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Dejar atrás para volver a ser - por SILVIA ANGULOR.
Conozco este lugar. Me resulta familiar y cercano. Las calles me traen recuerdos de otra época y de momentos de felicidad. Las calles adoquinadas huelen a jazmín, el aire es suave y ligeramente caliente, lo suficiente para andar ligera sin acalorarme.
Hay silencio, pese a ser primera hora de la mañana. Me gusta.
Suelo andar por mi ciudad a esa hora, cuando las calles y las personas empiezan a despertar. Me hace sentir libre y ser yo misma.
Mi compañera de piso dice que estoy un poco loca y que soy algo rara, pero me conoce poco y apenas sabe de mi pasado.
Ya me lo había dicho la pitonisa a la que fui con Mónica, aquella tarde después de unas cuantas cervezas.
Recuerdo como si fuera hoy aquel piso y en aquella sala; aún siento los nervios. Escucho el sonido de las cartas al rasgarse entre sus manos mientras las mezcla con garbo. Me hace cortar la baraja del tarot y las coloca encima de la mesa: la Torre, el Arcano, el Ermitaño, el Juicio y el Sol.
Me molesta el silencio que se produce cuando las observa con atención. Escucho mi respiración jadeante y nerviosa, tengo la boca seca y el corazón me va a mil. Tengo miedo.
Tarda en reaccionar y suelta la bomba que me explota en la cabeza como si fuera una sentencia… como si lo que me fuera a decir fuera un profecía que se cumpliría sin poder hacer nada para evitarlo.
-Lo que te diga ahora sucederá, quieras o no. Más pronto que tarde, tu vida dará un vuelco de 360 grados y serás otra.
Ahora sé cuánta razón tenían aquellas palabras!
Aquella ruptura tan dolorosa hizo que mi vida se pusiera patas arriba. Poner kilómetros de por medio y alejarme del foco fue la única manera de mitigar el dolor que me abría las entrañas.
Estaba tan decepcionada y me habían hecho tanto daño que me puse un candado en mi corazón y decidí empezar una nueva vida.
Romper con todo, eso era lo que quería: cambio de trabajo, cambio de ciudad y cambio de rumbo.
Ahora lo empiezo a entender. Alejarme no era huir, era renacer. Salir de donde estaba para crecer y dejar atrás todo aquello que me dolía y me rompía el alma.
Mientras el sol aparece sobre estos tejados que ya no me parecen extraños y el aroma a jazmín me envuelve, comprendo la profecía de la pitonisa: un vuelco de 360 grados, no para volver al mismo punto sino para darle la vuelta a todo.
Esa ruptura devastadora me obligó a dar la vuelta completa, a volver al punto de partida que me sacó de dónde estaba y me llevó a otro lugar, siendo una persona completamente distinta. No soy la misma, ni falta que hace.
El candado sigue ahí, pero no por defensa, sino como un recordatorio.
La vida ha vuelto a girar, pero esta vez, soy yo quien decide la dirección de las calles adoquinadas.
Este silencio de la mañana, que solo me pertenece a mí, es la prueba.
Estoy en casa.
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