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Noches de insomnio - por Hilda G.M.R.

Viernes 3 de octubre

Si algo había que no me dejara dormir era escuchar las historias de mi tía Juanita, la hermana menor de mi padre.
Cada vez que nos visitaba o que nosotros íbamos a verla a su casa, nos hablaba de los difuntos de la familia que andaban por ahí recorriendo sus propias casas, las de los vecinos o paseando por la alameda. A veces nos decía que acababa de ver a la tía abuela Rosita sentada en el parque de la estación o al primo Ernesto intentando continuar con su trabajo en la relojería más antigua de la ciudad.
Ernesto era uno de esos primos lejanos cuyo parentesco le llevaba explicarnos veinte minutos o más, esfuerzo bastante inútil porque como no conocíamos a nadie de esa rama de la familia, siempre nos olvidábamos de quién era hijo o nieto; no obstante, nos lo podíamos imaginar vivamente porque ella lo describía de tal forma que lo hubiéramos reconocido sin ninguna duda aunque se encontrara entre una multitud.
A juzgar por las historias de mi tía Juanita, no había ni un pariente próximo o lejano, ya fallecido, que no se sintiera atraído por nuestra pequeña ciudad, y ninguno podía evitar ser descubierto por ella ni que nos lo platicara en cuanto volvieran a dejarnos a su cuidado. Nos contaba los detalles de la muerte de cada uno y cuando alguien dejaba ver cierta incredulidad, aclaraba que era verdad que el difunto había muerto lejos y que la familia apenas se había enterado, pero ella lo sabía de su propia boca. Aunque en realidad de lo que más nos hablaba era de los pormenores de su vida, tanto de la primera como de la segunda después de muertos.
No eran, por cierto, fantasmas sedientos de sangre o ánimas rencorosas que quisieran cumplir una venganza como los que veíamos en las películas. Tampoco se parecían a las almas en pena de mis libros, a quienes alguien, lo bastante listo, podía ayudarles a descansar en paz y a cambio recibía una recompensa. Nuestros parientes deambulaban alrededor nuestro sin pedir nada, sin ningún sufrimiento y sin aparente necesidad de reposo.
Cuando llegaba la noche, solo en mi habitación, yo me imaginaba apretujado por todos los parientes muertos no solo de mi familia, sino de todas las familias de la ciudad. “¿Cuántas miradas fantasmales pueden caber en un cuarto?”, pensaba y mantenía los ojos cerrados para no hallarme frente a miles de ellas. A veces captaba leves sonidos: un suave suspiro o un “chist” muy tenue, como si alguien quisiera llamar mi atención. ¿Acaso sería yo el primero en morir de miedo en la familia? Y mi fantasía me pintaba sonrisas burlonas y muecas despectivas en todas esas caras imaginarias.
Cuando me fui a estudiar a otra ciudad, no quise ni pensar en alojarme en casa de algún familiar, preferí vivir en una residencia de estudiantes. Solo muy de vez en cuando, al desvelarme preparando algún examen, llegué a preguntarme si mi tía Juanita seguía algún plan. ¿Por qué nos contaba todo eso cuando éramos niños? ¿Quería asustarnos o simplemente no sabía otra forma de mantener quieta a esa media docena de chiquillos? ¿Esperaba que se lo contáramos a nuestros padres y de esa forma librarse de la tarea de cuidarnos? ¿Se divertía a nuestra costa o realmente creía en todo eso? Eran preguntas que nunca me atreví a hacerle a nadie.
Es curioso, pero ayer, cuando mi prima me dio la noticia de que la tía Juanita había muerto la semana pasada, me di cuenta de que me estoy volviendo viejo. No recuerdo ya su cara ni sus ojos, únicamente me acuerdo de que era delgada y bajita y que tenía una voz muy suave que nos obligaba a guardar silencio cuando contaba algo. En ocasiones, después de hablar largo rato, parecía quedarse sin voz y tenía que carraspear un poco antes de continuar.
Y aquí me tienen escribiendo, sin poderme dormir, como un chiquillo, porque cada vez que me gana el sueño, me parece escuchar un leve carraspeo que viene de algún lugar de la casa.

Comentarios (3):

Monica Bezom

18/10/2025 a las 21:32

Hola, Hilda.
Estupendo relato llevado con agilidad desde un hilo narrativo claro, amable y reflexivo, sazonado con gracia y humor.

Me han encantado los razonamientos e hipótesis que acosan al niño ya hombre, y cómo los resuelve.

El final, perfecto y redondo.

Solo tengo una observación, respecto del párrafo inicial. Dices:
“Si algo había que no me dejara dormir era escuchar las historias de mi tía Juanita, la hermana menor de mi padre”. Verás, me chirría “dejara”; me parece que debería decir “dejaba”, en concordancia con el verbo “había” que precede a “dejara”, ya que estás usado el pretérito imperfecto del indicativo en “había”. “Dejara” implicaría una posibilidad, pero aquí estás contando algo concreto.
Por lo demás, te felicito, me gustó mucho la historia.

Hilda G.M.

19/10/2025 a las 08:51

Hola, Mónica.
Muchas gracias por tu amable comentario. Tienes razón en cuanto a “dejara”, el imperfecto de subjuntivo se me fue precisamente por ese vicio de presentar las cosas como posibilidad, te agradezco que me lo hayas hecho notar.
Pasaré a leer el tuyo.
Saludos

IreneR

20/10/2025 a las 13:47

Buenas, Hilda.

Una entrañable historia, aunque, como el protagonista, me quedo con las ganas de saber porqué la abuela les contaba todas esas historias. Igual si hace caso a esos ruidos de la casa se enterará por parte de la propia mujer…

Nos leemos.

Un saludo.

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