<< Volver a la lista de textos
La muñeca Chaya - por OcitoreR.
Web: https://plumalanza.blogspot.com/
“Conozco este lugar” —dijo una voz extraña—. Ingrid se agitó en la cama, luego se incorporó sobresaltada como si hubiera sido electrocutada. Su madre acudió de inmediato, arrastrada por los gritos de pánico y berridos.
—Tranquilízate, hijita, ha sido un mal sueño. ¡Cálmate!
—Está allí, mamá. Dentro del armario, mírala. ¡Es Chaya!
—¡Cálmate! ¡Cálmate! Mira, ven aquí… No hay nada, ¿lo ves? Chaya se ha esfumado, ya no existe…
El coronel Frederic Heine ordenó que se buscara por todo el territorio del campo a la muñeca de su hija. Un cabo les comunicó a sus compañeros que debían encontrar a la enana judía que había desaparecido la noche anterior. Sin resultado, rodearon toda el área del campo con los sabuesos. Ni una pista, ni el menor rastro. La muñeca era un fantasma.
Ingrid y su madre dormían juntas, pero una le iba transmitiendo todo el terror a la otra hasta que el coronel empezó a dar muestras de desesperación. Primero ordenó que se le pusiera un candado a la puerta del armario que había servido de aposento para Chaya. Luego se puso a adivinar su suerte con una baraja del tarot. Era un soldado joven, famoso por sus conversaciones esotéricas, quien en secreto sacaba las cartas, las ordenaba en una mesa y leía sus mensajes.
—No hay nada, mi coronel. Vea, todo en orden, incluso los presagios son alentadores. Mire estas cartas: el Sol y la Estrella. Está clarísimo —decía el soldado con una sinceridad convincente.
—Entonces, ¿por qué se siente tanto terror en el campo? Esa enana es un demonio de ultratumba. Los prisioneros desobedecen órdenes y asustan a los capos… ¡Cómo eliminar a esa bruja! ¡Cómo! ¡Cómo, por Dios!
El soldado quedó en llevarle un incienso especial que ahuyentaba ánimas y demonios. Un viernes el soldado se paseó por la casa esparciendo el humo de olor dulzón por todos los rincones. Echó el humo dentro de los armarios y aromatizó la ropa de todos con el aroma de hierbas.
Hubo paz. El remedio había surtido efecto. El campo volvía a su normalidad; con energía y ánimo se daban las órdenes y el plan de la “Solución Final” aceleró la marcha. Ingrid y su madre se relajaron y casi llegaron a olvidar que un ser diabólico las perseguía. Las amigas de ambas se reunían y, en ocasiones, con grandes risotadas, recordaban a la enana desnuda bailando grotescamente como en un espectáculo circense.
—¿Recuerdas sus piernas torcidas y regordetas? —le preguntaban a Ingrid sus amiguitas en un mar de carcajadas.
—¿Y la cara estúpida que ponía para pedir compasión? —agregaban otras.
Pasaron dos semanas en las que la ausencia de eventos extraños le dio a la vida la apariencia de siempre.
—Dios es grande —decía la madre de Ingrid—. Nos ha librado de ese mal terrorífico.
Días después, desaparecieron dos cartas del tarot. El soldado le reportó al coronel que alguien se había llevado dos cartas de la baraja: la Estrella, símbolo de esperanza y renovación espiritual, y el Sol: alegría, éxito y vitalidad.
—No me lo puedo explicar, coronel. Guardo mis cosas bajo llave y es imposible que algo desaparezca sin que me dé cuenta.
—No te preocupes —contestó el coronel—. Ahora estamos pensando cómo evitaremos la llegada de los soviéticos. Están a doscientos kilómetros…
Había preocupación. Una nube nauseabunda se paseaba por el campamento, provocándoles, a los que se cruzaban en su camino, una náusea y un revoltijo de vientre. No tenían tiempo para tonterías. La atención estaba centrada en las noticias que se recibían por la radio.
Entonces fue cuando aparecieron, al lado de Ingrid, la Estrella, y en el pecho de su madre, la carta del Sol. Nadie se podía explicar cómo habían llegado allí. Había más señales: unas pequeñas huellas de piececitos anchos, huellas de sangre. La manta del terror se desplegó cuando se descubrió el cuerpo del coronel degollado. Esa misma noche tres soldados sufrieron la misma suerte.
Se hacía guardia; todos temían por el destino de Ingrid.
“Se va a vengar de lo que le hice” —decía la niña temblando.
Una noche, Ingrid y su madre, atormentadas por el insomnio de varios días, no pudieron resistirse más y cayeron en un sueño profundo. Los guardias aparecieron muertos. En la mesa, una nota:
“Podría haberlas matado, pero los soldados del Ejército Rojo están por llegar. Les he dado un cuaderno con dibujos y fotografías de todo lo que se hace aquí. Nadie podrá salvarlas.
Con amor,
Chaya.”
Comentarios (0)