<< Volver a la lista de textos
El mensaje - por GitaR.
EL MENSAJE
Conozco este lugar. El mismo sitio con el que he soñado las últimas semanas. Regresando sobre mis pasos cada día y aún no logro descifrar el esotérico mensaje.
Después de caminar sin rumbo fijo, mirando distraídamente todo y nada a la vez, me detuve ahí. Exactamente allí.
– ¿Cuántas veces habré pasado por aquí sin fijarme?-, será el destino quien ha guiado mi ruta, dije para mis adentros.
Una puerta de madera, seis hileras de remaches de bronce a todo lo ancho, la manija con forma de mano portando un anillo en que sobresalía un ojo.
Protegida por cuatro piezas dispuestas de a dos, en vertical y horizontal, estaba la mirilla.
Llamaba la atención la cerradura, con huellas del tiempo sobre ella, fingiendo ser sempiterna. Asimismo, un curioso candado con forma de corazón se aguantaba indeleble de un par de argollas y refugiándose en su abertura, la llave.
Sin pensarlo, giré la canilla, que dejó sentir el roce lamentoso de un chirrido oxidado. Acto seguido, sin apenas tocarla, la puerta cedió, quedando abierta, como si me estuviera esperando. Mostrándome unos escalones de piedra que descendían revelando profundas huellas de abandono, junto a unos bordes erosionados por el tiempo. Terminando en un descanso, que abocaba a otro postigo. Un aire de misterio y dejadez reinaba en este lugar. Impreso en la puerta, una baraja del tarot me daba la bienvenida.
Un aire gélido se apoderó de las paredes y una atiplada voz resonó a mis espaldas. Un escalofrío recorrió mi espinazo.
– ¿Llegaste?, …tardaste, pero ya estás aquí -, su agudo alarido se dejó escuchar.
– ¿Por qué debería haber llegado antes- , dije para mis adentros.
– Cuando tomaste la maleta, me despertaste -, continuó hablando.
– ¿Quién eres?, ¿qué está pasando?-, pregunto, aún sin volverme.
– Nada que temer. Por favor, entra y hazme los honores.
Intrigada penetré en el recinto, que aunque aparentemente oscuro, iba descubriendo un espejeo debido al movimiento de unas cortinas muy desgastadas que velaban unas aberturas simétricas en lo alto de la rústica pared de piedra. En el centro, dispersos sobre el suelo, los huesos de aquel desconocido, que interrumpía mi sueño cada día.
Un empujón suave se sintió a mis espaldas, conminándome a continuar hasta donde estaban los restos.
– Ya sabes lo que tienes que hacer-, susurró en uno de mis oídos.
En tanto una brisa fresca tranquilizaba mi cuerpo y mis sentidos.
Mis manos, poco diestra en éstos menesteres, se dejaban llevar por un impulso desafiante, hasta terminar y juntar cada una de las partes de la osamenta del ignoto y taparlo. Cubriéndolo con aquel paño que permanecía incólume en el tiempo y que al levantarlo, allí, debajo, El Mago.
Por un instante todo se detuvo, hasta el silencio. Para volver a escuchar, ahora con una voz calmada:
– Ya sabes lo que tienes que hacer, gracias-, dejó sentir una respiración profunda hasta que desapareció.
Un remolino me llevó de manera inesperada al exterior de la calle entretanto sujetaba con mis manos aquella baraja de tarot.
Comentarios (0)