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PLOT TWIST - por Chus GalegoR.
Heliotropo Romero no era un hombre común. Vivía solo en la desportillada casa de indianos que había heredado de su tía. Ya no era joven. Quizás no tuviera más de cincuenta años pero su rostro espoleado de arrugas le hacía portador de una edad indefinida. Sin embargo, se mantenía ágil. Salía todas las mañanas con su bicicleta y recorría una distancia nada desdeñable buscando por los pueblos cercanos aquello que constituía su mayor entretenimiento. Buscaba piedras de todos los tamaños, texturas y colores. Pintaba en ellas, con ayuda de una lupa, abigarrados paisajes poblados de árboles azulados y flores silvestres. No tenía amigos pero todos lo saludaban en Boura, aquel pueblo con mar, enjaulado en su belleza estática de precipicios y arena. No era raro pasar en coche por las sinuosidades del camino de piedras y observar, al borde del acantilado, la silueta desvaída de la bicicleta de Heliotropo.
Los guijarros que se hallaban cerca de la arena eran los mejores. Eran planos y suaves, a veces con motitas de colores insólitos. Ocres dorados o azules lavanda llenaban de alegría las mañanas de Heliotropo. Antes de volver a casa recomponía sobre la arena sus valiosos hallazgos imaginando qué escenas poblarían esas diminutas islas improbables.
Le llamó la atención aquella cajita de cerillas porque, a pesar de que había llovido y todo estaba mojado, el cartón conservaba su firmeza y destacaba sobre las algas y las conchas adheridas a la roca. Parecía como si alguien la hubiese colocado allí a propósito hacía un momento. Pero la playa estaba vacía y era muy temprano. El nordés, implacable como un áspero luto, se clavaba en el rostro vencido de Heliotropo. En su interior no había nada pero en la tapa alguien había dibujado con detalle artesanal un pequeño escarabajo con un rabo de helecho.
Decidió llevarse la caja. Pensó en imitar con ciertas variaciones la inscripción del coleóptero para hacer collares con las piedras pequeñas. Ensimismado como estaba, no vio al hombre que corría sendero abajo hacia la playa y que paró en seco al ver la figura estrambótica del infortunado Heliotropo.
Sí, infortunado Heliotropo. Porque tanto este disperso narrador como tú, atónito lector, ya le habíamos cogido cariño a nuestro peculiar personaje y ahora somos conscientes de que todo lo que pueda suceder lleva la huella adversa del infortunio. ¿Cuántas veces sobreviene la tragedia a causa de un acto insignificante como es estar en el lugar equivocado en el momento menos oportuno?
El hombre que corre sendero abajo es un ser mezquino y asilvestrado, un matón, un descerebrado que responde al nombre de Roel. Viene buscando la señal dejada en la piedra, el mensaje críptico que desvelará en qué lugar de la costa aparecerá la narcolancha.
¡Y Heliotropo a punto de morir a manos de ese muchacho huraño y membrudo que ahora parece vigilar el horizonte desde el borde de la carretera donde reposa la bicicleta del animoso Heliotropo!
— Oye, viejo, ¿cogiste tú una caja de cerillas que había en la roca?
¡Venga, Heliotropo, responde algo que te salve la vida que peligra aunque tú no lo sepas! A Roel le va lento el caletre pero tiene una navaja rápida, habilidad que justifica el sinsentido de su vida.
Heliotropo, al levantar la vista hacia los ojos huecos de Roel, sintió un latigazo resbaladizo que no supo identificar. Es el grito oscuro del alma que intenta despegarse del cuerpo ante la inminente marcha. Heliotropo sintió la necesidad de mentir.
— Pues la cogí y la dejé allí. Estaba vacía. Además no fumo, hijo mío.
Por supuesto, Roel dudó un segundo. Nadie le había llamado nunca hijo mío con la suavidad sedosa de la voz de Heliotropo.
— Espera aquí, viejo, no te pires. Ahora vuelvo.
Quizás sea cobarde por mi parte, desencantado lector, no tomar un giro estremecedor, algo que te sobresalte, que te inquiete y que justifique el tiempo que has dedicado a leer este relato en busca de un final impactante, pero he decidido matar a Roel ¡que se desnuque bajando a toda pastilla el camino de piedras!
Me temo que mi acción no alargará la vida de Heliotropo, no está en nuestras manos su salvación ¡con esa caja de cerillas en su bolsillo, con ese capo de la droga tan poderoso abordando las costas neblinosas de Boura!, ¡con el cadáver de Roel en una postura insólita, los ojos abiertos al vacío, la boca al borde del alarido, los brazos abrazando el aire del alba, ante la comprensible incomprensión de nuestro Heliotropo Romero!
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