba yo, dieciocho recién cumplidos, provinciano y todas las tentaciones de la ciudad frente a mis ojos.
Mi compañero de casa Leo, cavernícola moderno parecido a Sherk, de buen corazón y poco sentido común, me pidió que lo acompañara. El plan era invitar a bailar a las jóvenes que, como nosotros, tampoco sabían bailar y así no hacer tanto el ridículo, y si todo salía bien, pasar al siguiente paso.
Esa noche logramos sacar a bailar a dos muchachas, a estas alturas ni siquiera recuerdo sus caras, ni mucho menos sus nombres, lo que, si recuerdo, por la huella que causó en mi orgullo, fue la humillación del rechazo por parte de ellas por no saber bailar. Ese día me prometí aprender a bailar salsa.
Afortunadamente, en la universidad dictaban talleres de salsa (suena a estereotipo latino, pero en mi defensa, soy de Chile, el país menos rumbero de América), y estuve tres años en clases, donde descubrí que heredé el ritmo de mi madre. Porque haber sacado el ritmo de mi padre habría sido un problema. Para que se hagan una idea, se movía como esos dinosaurios de brazos cortos, mientras mi madre podía perrear hasta el menos uno.
Un gran poder conlleva grandes irresponsabilidades, si Spiderman existiera me habría golpeado por esa frase, pero saber bailar me abrió una puerta de desenfreno que pensaba, estaría bloqueada por mucho tiempo.
Me he ido por las ramas, pero es necesario para dar el contexto. Muchos años después me casé, en un matrimonio que a la fecha ha sido bastante armonioso. Viajamos bastante, y en uno de aquellos viajes partimos a la Isla de Cuba en vacaciones. Una semana en Varadero, Mojitos ilimitados. Era la vida que nos merecíamos.
Un día, una joven de piel morena y brillante, como un luto de seda, nos invitó a una de las actividades típicas de aquellos “resort”, clases de salsa.
—Ve tú—, esas dos palabras dichas por mi mujer, la cual no baila y nunca le ha llamado la atención bailar, despertaron en mí la misma sensación de cuando a un perro le sueltan la correa en la playa. Me dirigí veloz a la pista de baile improvisada entre las dos piscinas y el bar, y la misma joven de antes fue la encargada de guiar la clase.
Primero fueron los pasos básicos de forma individual. La memoria muscular hacía maravillas y lograba hacer algunas cosas que varios años de práctica jamás harían que olvidase. Por otro lado, había varios turistas europeos que pude distinguir que cruzaron el océano para pasar las vacaciones. Sus movimientos espasmódicos los delataban, como robots mal aceitados. La clase seguía, hasta que llegó el momento peligroso:
—Ahora en pareja—, anunció la profesora y en ese momento Cell (yo) sintió el verdadero terror, cuando vi que algunas jóvenes rubias de buen ver miraban a mi dirección. Y ahí recordé que para algunas europeas los latinos somos producto exótico, y si bailaban, peor aún. Sin ir más lejos, mi hermano radicado en las Europas, feo como la traición, siempre se las arregla para caer en los brazos de alguna "holandiosa".
Mirando frenéticamente encontré una solución que no despertara los celos de mi mujer. Mi mano, casi como por instinto, tomó la mano de la veterana más veterana que había entre las presentes. Eso no impidió hacerla girar dejando como una pirinola por el piso. La señora, estaba encantada. Por su idioma y acento pude ver que era canadiense. A lo lejos veía a mi mujer durmiendo en una tumbona, ajena a todo.
La clase había terminado y pude zafar de la situación, o eso pensaba. Lentamente la rubia más élfica se acercó a la que había sido mi pareja de baile y creyendo que la barrera idiomática no me haría entender sus palabras, le comentó que había sido afortunada de que la sacara a bailar un “Hot latín dancer” mientras sus ojos buscaban los míos al mismo tiempo que me pasaba una caja de cerillos con lo que parecía su contacto de “whatsapp”.
Lo acepté con una sonrisa nerviosa y me devolví a donde estaba mi mujer.
—¿Cómo te fue mi amor? —dijo mi mujer cuando me tendí al lado de ella.
—Bien, creo— fue mi escueta respuesta mientras la caja de cerillos descansaba en el fondo de un basurero.
Ccomentarios (1):
Verso suelto
18/06/2025 a las 12:31
Simpático relato, Pato. La relación de Cell con la salsa es como un tobogán, primero no sabe moverse, luego aprende y le gusta y cuando puede empezar a sacarle jugo a esa habilidad tiene que retraerse. ¡Como son las cosas! Has colocado muy hábilmente lo de la caja de cerillas, lo que no era nada fácil.
Nos leemos