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Querido Diario - por JoseR.
unes 25 de julio
Hoy Marga me ha mentido.
Y cuando alguien te miente, no sabes si es la primera vez o si ya lo ha hecho antes. Esa incertidumbre se convierte en un fantasma que te ronda todo el día, un murmullo invisible que no te deja en paz. Si fuera la primera vez, estaría mal, muy mal, pero si descubres que es reincidente, la cosa se vuelve insoportable. Se instala la duda como una gotera constante sobre la conciencia.
Marga me llamó muy temprano. Me sorprendió, porque hacía apenas veinte minutos que nos habíamos despedido en casa. Ella, siempre a la carrera, cogiendo las llaves del coche, revisando el móvil mientras me daba un beso rápido. Yo, como siempre, terminaba de lavar mi taza de café en el fregadero, cerraba las ventanas, ponía la alarma y salía rumbo a la oficina.
La rutina exacta, repetida casi con precisión mecánica.
Pero hoy, algo en su tono no encajaba. Su voz sonaba distinta, más baja, como si tratara de que nadie la oyera al otro lado. Me dijo que esta noche tenía una cena de trabajo y que no la esperara despierto. Lo dijo rápido, con esa forma en la que uno lanza una frase para quitársela de encima.
Una cena de trabajo.
No una comida, no una reunión, no una celebración conocida. Una cena. Y eso bastó para que algo dentro de mí se torciera.
Durante todo el día, la idea me persiguió como una sombra. Intenté concentrarme en mis tareas, pero mi cabeza volvía una y otra vez a esa frase. A veces, cuando la mente sospecha, el corazón ya ha entendido lo que uno no se atreve a nombrar.
No sé por qué, pero sentí que Marga no estaba en una cena.
O al menos, no en una donde se hablara de trabajo.
Al volver a casa, el silencio pesaba más de lo habitual. Puse el televisor solo para no escuchar mis propios pensamientos, pero ni siquiera eso me distrajo. Me serví un vino y lo dejé sobre la mesa sin probarlo.
A las nueve, ninguna llamada.
A las diez, un mensaje breve: “Se alarga un poco, no te preocupes.”
A las once, nada más.
Me di cuenta de que estaba esperando una prueba, un error, una grieta por donde se colara la verdad. El fantasma de la sospecha se sentó conmigo en el sofá.
Y allí, con el teléfono en la mano, empecé a imaginar un plan. No de venganza, al menos no todavía, sino de certeza. Quería saber. Necesitaba saber.
Pensé en llamarla, pero no lo hice. Pensé en escribir, pero las palabras me parecieron inútiles. Así que esperé.
A medianoche, escuché el ascensor detenerse.
La puerta se abrió con suavidad, como si ella supiera que yo aún estaba despierto.
—¿Aún levantado? —me dijo, con una sonrisa ligera.
Asentí. Su perfume era distinto, uno que no había olido antes.
—La cena se alargó —añadió, dejando el bolso en la entrada.
—¿Dónde fue? —pregunté, intentando sonar casual.
—En un sitio nuevo, cerca de la clínica. No recuerdo el nombre.
No recordaba el nombre. Marga siempre recuerda los nombres de los sitios, los menús, las conversaciones. Pero esa noche no.
Ahí supe que me mentía.
Ella fue al baño y yo me quedé mirando su bolso sobre la mesa. La cremallera estaba abierta y asomaba un trozo de papel. Lo observé, sin tocarlo, con el corazón golpeándome en el pecho.
No lo abrí. No todavía.
A veces uno no quiere saberlo todo. A veces, preferimos seguir habitando la mentira, aunque duela menos que la verdad.
Pero el plan ya estaba trazado en mi cabeza.
No uno impulsivo, no de celos ni rabia. Un plan silencioso, de esos que se gestan en la calma del que ha decidido no volver a ser engañado.
Mañana revisaré lo que no quiero ver.
Las horas, los mensajes, los rastros digitales que deja sin darse cuenta.
Mañana sabré si ese fantasma que me ronda tiene nombre y rostro.
Ahora la escucho moverse en el baño, tararear una canción.
Podría fingir que todo está bien, como siempre. Podría apagar la luz y dejar que me abrace.
Pero no puedo.
Entre nosotros hay algo invisible, un muro que antes no estaba.
Me pregunto si ella nota mi silencio, si adivina que ya lo sé.
O si cree, como los mentirosos expertos, que basta una sonrisa para borrar las grietas.
Hoy Marga me ha mentido.
Y no sé si es la primera vez, pero sí sé que será la última en que me crea.
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