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La Trifulca - por SilvinaR.
Conozco este lugar, parece que fue ayer cuando se armó la trifulca en la tierra colorada de Misiones, donde el calor no te saluda, te sofoca. Un lugar donde vivía Ofelia, una niña de ocho años con la maldición de la curiosidad y el aburrimiento crónico, una mezcla que en un pueblo de Argentina suele ser más peligrosa que un corte de luz ¡justo cuando hacen un gol!
Su gran descubrimiento ocurrió una tarde bajo la sombra de un mango. Era un cofre pequeño de madera oscura, que tenía un enorme candado de hierro, Ofelia carente de paciencia no buscó la llave, simplemente dio un tirón y el cerrojo cedió, con la mala suerte de que fue a darle justo en la nariz.
Dentro del cofre, encontró una baraja del tarot. Para Ofelia, que solo conocía los naipes españoles para jugar al chinchón, aquello no era más que un juego de cartas de lujo. Ni por un segundo pensó en destinos, o profecías. Solo pensó: “Estas son más grandes y hacen una casa de naipes más vistosa.”
Y así empezó el drama.
En la mesa del patio, bajo la mirada indiscreta de la vecina más chismosa de la cuadra, Doña Berta (cuyo pasatiempo favorito era el “espionaje vecinal de alto rendimiento"), Ofelia comenzó su construcción de naipes. Puso al Loco como cimiento, el Mago como pared lateral y La Sacerdotisa como techo. Una composición arquitectónica cuestionable, pero estable.
La aparición de estas figuras apiladas en la vereda, fue suficiente para que se activara el protocolo de alarma de brujería en el barrio. En Misiones, basta con atar 4 palitos con una cinta roja, para que te acusen de pactar con “los de abajo”, así que una niña con una baraja de arcanos mayores era, claramente, la prueba del apocalipsis en cuotas.
Doña Berta, realizando una maniobra de máxima eficiencia, se santiguó con una mano mientras sostenía el teléfono con la otra para avisar a sus contactos de WhatsApp. El mensaje era claro: “¡Esa guanita es así porque la mamá no le bautizó con el agua socorro, y ahora le dio por invocar espíritus en lugar de jugar con muñecas!”
Los vecinos se acercaban horrorizados, mientras Ofelia, ajena a la mística, solo se preocupó cuando vio la primera gota de sangre de su nariz caer en su vestido. Su mayor terror no era el infierno, sino que su mamá la persiguiera por toda la calle con la chancla.
Pero lo que sucedió fue más aterrador, en ése momento a Ofelia le dio una tos explosiva y se llevó las manos a la garganta mientras se sacudía violentamente. El rascacielos de tarot se vino abajo en un instante. Los vecinos no necesitaron más: “¡Se ha poseído!, gritó Doña Berta, iniciando una estampida que rivalizaría con cualquier manada de carpinchos asustados. Algunos corrieron por sus vidas, mientras que los más valientes (o los más supersticiosos) empezaron a arrojarle agua bendita que guardaban estratégicamente, en bidones de gaseosa. Un sacerdote que pasaba por allí, el Padre Rogelio, que en su vida solo había corrido para no perder el colectivo, llegó sin aliento, blandiendo dos palitos como si fueran las espadas de un exorcista.
Tras cinco minutos de caos digno de una épica tropical (cinco minutos que, siendo sinceros, fueron lo más emocionante que había ocurrido en la cuadra desde la última vez que cortaron la luz), el pánico se desinfló. Ofelia, con los ojos llorosos y la dignidad por el suelo, logró confesar: “Tragué un mosquito”.
Los vecinos, que habían estado a punto de vivir la mejor anécdota de sus vidas, se quedaron en un silencio deprimente. La Estrella del tarot, después de todo, no había invocado a fuerzas ancestrales. La baraja del tarot fue un fracaso místico y el candado no valía ni el óxido que tenía.
Y así… se resolvió la Gran Posesión de Villa Carpincho: no con fuego y azufre, sino con un bicho volador y un ataque de tos.
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