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El tarot de mi madre - por Daniel CallejaR.
Web: https://debusquedasylocuras.blogspot.com
Conozco este lugar. Lo cual es bastante extraño, pues desde el accidente no había vuelto a salir de mi casa. Y de eso hacía ya mucho tiempo, cuando aún era un niño de jardín de infantes que, por irresponsabilidad de sus padres, iba sentado en el asiento delantero de coche familiar sin el cinturón puesto y atravesé el cristal del parabrisas para caer entre las plantas del parque.
A papá le fue peor, ya que los bomberos retiraron su cadáver mientras los paramédicos luchaban por reiniciar mi corazón y frenar la hemorragia en mi cabeza.
Todo eso me lo contó mamá, que gracias a llevar el cinturón bien puesto solo tuvo algunas heridas menores.
Cuando salí del hospital contrató una tutora para que me educara en casa mientras me recuperaba de las heridas y de ahí en adelante.
Pero con dieciséis años, ya era hora de salir al mundo otra vez. Del accidente me quedaba el recuerdo de lo que mamá me contó años atrás; mi mente no recordaba nada de antes del choque. Además de una horrible cicatriz en mi cabeza que cubría con mi abundante cabello rizado y una leve cojera que la fisioterapia no consiguió eliminar del todo. Poca cosa para un niño que había volado a través del parabrisas a una velocidad tal que lo depósito inconsciente casi treinta metros más adelante sobre la abundante vegetación que le salvó la vida. Olvidé mencionar que, cosa insólita, llevaba el casco de la bicicleta que evitó que mi cabeza se deshiciera con el golpe.
La discusión con mamá había sido salvaje. Nunca la había visto así.
—Entiendo tu miedo, mamá, pero no me puedes tener encerrado para siempre. Necesito estar con gente de mi edad, pasear, jugar con amigos.
—Juegas en línea todos los días. Y chateas. Así es más seguro.
—Y todos se ríen del idiota que no sale de su casa. Sí hasta me vienen a sacar sangre acá para no correr riesgos. Además quiero conocer chicas reales, no por la pantalla. Mamá, ¡estoy podrido de ser un paria!
—Tú no eres eso que dices. Eres un hijo amado y cuidado…
—… por una madre traumada —le interrumpí —. No, mamá, no. No puedes cuidarme para siempre. No puedes ponerme un candado en cada puerta para que no me lastime. No.
Mamá se fue llorando y volvió con un mazo de cartas de tarot.
—Tres días antes del accidente, tu padre y yo habíamos ido a consultar a una tarotista. El no creía en esas cosas, pero yo sí. Ella nos advirtió. Lo que nunca le perdonaré es que nos hubiera llevado con él sabiendo que su vida corría peligro. Y la nuestra.
Me dejé caer en la cama, anonadado.
—¿Cartas del tarot, mamá? ¿Hablas en serio?
—Por supuesto que sí. El se rió de mí cuando le dije que no podía llevarnos. La torre le pronosticaba una catástrofe inminente. Y el loco invertido. Decisiones equivocadas. Eso fue lo que pasó. A mí me salió el sol invertido. Y eso significa soledad.
—Pero no estás sola. Yo estoy contigo.
—¿Por cuánto tiempo? Algún día te irás de casa y yo volveré a estar sola.
—Mamá, sos joven todavía. Podés encontrar una pareja. O casarte de nuevo.
—Ni loca. Hagamos algo. Yo te tiro las cartas. Y si lo que sale es favorable a que salgas…
Iba a decirle que no, pero sabía que sería inútil. Opté por darle el gusto. Ella mezclo las cartas con habilidad y me pidió que cortara y volviera a mezclar. Luego colocó tres cartas dadas vuelta sobre la mesa y cerró los ojos.
—La primera representa tu pasado, la segunda tu presente y la otra nuestro futuro.
Mamá tiró las cartas y la alegría se reflejó en su rostro. No entendí mucho sus explicaciones. Lo único importante es que me invitó a salir en su auto. Juro que me costó. Salí del garaje con los ojos cerrados.
El viaje no duró mucho. Pocos minutos después estacionamos frente a una casa señorial que parecía abandonada.
—Conozco este lugar —dije confundido—. ¿Cómo puede ser, mamá?
—Ya lo descubrirás. ¿Entramos?
Apenas entramos, tuve que sentarme en el suelo y cerrar los ojos. Algo muy extraño me estaba pasando. Sentía que flotaba en un extraño líquido, espeso, cálido. Sin embargo, sentía una paz inmensa. Un amor inconmensurable que me rodeaba.
Papá, mamá y yo en su vientre dando pequeñas patadas, recorríamos la casa.
¡Había estado ahí antes de nacer! ¿Cómo carajos podía recordarlo?
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