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La Leyenda - por Maria LlorenteR.
Conozco este lugar. Hace muchos años, mi padre y yo dábamos largos paseos por aquí. Yo era muy pequeño, pero la imagen de esa casa tan tétrica, quedó en mi recuerdo. Mi padre siempre me decía, no entres ahí jamás, cuenta la gente que ahí vive una anciana sola. Que por la chimenea sale siempre un humo negro con un olor fétido. Unos dicen que quema animales, otros que secuestra a niños para después comérselos. A mí se me ponían los pelos de punta, era un crío muy inocente. Nunca se descubrió nada y nunca vi a esa anciana, cuentos de viejos, pensaba yo.
Pero un día paseando con mi perro Golfo por el monte Arraiz, todos esos cuentos volvieron a mi memoria. Encontré la casa medio derruida entre la maleza y un árbol caído encima del tejado. El viento tan fuerte que hacía ese día había destapado parte de la casa y el candado de la puerta estaba roto. Miré hacia los lados y no había nadie. Golfo estaba nervioso y su pelaje se había erizado, no hice caso a la advertencia de mi perro y la curiosidad hizo que entrara en ella.
Al empujar la puerta, esta cayó como un plomo al suelo. El golpe fue tremendo y Golfo comenzó a ladrar como un loco. Dando aspavientos con las manos, ya que la polvareda que se preparó fue importante, llegué a acariciarle para que se calmara. Me arrodillé y le abracé. Él se quedó más tranquilo, pero estaba muy inquieto, después lo comprendí.
Las cortinas rojas de la única ventana estaban roídas y el viento las hacía entrar y salir por ella, había un caldero antiguo y un horno muy grande en uno de los laterales. Me acerqué y lo abrí. Estaba lleno de huesos pequeños y mucha ceniza que entró por mi nariz y me hizo estornudar. Se me ponían los pelos de punta. A la derecha, un camastro con un colchón de lana, sucio y roído. A la izquierda una mesilla con una vela casi consumida. Debajo de la ventana había un butacón negro de cuero rajado y una pequeña mesa redonda.
Me sorprendió porque no la vi al llegar, encima de ella había una baraja de tarot. Las cartas estaban dispuestas en forma de cruz. Me acerqué con cautela, la carta de la muerte, la torre y el diablo estaban juntas, una al lado de la otra, no sabía su significado, pero pintaba mal. El crujido de madera detrás de mí me sobresaltó, pero no había nadie.
Sacudí con la mano el cuero del butacón y saqué mi móvil. La cobertura era mala, pero con paciencia, el navegador se abrió y busqué el significado de las cartas de la baraja del tarot.
La torre representaba la destrucción, el caos.
El diablo, simbolizaba la adicción, el materialismo excesivo, las ataduras en diversas áreas de la vida.
Y la muerte, no significaba la muerte literal, a pesar de su nombre, si no que era una etapa para dar paso a otra.
Vi algo por el rabillo del ojo. Cuando levanté la vista, una mujer joven y guapa estaba encima de la puerta. Su ropa estaba sucia y hecha jirones. Su pelo largo de color blanco y sus ojos azules me penetraron. Mi piel se erizó. Golfo comenzó a ladrar y salió de la casa dando un salto por la ventana. Grité su nombre, pero no me hizo caso, salió despavorido de allí.
– ¿Cómo te atreves a profanar mi casa? ¿No sabes que hoy día 5 de noviembre de 2025 hay luna llena y tengo que comer? – me dijo con una gran carcajada.
-Eh, eh, perdona ¿Quién eres? – le dije mientras me castañeaban los dientes. De repente hacía mucho frío dentro de la casa.
– Cuenta la leyenda que… ya sabes lo que cuenta la leyenda, yo te conozco. Tu padre te dijo que no entraras en mi casa, pero no has seguido su consejo. Cuando eras pequeño no pude cogerte, nunca viniste solo, pero hoy va a suceder lo que tantos años llevo esperando.
Alzó sus manos. Unas chispas salieron de sus dedos y la puerta se encajó en su sitio. Con maestría, movía sus manos y recitaba unas palabras que no conseguía entender. De pronto el horno se abrió y se prendió fuego en su interior. Yo estaba paralizado. Se acercó, me echó su dulce aliento y selló mis labios con un beso, solo sentí placer y me dejé llevar.
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