Literautas - Tu escuela de escritura

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Café con fantasmas - por GUILLERMO CÉDOLA

«Hay amores que no regresan, pero tampoco se van; son como fantasmas que siguen respirando
en la memoria.»
Habíamos quedado en vernos. Después de tanto tiempo, un mensaje suyo bastó
para que todos mis planes se derrumbaran. “¿Tomamos algo? Me gustaría verte.”
Solo eso dijo, y acepté sin pensarlo, como si el tiempo no hubiera pasado, como si
los años no pesaran.
El bar estaba en la esquina de siempre, con sus luces amarillas y ese olor a
madera vieja que parecía guardar las voces de otros encuentros. Llegué unos
minutos antes, con el corazón fuera de lugar. Pedí una ginebra y traté de parecer
tranquilo, aunque por dentro los recuerdos se superponían, como si no hubiera
suficiente espacio en mi memoria.
Ella entró unos minutos después, envuelta en la misma elegancia sutil e
impactante de siempre. Una blusa a rayas cayendo del hombro, el cabello suelto,
los labios rojos. La reconocí antes de mirarla del todo: su presencia no se olvida;
solo se esconde en algún rincón del alma, esperando volver a verla.
—Hola —dijo, sonriendo con una naturalidad que me desarmó. —Hola —respondí,
y mi voz sonó más baja de lo que quería.
Nos sentamos frente a frente, en una mesa junto a la ventana. La lluvia caía con
lentitud afuera, como si también quisiera espiar el reencuentro.
Pidió un café, y hablamos de cosas pequeñas: de la lluvia, de su trabajo, de un
viaje que planeaba hacer. Yo, más que escucharla, la disfrutaba; saboreaba cada
palabra y sentía cómo, dentro de mí, bullían los recuerdos.
No lo diría en voz alta, pero verla ahí, frente a mí, oler su perfume y escuchar su
voz me demostraba que el tiempo había sido injusto conmigo, que aún quedaban
heridas, que tal vez debería devolverle, con calma y distancia, algo de todo el
inmenso vacío que me dejó. Pero frente a ella, todo se desmoronó. No hay
venganza posible cuando la belleza del recuerdo todavía respira.
En su gesto había dulzura, la de antes, la misma que me enredó una vez y de la
que nunca me solté. Me preguntó si seguía escribiendo, si aún vivía en el mismo
lugar. Mentí un poco. Le dije que sí, que estaba bien. Mi plan era mostrarle que no
necesitaba de su luz para brillar. La verdad es que nunca supe si yo estaba bien
desde que ella se fue.
En los silencios, el bar se llenaba de fantasmas. No de los que asustan, sino de
esos que se sientan entre dos personas que todavía se piensan, pero ya no se
tocan. Cada mirada suya traía consigo una escena vieja: su risa, su espalda
desnuda, la última noche. Y cada recuerdo era un golpe suave, casi dulce, que
dolía igual.
En un momento se rió de algo —no sé de qué— y la risa la iluminó. Por un
instante, volví a quererla, exactamente igual. Sentí la tentación absurda de
extender la mano, de rozarle los dedos, de decirle que nunca fue un amor fugaz,
que ella fue el principio y el eco. Pero no lo hice. Hay gestos que solo pueden
existir en la memoria, donde no lastiman.
Terminó su café y miró el reloj. —Debería irme —dijo. Asentí. No confiaba en mi
voz.
Ella dejó unas monedas sobre la mesa y sonrió, esa sonrisa suya que siempre
parece un adiós elegante. —Me alegra haberte visto. —A mí también —mentí, o
tal vez dije la verdad.
La miré caminar hacia la puerta. No giró para mirarme, y me dolió el sonido de sus
pasos. Sentí envidia de la lluvia, que por un momento pudo acariciarla. El bar
pareció vaciarse por completo y el silencio me aturdió.
Me quedé mirando la silla vacía, la taza con un hilo tenue de labial en el borde
—ese labial con sabor a ella—. Pensé en lo que soñé y que nunca dejé de soñar,
en la venganza vencida por una sonrisa, y en los fantasmas que se sientan
conmigo y me recuerdan que hay amores que no terminan.
Apuré la ginebra. Afuera, la ciudad tenía mi misma tristeza. Caminé hacia la
puerta, y el ventanal me devolvió mi propia sombra: más vieja, más cansada. Y
entonces lo entendí: los fantasmas no beben café. Solo regresan una tarde
cualquiera para recordarte que el olvido, en realidad, nunca llega.

Ccomentarios (1):

Eviana

20/10/2025 a las 16:09

Hola Guillermo. Un bonito relato, íntimo y melancólico, lleno de silencios que duelen. Un excelente manejo de la atmósfera. Buen trabajo. Un saludo

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