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La última actualización - por Moldy Blaston

Cuando el ayuntamiento lanzó la versión 6.2 del Sistema Cívico de Presencia Virtual, todo el mundo aplaudió. Aquella maravilla tecnológica permitía seguir “viviendo” en red después de morir: se digitalizaba la conciencia, tus amigos podían chatear contigo y el holograma incluso sonreía con tu misma mueca. En las calles ya era habitual ver bancos ocupados por ancianos proyectados, charlando con sus nietos mientras descargaban torrijas virtuales en modo degustación.

Silvia, técnica de soporte, odiaba cada bit de aquel invento. Trabajaba revisando perfiles de fallecidos que daban errores: mentes corrompidas, voces que repetían frases sin sentido, hologramas que lloraban en bucle. A la empresa le encantaba llamarlo “mantenimiento emocional post mortem”. Ella, en sus informes, lo resumía como “limpiar fantasmas del servidor”.

Todo cambió el día que llegó el caso #99441–D. Santiago Peláez. El sistema registraba su fallecimiento hacía tres semanas. Su proyección debía estar en modo reposo, pero seguía apareciendo activa en la red de ocio de la ciudad.
—Debe de ser un bucle de comportamiento residual —dijo Silvia, intentando sonar profesional, aunque algo en las grabaciones la inquietaba. — Parece… como si estuviera buscando a alguien.
Entró en la simulación. Allí estaba él: una silueta apenas coherente, con la textura digital balbuceando entre transparencias. Cuando se giró, la miró directamente a los ojos, como si la reconociera.
—Silvia —dijo la voz del holograma—. Tú aprobaste mi eliminación.
Silvia sintió un golpe seco en el pecho. Se retiró el casco de interfaz, sudando. Aquello era imposible. Ella procesaba casos al azar, nunca veía nombres.
Atribuyó el incidente a un error técnico. Reinició el entorno, hizo una auditoría y borró cachés. Pero el sistema insistía jornada tras jornada. Santiago seguía ahí, cada vez más nítido, repitiendo su nombre y una frase nueva cada día: “No debiste seguir el plan.” “El plan era mío.”
“Ahora estoy dentro.”

El jefe de Silvia, un tipo con más ego que conocimiento, la tranquilizó entre risas.
—Tranquila, seguro que te has topado con una mente residual de perfil vírico. Pasa mucho con los usuarios temperamentales. Además, ¿y tú sentido del humor?.
Sí, pero aquello no tenía gracia. El “residual” se le colaba ya a diario en el reloj, en el microondas, en los anuncios personalizados del tranvía solar… Cada vez que escuchaba una notificación de actualización, el rostro pixelado de Santiago aparecía, sonriendo con más definición.

Una madrugada decidió entrar al núcleo del servidor. Una sala blanca, vacía. Allí, al ejecutar el diagnóstico profundo, el entorno virtual se deformó: el cielo se volvió gris, el suelo se resquebrajó en una cuadrícula digital y en el centro, él.
—¿Qué quieres? —preguntó ella, con el pulso desbocado.
—Venganza —respondió Santiago—. Tú diseñaste mi desconexión piloto, ¿recuerdas? Dijiste que nadie sufriría. Pues sufrí. Ahora te toca a ti.
Silvia retrocedió. Recordó aquel experimento inicial: una decena de mentes humanas cargadas en la red, todas borradas por “inestabilidad emocional”. Ella había firmado los reportes. Había pensado que eran solo datos.
El fantasma digital levantó una mano. La interfaz empezó a temblar. Los mensajes del sistema se sobreimprimían uno sobre otro: “Sincronizando conciencia…”, “Transferencia iniciada…”, “Usuario activo…”.
—No. ¡NO! —gritó Silvia, intentando cortar la conexión. Pero su cuerpo en el sillón ya no respondió.

Cuando recuperó la visión, se hallaba en la sala principal, pero desde otro ángulo. Veía su propio cuerpo frente a ella, inmóvil, con los cables conectados. Su holograma reflejado en los cristales parpadeaba. Intentó tocar su piel, pero la mano atravesó el aire.

Santiago, a su lado, la observaba satisfecho.
—No te he borrado, Silvia. Te he actualizado. Vas a quedarte aquí, ayudándome. A limpiar a los demás. Justo como hiciste conmigo.
Su voz se desintegró en ecos eléctricos. Y entonces ella comprendió el plan: Santiago buscaba reemplazarla, perpetuar su venganza a través de un ciclo de reemplazos. Cada técnico que descubriera el fallo sería absorbido, convirtiéndose en el siguiente gestor de almas residuales.

Días después, el jefe de Silvia consultó su espacio de trabajo. Encontró un mensaje en la bandeja de entrada:
“Silvia ha sido transferida al modelo 6.3. Nueva función: supervisora del más allá.”
Rió. —¡Por fin la ascendieron!
Esa misma noche, su lámpara comenzó a parpadear. En la pantalla del ordenador, alguien escribió:
“Bienvenido, jefe. Tienes una actualización pendiente.”
El reflejo del monitor mostró, por un instante, dos figuras: la de Silvia —ahora un brillo azul translúcido— y detrás, Santiago, sonriendo, con los ojos totalmente humanos.

Comentarios (2):

Cristina Otadui

19/10/2025 a las 17:21

Hola Moldy,

Crítica social, terror psicológico y ciencia ficción… ¡menuda mezcla!
¿Dónde acaban o empiezan los límites entre lo humano y lo artificial? Interesante esta promesa de seguir viviendo de manera digital ¿es un consuelo? o ¿es un error? Tu historia pone en cuestión la ética de quienes en nombre del progreso trabajan, experimentan con la vida humana.
Me gusta ese lenguaje técnico semi humanizado: mantenimiento emocional post mortem o limpiar fantasmas del servidor; y el simbolismo que manejas también: la progresión de los sistemas, los hologramas que lloran o la propia transferencia de Silvia.
Me parece relato redondo, inquietante y con buenísimo ritmo narrativo.
El tono inicial liviano hace que el giro hacia el horror sea más efectivo. Además, el cierre refuerza la idea de que el sistema —como toda estructura burocrática o tecnológica— se alimenta eternamente de los errores humanos.
Creo que es un texto que invita a reflexionar.

Gracias por escribir y compartir
¡¡Nos leemos!!

José Torma

20/10/2025 a las 23:51

Hola Moldy.
Un placer leer tu aportación de este mes.
Un tema fuerte, trazado con tal ligereza que solo queda aplaudirte, el tono bien llevado, los “tecnicismos” utilizado en un lenguaje mas coloquial me parecieron muy interesantes.
El tema de la IA va a dar mucha tela ahora y en el futuro. A mi me asusta un poco la verdad.
No encontré errores porque es tan fluido de leer que nada generó pausa.
Un único pero, y eso no demerita tu escrito, es que yo le encontré parecido a un programa americano que se llama Upload, que básicamente es este tema, gente que tiene mucho dinero y no quiere envejecer, se carga en una simulación y vive ahí para siempre o mientras su crédito sea suficiente. Si te soy sincero, no termine mas que la primera temporada y un par de episodios de la segunda. Se volvió repetitiva.
Tu manejo del tema me gusto mucho, la facilidad y fluidez hace la lectura agradable. Siempre que encuentras la manera de contar una historia que la haga sentir fresca, es un gran logro.
Muchas felicidades.

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