<< Volver a la lista de textos
Susurros entre el polvo - por Daniel Escobar Celis
Conozco este lugar. Cada pasillo, cada cuarto, cada mueble me habla de un tiempo en el que el polvo, el óxido, el moho no lo cubrían todo. De un tiempo en el que el reloj de madera daba sus campanadas a cada hora.
Escucho voces y risas lejanas, aunque no distingo sus rostros. Sin embargo, ¿realmente he estado aquí? Nací a miles de kilómetros de distancia y esta ha sido de manera oficial mi primera vez en el pueblo.
Cuando me invitaron aquí no lo pensé dos veces antes de lanzarme a la aventura: una nueva experiencia en una casa aislada en lo alto de la montaña, sin habitantes conocidos desde hace décadas.
—¡Tienes que ver este lugar! —gritó mi amigo, sacándome de mis cavilaciones.
Lo seguí hasta una puerta de madera apenas en pie. Una gruesa cadena con un candado antiguo intentaba impedir el paso, pero el tiempo había logrado lo contrario.
Solo bastó un empujón para que los soportes se vinieran abajo, ayudado por el peso de la cadena.
El interior estaba desierto, con excepción de un baúl en un rincón. Al entrar sentí una incomodidad que se acrecentó a medida que nos acercábamos.
Por un momento quise retroceder, pero mi amigo insistió. Estuvimos cerca de media hora forzando aquella reliquia hasta que finalmente abrió.
En su interior yacía una caja y en ella una baraja de tarot.
Entonces, apenas la toqué, un cúmulo de imágenes llegó a mi mente.
Unos padres amorosos, unos sirvientes detrás de mí en todo momento.
Veo una mujer vestida de negro con un velo. Es pálida como un fantasma y su sonrisa me da escalofríos.
Ahora, me asomo por la puerta a escondidas; mis padres están con ella mientras revisan las cartas en la oscuridad.
Luego, solo veo oscuridad.
Al abrir los ojos, mi amigo me sacude con fuerza, preguntándome qué pasó. No obstante, me cuesta hablar.
—Apenas agarraste las cartas, te desmayaste, y tembló —dijo, atropellando las palabras con la respiración acelerada—. Debemos irnos. Escuché pasos, gritos y voces extrañas. Ya no es divertido.
Cuando fuimos a salir del cuarto, una ráfaga nos empujó hacia adentro, levantando una polvareda, y entre ella creí ver la figura de la mujer de negro. Corrimos hasta la entrada, tropezando y golpeándonos con diversos objetos. Aquella fue la última vez que mi amigo me invitó a un lugar así.
Y ahora estoy aquí, aún tratando de entender qué fue lo que pasó. Las investigaciones posteriores apenas han arrojado una pista, pero es suficiente para encender una obsesión: la casa, siglos atrás, perteneció a una familia de la realeza menor cuyo único heredero, un niño, murió en circunstancias nunca aclaradas. Es lo único que sé, un frío dato histórico que no debería significar nada para mí. Sin embargo, cada vez que cierro los ojos, veo el rostro pálido de la mujer de negro y siento, con una certeza que me hiela la sangre, que su historia y la mía están entrelazadas. Y no descansaré hasta descubrir cómo, y por qué su fantasma me reclama.
Ccomentarios (1):
Anavi
18/11/2025 a las 16:51
Buenos días Daniel, un placer leerte de nuevo. Me pareció que tu relato es una buena historia de aventura en el tiempo y suspenso 👻, está interesante, no tengo mucho que opinar más que aunque me parece un pelo sencillo está bien estructurado. ¡Felicidades por volver, sigue así!