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MI PADRE - por Mila G.R.
Conozco este lugar. Lo sé porque la huella de la bota de mi padre, justo frente al portal, sigue estando ahí desde el día en que la hizo hace cuarenta años. Era un hombre tan impaciente que no pudo esperar a que el cemento fraguase antes de entrar.
He vuelto guiada por la necesidad, para vaciar este trastero que acabo de poner a la venta.
Aquí, mi padre guardaba sus tesoros: cosas, la mayoría de ellas inservibles, que mi madre se negaba a tener en casa. Libros viejos, bicicletas destrozadas, aparejos de pesca, cajas y más cajas apiladas conteniendo chatarras diversas.
Uso mi vieja llave para entrar. El trastero está oscuro. Busco el interruptor, pero no funciona. Del techo cuelga un casquillo sin bombilla. Con la linterna de mi móvil recorro los escasos diez metros cuadrados del recinto. Huele a humedad y a papel envejecido. El polvo lo cubre todo y las telarañas bailan, abrazadas a las vigas del techo.
Me abro paso entre el laberinto de objetos y pongo la mano sobre una pila de revistas polvorientas. Nada que valga la pena, solo la confirmación de que mi padre era un acumulador incorregible.
Al fondo, detrás de unas alfombras enrolladas, veo una caja de madera que no recuerdo haber visto antes. A diferencia de las otras cajas de cartón desvencijadas, esta parece haber sido cuidada.
Examino el cierre: un pequeño candado de latón, tan oxidado que, tras forzarlo un poco, se abre sin dificultad.
La luz de mi móvil se proyecta en el interior al levantar la tapa. La caja contiene varios objetos: un pequeño cuaderno con tapas de cuero desgastadas, un turbante de color azul eléctrico con estrellitas doradas, una capa del mismo color, un anillo con una gran piedra granate, una botellita de cristal en la que se lee “Aceite de Sándalo” y una baraja de tarot.
Abro el cuaderno con dedos temblorosos. La letra de mi padre es inconfundible, con sus grandes bucles y esa cursiva inclinada. No es un diario, sino anotaciones metódicas:
15/11/79 – Cliente: Señora M. – La Rueda de la Fortuna en posición invertida y la Sacerdotisa. Advertí sobre un estancamiento en lo profesional y la necesidad de introspección.
01/12/79 – Cliente: Señora H.V. – El Loco y El Mago (ambos al derecho). Un nuevo comienzo prometedor, pero que requiere una acción rápida. Se mostró escéptica.
20/01/80 – Cliente: Dama del Vestido Rojo (DR) – Tirada de Cruz Celta. El Juicio invertido y la Torre indican colapso inminente. Se aconseja silencio y espera.
Sigo pasando páginas. Veo nombres de mujeres, fechas de los años setenta y ochenta, y junto a cada entrada, una cifra de pesetas y el comentario final: “Éxito de la predicción”, “Muy satisfecha, volverá”. “Asegurarme de que el pago sea en efectivo”…
El cinismo de estas frases me muerde el alma. No era un juego; era un negocio.
Los "tesoros inservibles" de mi padre no eran solo bicicletas rotas. El hombre que me enseñó a desconfiar de los horóscopos había pasado parte de su vida desentrañando destinos y cobrando por la desesperación ajena. Sosteniendo las cartas en mis manos, no sentía el polvo de cuarenta años, sino el peso de una vida paralela que yo acababa de empezar a descubrir.
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