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El recuerdo de la Rosa (El símbolo de la Rosa: Parte 2) - por Diana TR.

Uno pensaría que tras una década su habilidad se vería mermada, y aun así, llegó a la cima del mástil en 8 segundos. Aun lejos de su récord, pero un muy buen tiempo considerándolo todo. Tal como leer y escribir, trepar era una actividad instintiva para él, y como acertadamente dicen: lo que bien se aprende, nunca se olvida. Sus dedos alargados recordaban la posición correcta para engancharse a la madera agrietada y mohosa, encontrando los surcos antes que sus ojos; tampoco tenía que pensar dos veces antes de impulsarse para saltar, sin miedo a caer quince metros.

Fue su agilidad al trepar la que le dio su apodo: Gato de Jule. Si bien el nombre no tenía nada que ver con su rol como navegante, el Capitán había insistido en que la imagen de un ser descomunal que deglutía niños antes de Navidad apartaría a sus enemigos. Pero tomando en cuenta que Julian no tenía ningún enemigo, el apodo resultaba bastante inútil.

Al alcanzar la cúspide, fue recibido por la cautivadora inmensidad del océano, y la brisa salada trajo consigo recuerdos de su juventud. ¿Acaso era melancolía lo que sentía? No podía mirar hacia atrás, porque sabía que si localizaba su pequeña morada, el arrepentimiento caería sobre él como una bala de cañón.

Era verdaderamente estúpido,¿no?

En este pedazo de tierra al que llamaba hogar tenía una gran vida, un trabajo decente y una familia hermosa; y ahora lo estaba dejando todo, ¿y por qué? ¿Por la esperanza de encontrar una isla remota basado en un par de pistas que el Capitán había encontrado dentro del vestido de una musa, a la cual vio desvanecerse en destellos —estando profundamente borracho—?

Julián suspiró. Contrario a lo que el Capitán, o cualquier otro pensara, no era sólo por la relación con el Símbolo de la Rosa por lo que había aceptado, y aun así, cada vez que veía la figura en su antebrazo, su mente regresaba a aquella tarde de su infancia.

El recuerdo se había vuelto borroso por el tiempo y la inocencia que en aquel momento lo nublaba, pero si cerraba los ojos, era capaz de ver sus propias huellas atiborrar la arena. Él intentaba dibujar un corazón con sus pisadas —una sorpresa para cuando su madre llegase a casa—, pero en medio de su labor, se topó con una superficie blanca y lisa. Al inicio supuso que era una concha, pero al desenterrarla, descubrió una cajita. Su tapa estaba detallada con los intrincados pétalos de una rosa, y en su interior había un único cerillo.

Pensó que era algo muy curioso y que sería genial agregarlo a su colección de tesoros, pero antes de hacer cualquier movimiento, una mano lo sujetó por el hombro.

—¿Me prestarías eso, pequeño? —dijo una mujer.

Por más que intentara rememorar, lo único que Julian podía recordar de ella era que le había parecido hermosa y desesperada.

El infante frunció el ceño, detestando la idea de que le arrebataran su más reciente tesoro.

—Te la puedo dar si me ayudas a terminar mi dibujo —ofreció, señalando al suelo.

La mujer hizo un ademán de desinterés.

—Justamente vengo a dibujarte algo mucho más especial.

Julian alzó una ceja con curiosidad, y la mujer lo tomó gentilmente por la muñeca, y con la punta apagada del cerillo, comenzó a garabatear sobre su piel.

—Creo que no veo tu dibujo —dijo él cuando ella lo soltó.

—Tardará unos segundos —aseguró—. Tú eres… —Pero lo demás se perdió entre la sensación ardiente que lo invadió, como serpientes masticando su antebrazo, y lo siguiente que supo fue que su madre había salido en su auxilio y que la mujer había desaparecido.

Julian se estremeció con el recuerdo, y casi soltó el mástil. Hacía algunos años, hubiera dado todo por saber quién era esa misteriosa mujer y qué le había dicho; pero eso no era lo que más le importaba en ese momento.

Su hermano aprovechaba cada oportunidad para remarcar lo mucho que el luto por su madre lo había cambiado, cómo lo había vuelto cobarde y aburrido, pero Julian sabía que era más que eso.

¿Acaso no se daba cuenta que a él también lo había afectado? Desde ese entonces el Capitán ya no era solamente aventurero, sino despiadado y descuidado; una combinación muy peligrosa para él y para otros.

No importaba cuán molesto estuviera con él por haberlo abandonado, Julian sabía que necesitaba a su hermano menor de vuelta, y estaba decidido a recuperado.

Ccomentarios (1):

Diana T

18/06/2025 a las 19:19

Hola a todos 👋
Dos cosas:

Primero que nada, quería decir que este relato es continuación de otro relato que hice para el reto 69, y que pueden encontrar aquí:
https://www.literautas.com/es/taller/textos-escena-69/11481
Algunas cositas cambian, como el apodo de Julian de Jules a Jule, pero nada relevante, y es por el bien de la trama.

Segundo que nada, una disculpa por las erratas. Entre proyectos finales, exámenes y una competencia nacional, a penas tuve tiempo de escribirlo, ni hablar de revisarlo a detalle (lo subí faltando como 30 minutos para el cierre del formulario). Ya noté al menos 3 errores, entre acentos y un tiempo verbal, pero espero que esto no afecte su lectura.

Por el momento los dejo y espero leer sus comentarios 😁.

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