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LA DECISIÓN MAS GENEROSA - por Pilar (marazul)R.
«Conozco este lugar», piensa Alma nada más bajar las escaleras del jet. El primer golpe de calor y el olor a piedra caliente le indican que el desierto no está muy lejos. La ligera brisa le trae el aroma yodado del agua de mar, que siente aún más cerca.
Lobo, tomándola del brazo, la va guiando hasta el coche negro que espera en la pista. Con la otra mano el asistente sujeta un maletín metálico; lo lleva encadenado por medio de unas esposas a la muñeca. Sólo él tiene el privilegio y la responsabilidad de guardar la llave que cuelga de su cuello: es pequeña, con diamantes incrustados que brillan más que el diente de oro de su guardián.
El recorrido en coche es largo, Alma percibe el peso de historias milenarias en aquella gran ciudad: la vibración del entorno, las llamadas a la oración, el olor a especias y a café…
Cuando llegan a la magnífica casa las bocinas de los ferris y el suave sonido del agua anuncian que el Bósforo está cerca.
Les reciben con respeto, pero sin ceremonias ni excesos. El silencio es tan fuerte que ni tan siquiera la fuente se atreve a soltar agua. Solo se escucha el llanto desesperado de Fara.
La vidente, antes de comenzar su trabajo, busca un vínculo espiritual que la ayude a conectar con el entorno y con las personas que habitan en la casa. Mientras tanto, Lobo introduce la preciosa llave en la cerradura del maletín. Con gran ceremonia saca el tesoro que este guarda: las cartas del Tarot de Alma de Luz. Son cartas muy especiales, tablillas marcadas con los puntos del sistema braille de su dueña. Y es que la famosa vidente es ciega.
Por fin Alma, guiada por Lobo, ha encontrado el lugar adecuado para extender las cartas: sobre una mesa de ónix negra, justo donde ella siente calor, allí donde la luz entra, tamizada por la celosía.
—¿Dónde está mi hijo? —pregunta Fara angustiada—.¿Se encuentra bien? ¿Quién lo ha secuestrado? —dice, mostrando ansiedad.
Alma toma su delicadas manos con firmeza. Quiere trasmitirle serenidad y entereza; después mezcla las cartas sobre la mesa y las coloca formando un abanico.
En silencio la vidente va apartando las cartas que la madre angustiada ha elegido. De una en una las acaricia, primero despacio, las junta, las aparta… Las vuelve a palpar, esta vez más deprisa.
Rompiendo el silencio solicita le lleven un objeto, cualquiera que pertenezca al niño. Con celeridad le entregan un candado de la colección del pequeño que la vidente mantiene largo tiempo entre sus manos. Le transmite mucha información: «no es habitual que un niño de seis años coleccione candados», piensa Alma.
—Quién le aficionó a esta actividad? —pregunta frunciendo el ceño.
—Su tío, Ahmed se los regala —contesta la madre completamente derrumbada.
Alma se revuelve entre los almohadones, se nota incómoda. Vuelve a las cartas, se centra en las dos que ha apartado, la luna y el tres de espadas: el engaño y la traición. Un escalofrío le recorre el cuerpo.
Vuelve a las cartas y pide a Fara que elija otras dos.
Con lento movimiento señala primero una que Alma palpa con insistencia. «La estaba esperando», piensa. Se trata de la representación del diablo: el enemigo poderoso, la envidia…
Con la segunda carta la vidente se recrea un rato, la soba, la acaricia, parece sentirse más aliviada: es La Emperatriz que representa el amor materno.
—Tu hijo se encuentra bien —le dice tomando sus manos—. Si eres generosa en tu decisión, renunciando a su búsqueda, tendrá una vida feliz y vivirá muchos años. Si por el contrario quieres recuperarlo has de saber que en breva morirá.
El rostro de Fara se relaja, parece que haya dejado de sufrir. Toma el candado que está abierto y se lo acerca al corazón, luego lo cierra y lo besa. La decisión, la más generosa, ya está tomada.
El rayo de luz que se filtraba por la celosía es cada vez más débil. Señal de que el sol se va retirando.
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