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La Herencia del Arcano - por MJesúsNCR.

Conozco este lugar. Clara d'Angelo experimenta un deyavú cuando el coche del notario se detiene ante el palacete de piedra. Advierte que necesita una restauración. Su cerebro evoca recuerdos escurridizos: la fachada cubierta de hiedra y el jardín de abedules. En esta época, sus hojas son de color amarillo dorado y las secas tapizan el suelo. Un escudo nobiliario preside la fachada; el paso del tiempo ha borrado la nobleza y el señorío de antaño.

Clara aterrizó en Milán a finales de otoño. Es una restauradora de arte en Madrid y cuando recibió la notificación del notario Paolo Bossi, de Milán, pensó que se trataba de un error. No tenía familia allí, ni conocía a ningún Giovanni Moretti, el nombre del supuesto benefactor que figuraba en la carta. Sin embargo, el documento era auténtico: una herencia a su nombre, una antigua villa del siglo XVI en las afueras de Milán.

El notario, con su auto, muestra la ciudad a Clara y bordea el mercado. El moderno edificio del Comunale dell’Isola destaca bajo el sol. La calle bulle de gente, de sonidos, de puestos de variedades gastronómicas y de mesitas compartidas.
El señor Bossi le entrega las llaves de la casa; un sobre cerrado y le menciona una sola instrucción del difunto: «El contenido del baúl pertenece al legítimo heredero y solo él sabrá qué debe hacer».

El salón huele a polvo. Sobre los muebles descansan retratos desvanecidos y en las paredes, tapices dañados. Ahora sí que está segura de haber estado aquí, reconoce la distribución de la sala y la bola de cristal de nieve. Le fascinaba de niña y su melodía la conecta con el pasado.
En el dormitorio, un baúl de nogal oscuro con la tapa abovedada domina la estancia. Tiene remaches de latón y arañazos en la madera. Sobresale un candado de hierro oxidado. Enseguida lo recuerda, con su forro de tela estampada con flores y pájaros. Había jugado con sus primos a esconderse dentro. Esta era la casa de sus bisabuelos. En sus primeros años venían aquí y siempre había mucha gente. Su abuela de Madrid tenía un álbum de fotografías familiares hechas en esta casa.

Clara fuerza el candado que se abre con un chasquido seco. En efecto, ¡está forrado con esa tela de flores! Dentro, cuidadosamente envuelta en lino, encuentra una baraja de tarot. Las cartas están ilustradas con finos grabados. Al mezclarlas, una de ellas cae. «El Sol». En la esquina de la carta lee una firma diminuta: A. Dürer.
El corazón le da un vuelco. Alberto Durero, el maestro del grabado del Renacimiento. Pero Durero jamás había diseñado una baraja de tarot …. ¿o sí?

Clara, experta en restauración y documentación, recordó las reproducciones de las llamadas «Cartas de Mantegna». Algunos historiadores habían sostenido que Durero, fascinado por el simbolismo italiano, hizo en su juventud unas cuantas réplicas privadas de esa serie. Pero nadie las había visto. La joven examina las cartas junto a la ventana. Son cincuenta grabados sobre cobre, con figuras de planetas, virtudes, musas y oficios. En el reverso, un sello de cera con una letra «M» entrelazada con una «D». Durante la noche, el viento sopló entre los postigos y Clara apenas pudo dormir.

Al amanecer, vuelve a abrir el baúl. En el fondo, entre los pliegues del forro, encuentra un sobre con una nota escrita en italiano antiguo. Con esfuerzo lee las primeras líneas:
«Estas imágenes fueron concebidas para unir el fundamento alemán con la espiritualidad italiana. Son el puente entre dos mundos. Guárdalas o déjalas hablar».

La firma era de nuevo «A.D.» y debajo, con letra diferente, alguien había añadido: «Propiedad de la familia Moretti, descendientes de Dürer por línea materna».
Clara comprendió entonces la conexión: su bisabuela paterna tenía el apellido Moretti y algunos familiares migraron a España después de la guerra. La herencia no era por azar.
Abre la carta del notario que quedó sobre una mesa la tarde anterior.
«A Clara d’Algelo heredera del arcano»
«La baraja no predice el futuro. Revela el camino a quien la contempla. Si has llegado hasta aquí, el destino ya ha sido leído».

Decide enviar fotografías a un colega del Museo del Prado, experto en Durero. Pocas horas después, recibe un mensaje incrédulo:
—Clara, si esas cartas son auténticas, acabas de descubrir el eslabón perdido entre Mantegna y Durero. Esto cambiará la historia del arte.

Afuera, Milán despierta entre la neblina. En el silencio de la casa, la baraja de Durero vuelve a guardar sus secretos.

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