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Tiempo - por Miriam TorresR.
Web: https://historiasdethaisite.wordpress.com/
Conozco este lugar.
La estrecha calle, de adoquines pequeños y escasas farolas, por la que nadie pasea a estas horas. Excepto yo. Camino cansada, con las manos resguardadas en los bolsillos de mi abrigo negro, la boca cubierta con una braga de cuello ajustable y la nariz asomada para que no se me empañen los cristales de las gafas. No hace tanto que los días eran más agradables y formaban ese entretiempo incómodo. Me pregunto en qué momento dejaron de existir cuatro estaciones. En nada, llegará la Navidad. Otro año más.
A mi derecha, el parque que siempre veo vacío. A mi izquierda, cruzando la calle, ese edificio de fachada triste con luz en las ventanas del piso superior. Y la solitaria parada de autobús, un poste que intenta destacar sin éxito. Apenas pasan coches, y los que lo hacen disminuyen la velocidad como si quisieran pasar desapercibidos. Como yo.
Retomo mi marcha un par de pasos más hasta que me encuentro con una caja a mis pies, emergida entre la oscuridad como si llevara tiempo esperándome. No me considero una persona curiosa; sin embargo, me resulta intrigante. Tampoco soy amiga de lo ajeno, pero miro a ambos lados de la calle antes de agacharme a cogerla. Huele a madera húmeda, es vieja y parece mal conservada al juzgar por la astilla rebelde que traspasa mi guante. El candado que sella su contenido parece sonreír burlón.
La agito un par de veces y algo repiquetea en su interior. Un ruido seco y firme, de objeto rígido. Aún a riesgo de clavarme más astillas, sostengo la base con una mano y deslizo la otra sobre su superficie, analizando cada lateral en busca de la llave que no encuentro. Un coche me deslumbra con sus acusadores faros, agacho la cabeza y me cubro con la capucha del abrigo. Es la señal que necesito para sacar la bolsa de tela que guardo en uno de los bolsillos y llevarme la caja conmigo.
Paseo hasta mi casa con relativa tranquilidad y sin cruzarme con nadie. Parada frente al portal, consigo coger las llaves para abrir la puerta con un ligero temblor y subo las escaleras, sigilosa, mientras la adrenalina golpetea en mis sienes ansiosas. Una vez en el rellano, avanzo hasta llegar a mi puerta, que abro despacio para no hacer ruido y evitar que me vean los vecinos. Parapetada en mi guarida, cierro con llave y deslizo el cerrojo de seguridad. Exhalo y recupero mi respiración contenida, aunque no me siento aliviada. Corro hasta la cocina, dejo la bolsa en la encimera y saco la caja.
Me detengo a observarla con más detalle. El deslustrado color dorado del candado me lleva a hacerme a la idea del tiempo que ha pasado por él; y el óxido, que lleva cerrado demasiado tiempo ocultando algo valioso. Como yo. Podría tirar de él y terminar cuanto antes. Seguramente se desprendería con facilidad. Sin embargo, decido conservarlo intacto, aunque ello me suponga hacer uso de otras prácticas.
Un par de clips de mi escritorio son la solución. Desdoblados, los introduzco con cuidado por el pequeño ojo del candado y me acerco. Cierro los ojos para poder escuchar mejor la música que ansío, el clic que me hará poseedora del secreto que esconde. El pestillo está suelto y oscila a punto de caerse. Lo retiro con cuidado y levanto la tapa despacio. Contengo el aliento. Saboreo la tensión que me invade ante la proximidad de descubrir el misterio que me obsesiona.
Una funda de terciopelo negra, impoluta, resguarda una baraja del tarot dorada que centellea entre mis manos, y que ya tiene dueño. Me recorre un escalofrío que cala hasta lo más profundo de mi ser.
–Aún es pronto… –Me lamento, aunque me invade la rabia.
–Hicimos un trato, ¿recuerdas? –responde una voz áspera a mi espalda, y me giro para ver la enjuta figura de negra sombra que me espera apoyada en el marco de la puerta.
–¡Por favor, necesito más tiempo! –suplico con un nudo en la garganta– ¡Me quedan muchas cosas por hacer!
–Viniste a buscarme, te ayudé –interrumpe, mientras señala la baraja–, y durante este tiempo has jugado a ser yo y has vivido como si no existiera. Creíste que podrías deshacerte de ella, burlarme, y en cambio, has malgastado la única oportunidad que se te ha concedido en este mundo. Ahora te toca pagar.
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