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La casa de la abuela - por NatreR.

Conozco este lugar, pase muchos veranos de mi infancia en esta casa. Era una tradición en mi familia deshacerse de los hijos durante las vacaciones, un acuerdo entre adultos donde los niños no teníamos voz, pero por mi estaba bien, creo que yo esperaba con más ansias alejarme de mis padres que ellos de mí.

Después de tanto tiempo acá aún se respira la energía vigorizante y lozana, es un fastidio que la pesada presencia de mis padres y el lúgubre ambiente de velorio no me deje disfrutarlo.

Mi abuela no era de odiar, pero creo que odiaría esto. Odiaría ver reunidos en la intimidad de su casa a tantos que solo se acordaban de ella cuando el fin de mes se ponía difícil. Pero sobre todas las cosas, ella odiaría ver tanta expresión solemne pululando por su casa, odiaba la tristeza. Entre mi pesar me alegra que ella no esté acá para ver esto. O sea, ella si esta, frente a mí en formato ceniza, pero no está la parte importante.

Como parte del trámite un abogado canoso puso el video del testamento de mi abuela. Apareció su imagen, con su sonrisa jovial, ropa elegante y un “si” escrito en la frente, literalmente. Los nietos nos miramos con sonrisas cómplices y compartimos una risita, era un chiste interno entre abuela y nietos, pero nuestros padres lo entendían bien, y no les hacía un poco de gracia, no logro entender cómo es que ella parió gente tan rígida.

Después de darnos un mensaje dulce y ligero, empezó con lo importante.
«Le di algunas vueltas al asunto, pero la verdad es que no encontré una buena forma de dividirles mis cosas, así que, en resumen, a la Gabita le dejo mis gallinas, el gato a Milito y lo demás lo resolveré como he resuelto toda mi vida»

Apenas mi abuela saco sus cartas de tarot con mis primos nos partimos de la risa, por supuesto que ella resolvería un asunto así de serio con sus movidas esotéricas, y la cara de mis padres y mis tíos fue aún mejor. Estoy segura que via a mi tía Miriam arrugar la frente aun con todo ese bótox acumulado, y casi podíamos escuchar los gritos que mi tío Carlos luchaba por tragar.
«Los taxis se los dejo a … Ah, El loco, obviamente esto es para mi nieto Santi»

El Santi, mi primo más grande y el que en las noches de verano acompañaba a mi abuela con una cerveza mientras los más chicos jugábamos juegos de mesa. Cuando chocó ebrio el tractor del abuelo fue que se acabaron los veranos con la abuela. Lo retamos a hacerlo y fue muy divertido, pero en definitiva no valió la pena.

Sus demás negocios y propiedades los siguió regalando como dulces en Halloween, y más que haciendo caso a las cartas, diría que lo hacía de forma arbitraria, aunque dudo que fuera coincidencia que a mi tío Carlos no le tocara nada.

A mi hermana le tocaron sus collares y a mi tía Miriam los anillos, a mi sobrina de 14 años una camioneta, a mis padres algunas acciones y a mi tío abuelo media colección de vinos y whisky. En cuanto a mí, me toco una pequeña caja misteriosa, eso también es un movimiento muy de mi abuela. Ya cuando acabo el video el abogado me la paso, era de madera y con un pequeño candado que podría romper con las manos si me lo propusiera.

Cuando la abrí vi las llaves de la casona con un pequeño lazo, derrame las lágrimas que intenté retener desde que supe de su muerte, y es que ahora se sintió demasiado real, esta casa ya no es ni será más la casa de mi abuela.

Con las manos temblorosas escudriñé los demás cachivaches de la cajita, estaba la caja donde guardaba esas desgastadas cartas de tarot, ella escribió fuera “no perdamos el contacto”. Incluso ahora, ella siempre sabía qué decir y como consolarme.

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