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El álbum perdido - por Federico NicolasR.
Me sorprendió recibir el mensaje. Tuve esa agradable sensación de encontrar algo que creía perdido. Rocío había sido amiga de la secundaria; habíamos perdido contacto durante años, hasta que encontré su perfil en Instagram y nos seguimos mutuamente. Nos alegramos mucho de volver a hablar. Le conté que me había quedado en Capital, que ahora era maestra en la escuela Raíces y Alas.
Yo sabía que “Ro” se había mudado a un pueblo llamado Mar Azul poco después de terminar el secundario. Había pasado mucho tiempo, pero habíamos sido muy buenas amigas. Me contó que seguía viviendo allí y que nunca se había ido. Estaba enamorada del lugar. Recordé las fotos que compartía a diario: una playa con médanos gigantes, pinos y acacias dentro de un bosque que parecía de cuento.
Cuando me invitó, no supe qué decirle. Si bien el reencuentro virtual había sido lindo, hacía años que no nos veíamos, y el hecho de ir hasta su casa me generaba incomodidad. Pero la idea de pasar un fin de semana lejos de la ciudad, con aire fresco, no me vendría mal. Así que acepté, aunque le aclaré que después de cenar me iría a un hotel. Me dijo que daba igual.
Me pasó la ubicación de su casa, que guardé en el celular, viajaría el viernes por la noche para llegar el sábado por la mañana y aprovechar todo el día con ella. El pronóstico anunciaba buen clima: podríamos salir a caminar y pasar el día en la playa antes de la cena.
El viernes por la tarde, al llegar del trabajo, me puse a corregir y dejar listas las tareas del lunes. Odiaría volver de un viaje de descanso y encontrarme con una pila de cosas por hacer, así que preferí dejar todo listo. Armé una valija pequeña; también guardé mi guitarra y el álbum de secundaria para ver con Rocío y recordar aquellos tiempos.
Llegué a Mar Azul a las ocho de la mañana. Pasé primero por el hotel para registrarme; después fui a una panadería y compré bizcochos para desayunar con mi amiga. Caminando, veía casas enormes. No se veía mucha gente, y crucé solo dos autos. Se respiraba una paz inquietante. Vi a Rocío esperándome en la esquina; llevaba un vestido blanco. Nos abrazamos y reímos del paso del tiempo.
Pasamos una mañana hermosa caminando. Rocío me enseñó sus lugares favoritos y me dio un tour. Fuimos a la playa, donde comimos sánguches y tomamos cerveza con el viento pegándonos en la cara.
La noche fue igual de increíble. Hacía mucho tiempo que no tenía un plan tan divertido. Cenamos paella con vino blanco, vimos el álbum recordando anécdotas, tocamos la guitarra y cantamos hasta entrada la madrugada:
“No basta solo con una vida para odiarte como yo te pude amar.
Los ángeles anuncian la venganza, ah-ha, ah-ha.
Afuera el viento aúlla y yo tan solo, ah-ha, ah-ha,
y brotan en mí deseos de perderte en el mar.”
Nos reímos con las canciones. Cuando miré el reloj, pasaban las tres de la mañana. Afuera, el viento había cambiado; se escuchaban ramas golpear los ventanales y el silbido se colaba por la chimenea. Rocío se levantó a buscar mantas y me ofreció quedarme a dormir. Dudé un momento, pero acepté. El cansancio podía más que la incomodidad.
Desperté con la claridad del sol entrando por la ventana. La casa estaba en silencio. Llamé a Rocío, pero no respondió. Asomé a la cocina y vi las copas y los platos de la noche anterior. Salí al patio. El aire era frío, distinto al del día anterior.
Caminé hacia la playa siguiendo el sendero entre los pinos. El mar rugía con fuerza. No había nadie alrededor, un pueblo fantasma. Solo las huellas de dos personas sobre la arena húmeda: una se perdía hacia el bosque, la otra llegaba hasta la orilla y se interrumpía allí, justo donde las olas rompían.
Esperé un rato, pensando que Rocío aparecería. Pero el viento soplaba más fuerte y el cielo empezaba a cubrirse. Decidí volver a la casa. Cuando llegué, el portón estaba entreabierto, como si alguien hubiera salido apurado.
Entré. Todo estaba igual que antes, excepto por una cosa: el álbum de fotos ya no estaba allí. En su lugar, había una hoja arrancada, con mi nombre escrito a mano.
Me quedé quieta, mirando esa hoja mientras el viento golpeaba otra vez las ventanas. Por un instante juré escuchar una risa lejana, como un eco que venía desde el bosque.
Comentarios (3):
Juan Carlos
19/10/2025 a las 15:48
Hermoso Fede, no sabía que tenías el mismo hobby que tu papá. Muy lindo cuento.
Juan Carlos
19/10/2025 a las 15:50
Hermoso cuento Fede. Felicitaciones!!!
Gita
21/10/2025 a las 02:58
Hola:
Me preguntaba si Rocío es un fantasma?