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El candado del alma - por @HenkoSlowLifeR.

Web: https://www.instagram.com/bitacoradetintaytiempo/

“Conozco este lugar…” murmuró la anciana, como quien comenta algo obvio.
—Yo también estuve ahí hace años —añadió, mirando a Laia con una media sonrisa.

El lugar era un piso viejo, luz amarilla, paredes que lo escuchaban todo. Laia llegó sin mucha convicción, porque esas cosas “no eran lo suyo”, pero cuando el corazón se encoge durante meses y Google te sugiere “Sanación energética Toledo” después de una noche llorando en bucle… pues una acaba donde acaba.

El nombre en la puerta le había dado buena espina: Isi. Seguramente Isidora, pero Isi sonaba a bruja jubilada con sentido del humor. Buen equilibrio para el alma.

Laia llevaba semanas sintiendo que caminaba sobre arena movediza. Un trabajo que ya no brillaba, una relación que se había quedado sin lenguaje y un cansancio que no se curaba ni con siestas de domingo. No buscaba una revelación mística. Solo claridad. O un empujón. O, quizás, permiso.

Isi, mientras tanto, parecía más pendiente de su caldo de pollo que de los misterios del universo. Barrió unas migas del mantel antes de coger una baraja del tarot y mezclarla con movimientos lentos, casi distraídos.

—La mayoría viene pensando que voy a decirles el futuro, pero en realidad esperan que les confirme lo que ya saben y no se atreven a admitir —dijo Isi, barajando sin mirarla.
—Lo mío no es miedo —respondió Laia— Son… dudas.
—Ah, cariño —replicó Isi— Las dudas son el traje elegante del miedo.

Sin ceremonia, tomó una carta y la colocó sobre la mesa. Era El Colgado.

—Aquí estás —comentó Isi— Suspendida entre un sitio y otro. Pero en el buen sentido.
—¿Existe buen sentido para eso? —preguntó Laia.
—Mejor parada que corriendo en círculos —añadió Isi.

Laia apretó las manos sobre las rodillas.

Isi dejó otra carta. Ni pausa teatral ni campanitas: simplemente la colocó. La Torre.

—Ya hubo caída —dijo la anciana—. Algo dentro se derrumbó antes de que tú quisieras verlo. No te asustes. Lo que se cae es lo que estaba torcido. Como cuando ordenas un armario y tiras cosas que luego quizás echas de menos… pero ya no cabían.

Laia soltó un suspiro que era mitad risa, mitad exhalación.

—Las cartas no enseñan el futuro —continuó Isi— Enseñan lo que estás evitando mirar.

Se levantó con calma y rebuscó en un cajón de madera que chirrió al abrirse. Al volver, traía un objeto en la mano: un candado pequeño, antiguo, sin llave, manchado por el tiempo.

—Para ti —dijo sonriendo— Para que recuerdes que cerrar también es avanzar. Lo cerrado no siempre está perdido. A veces está… reposando.
—¿Y si un día quiero abrirlo? —preguntó Laia, casi en un susurro.
—Pues quizás entonces ya no necesites abrir nada. O inventas la llave. La imaginación es más poderosa que el control, pero eso no lo ponen en los libros de autoayuda —sonrió la anciana.

Laia guardó el candado en el bolsillo. Pesaba más de lo esperado. Como los duelos silenciosos. Como las decisiones que aún no tienen forma. Como volver a empezar sin manual.

Pagó, agradeció y salió.

El aire frío de la calle no trajo revelaciones cinematográficas. No había violines, ni neblina mágica, ni epifanías fulminantes. Solo gente volviendo a casa, una moto demasiado ruidosa y olor a pan caliente de la tahona de la esquina.

Caminó despacio. No tenía respuesta. Ni plan. Ni urgencia. Ni siquiera ganas de contárselo a nadie.

Sintió el candado en el bolsillo y sonrió apenas. Una sonrisa mínima, como esas luces que se encienden sin hacer ruido pero alumbran igual.

No sabía si cambiaría de trabajo, de casa o de piel. No sabía si la caída ya había terminado o empezaba.

Simplemente, caminar le bastaba.

Porque a veces la vida empieza así: en un portal viejo, una desconocida, un candado sin llave y la sospecha dulce de que el miedo ya no pesa tanto.

Y que quizá, solo quizá, algo dentro susurra: “ya es hora”.

Ccomentarios (1):

Ancilo

18/11/2025 a las 13:26

Como siempre, mi enhorabuena por tu relato.
Besos

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