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Bitácora de época - por Ulises VidalR.

Bitácora de época
En Temperley, lunes 8 de septiembre de 2025

Hoy es su cumpleaños. ¿Qué será de su vida? Su nombre, Teodoro, «regalo de Dios», según la etimología griega, aunque todos lo llamaban Tito. Tenía los ojos marrones y tiernos que miraban de frente, la sonrisa amplia, la mandíbula fuerte y cuadrada y el cabello lacio y muy suave. Le gustaba usar trajes y prefería las chombas a las camisas. Atento, siempre estaba pendiente de cómo podía ayudarme y yo lo sentía protector, y eso, por supuesto, me encantaba.
Lo conocí en casa. Era quien proveía productos, insumos y accesorios tecnológicos a mi padre, quien se dedicaba a la venta y reparación de equipos eléctricos.
Estuvo como invitado en el cumpleaños de quince de mi hermana y fue el invitado especial a mi baile de graduación de la secundaria. En este punto, el recuerdo siempre va estar ligado a la abuela que estrenó zapatos tacos altos que solo usó en esa ocasión. Aceptó el sufrimiento; debía estar elegante en la fiesta de la ahijada.
Mi primer beso fue para él, y al primero siguieron muchos más en aquel pícnic del Día de la Primavera, cuando nuestro romance comenzó. Era feliz. Estaba enamorada. Sin embargo, no podía evitar la sensación de acoso a mi intimidad por parte de mi ansiosa familia, que veía con buenos ojos nuestra relación. Por eso mismo, se mantenía expectante; yo no entendía que esperaban, pero me inhibían. No se me ocurrió hablar con mi gente o con Tito sobre el tema. Por el contrario, actué a tontas y a locas y herí profundamente sus sentimientos. Así, una vez, en estado de tensión cuando nos despedíamos, no respondí a sus besos. Sin pronunciar palabra, ofendido, puso en marcha el auto y se marchó. No nos volveríamos a ver.
Al poco tiempo, por la acera peatonal de mi ciudad lo vi pasar con su mamá, Mecha, con quien solía conversar largos ratos por teléfono. ¿Baja autoestima? Vete a saberlo. Lo cierto es que no me atreví a detenerlos. Besarlo como en las películas y decirle que lo amaba y que nunca amaría a otro como lo había amado a él. Simplemente, lo dejé pasar.
Después, vinieron vacaciones con amigas o con otras parejas en la costa atlántica u otras relaciones que duraban un suspiro. Incluso, a su turno y como es debido, me enamoré de mi psiquiatra. Para comprender situaciones no resueltas de mi pasado que se colaban como fantasmas en mi presente, inicié terapia. Aunque no engañé a Tito con el psicoanalista; jamás lo nombré en las sesiones, fueran éstas individuales o grupales. Era mi secreto. Me dolía y todavía me duele.
Planes de venganza para reivindicarme a mí misma no los hubo. Fui cobarde. En cambio, me dediqué a vivir la vida de los demás en lugar de ser la protagonista principal de la mía. «Tené tus propios hijos en vez de atender a los de tu hermana», sentenció con certeza una prima. Llevaba razón.
Estas cosas no las comparto con nadie, solo las vuelco en un cuaderno. Me da tranquilidad saber que nadie más que yo las va a leer, son vivencias demasiado íntimas. Escribirlas es un modo de reflexionar, de buscar soluciones a mis problemas, y, sobre todo me ayuda a salir de mí misma, a dejar de mirarme el ombligo.
Siempre me ha gustado escribir, así que seguiré con mis anotaciones para atrapar el tiempo que va pasando. Y, ahora, que ya soy abuela de mirada serena, vuelvo a leer mi diario y sonrío para mis adentros con estas evocaciones.

Ccomentarios (1):

Gita

20/10/2025 a las 22:08

Hola!
Sugerente evocación a un amor que no se olvida truncado por las expectativas familiares.
Pendiente los problemas al no cerraremos círculo en su desenlace.

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