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La magdalena de Proust - por Merche GonzálezR.
Giro la llave, abro la puerta y entro en casa. Sigo llamándola “casa”, aunque ya hace mucho que no vivo allí. Me adentro por el pasillo y un fuerte olor a laca inunda mi nariz. Me detengo en medio del corredor y, de repente, ya no estoy allí, sino en esa misma casa, pero de hace 25 años. Veo a mi madre, joven y enérgica, frente al espejo del baño. Enciende las cuatro bombillas y se pone su sombra de ojos y su pintalabios rojo. Las uñas siempre perfectas y el pelo cardado, dándose unos últimos toques con el rociado de la laca de bote azul.
Abro el cajón del mueble. Una vieja caja de cerillas asoma entre sobres del banco y folletos publicitarios pendientes de revisar. La cojo entre los dedos, con cuidado, cual tesoro milenario, y leo las iniciales escritas con rotulador: J. Z. Y entonces, el aroma a Ducados sustituye al de la laca, aunque nadie esté fumando. Y no me desagrada como lo hacía entonces. Supongo que me siento como el personaje de Proust, que es transportado a su infancia cuando saborea una magdalena sumergida en té. Veo a mi padre en el balcón, observando a los viandantes y exhalando el humo de sus pulmones. Esperándola. Y mi madre en el baño, arreglándose para salir. Esa escena tantas veces repetida. Mi padre y mi madre. El humo y la laca.
Mi mente regresa a casa, a la de ahora, y continúo dando un paso tras otro por el pasillo hasta llegar al cuarto de baño. La luz está encendida, mi madre está dentro. Las cuatro bombillas están encendidas, el bote de laca en el borde del lavabo. Su pelo cardado, sus labios rojos. Ella está en su isla, como tantas otras veces, pero ahora con la huella del tiempo marcada en las comisuras de los ojos. Se la ve mayor, algo cansada. No va de luto, dice que a él no le gusta cuando viste con ropa oscura.
La abrazo por detrás y le doy un beso en la mejilla.
—Hola, mamá. Ha llegado el momento de despedirnos de él —le digo, cogiéndola del brazo y aguantando las lágrimas.
Ella levanta la cabeza hacia mí, sonriendo con la mirada, y tras unos segundos dice:
—No es una despedida. Él siempre estará aquí.
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