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Cartografía de una familia - por CLAUDIA AVILA VARGASR.

Cartografía de una familia
“Las familias se parecen a las trenzas: pueden aflojarse, pero siguen siendo una sola cuerda.”
A veces siento que nuestra historia familiar es una trenza que ha pasado por muchas manos. Un tejido que respira, que se estira, que a veces parece romperse pero que sigue ahí, aferrado a los hilos que lo sostienen. Mi abuela, con sus manos pequeñas y pacientes, se trenzaba el cabello cada mañana como si en cada cruce de mechones dejara un recordatorio: lo importante es no soltarnos del todo. Ahora que ya no está, su ausencia pesa como un silencio antiguo, pero sus palabras siguen siendo una brújula para estos días en los que pareciera que nos alejamos sin querer.
Mi mamá, ya mayor, y con una memoria que pareciera olvida cosas, asuntos, momentos. Hay instantes en los que me mira sin reconocerme, como si yo fuera un visitante que se detiene junto a su puerta para pedir indicaciones. Pero en esos mismos ojos que olvidan, hay una ternura que no desaparece. Y ahí, en esa chispa, entiendo que el amor no depende de la memoria: vive más profundo, donde no se borran ni los nombres ni los rostros. Ella sigue siendo el centro de nuestro viejo mapa, ese que nos guía aun cuando ya no tiene líneas claras.
A veces me detengo y pienso en mi hermano mayor, en su cansancio, en su partida. En Salomón, se fue al cielo porque ya llevaba demasiados pesos invisibles. Lo extraño con una intensidad que no sé nombrar, con ese dolor suave que se siente en el pecho cuando uno recuerda algo que fue hermoso y ya no está. Hay días en los que siento que él, desde algún lugar quieto, acaricia mis hombros y me dice que no deje que la trenza se termine de aflojar. Que siga. Que no deje de amar aunque duela.
También aparece mi papá, limpio y repetitivo como un ritual sagrado, frotando su carro en frente de la casa aunque no fuera a moverlo. Ese movimiento constante era su manera de afirmarse en el mundo. A veces creo que esa imagen es un mensaje que nos dejó sin saberlo: mantener algo limpio, incluso cuando no se usa, es otra forma de cuidar. Y a veces cuidar es lo único que podemos hacer para no rompernos.
Pienso en mis sobrinos, en todos sus caminos distintos. En sus voces nuevas, en sus curiosidades, en su forma de escaparse de la casa como si la vida solo pudiera empezar lejos. Y pienso en mi Mimí, allá, en otro país, intentando caminar por calles que todavía no le pertenecen. Sé que a veces se siente como quien escucha a un guía turístico describir un lugar que no termina de volverse hogar. Ojalá pudiera decirle al oído que la extraño, que la vida tarde o temprano le va a sonreír bonito, que aunque esté lejos sigue siendo parte de esta trenza que no dejamos de tejer.
A los que están cerca también quiero recordarles algo: no necesitamos grandes rituales para reencontrarnos. Basta reunirnos, mirarnos un momento sin prisa, recordar las niñeces distintas pero compartidas, el olor de la casa vieja, los juegos que ya nadie menciona pero que aún viven bajo la piel. A veces cometemos un pequeño asesinato sin querer: el asesinato de los vínculos por descuido, por orgullo, por cansancio. Pero basta un abrazo para que el hilo vuelva a tensarse y la trenza recupere su forma.
Y cuando miro todo esto… cuando lo pienso con calma… comprendo que la familia es un mapa imperfecto. Uno lleno de rutas que se pierden, de atajos que no llevan a ninguna parte, de atascos que nos frustran, de líneas que no siempre sabemos interpretar. Pero es nuestro. Es el único mapa que nos reconoce incluso cuando nosotros mismos nos desconocemos.
Por eso hoy, desde lo que soy, desde lo que quedó y lo que todavía me sostiene, quiero decir algo que a veces me cuesta pronunciar porque me hago a un lado para respirar:
Tonticos los quiero mucho.
Los quiero aunque a veces me aleje.
No porque no pertenezca, no porque no los ame, sino porque a veces también necesito mirar el mapa desde lejos para no perderme.
Pero sigo aquí.
En cada recuerdo.
En cada hilo de esta trenza.
En cada ruta que nos encuentre.
Siempre, sigo aquí.

Ccomentarios (1):

Codrum

19/12/2025 a las 14:41

Hola, Claudia:

! Qué ternura tiene tu relato!
Un ritmo pausado ( que no denso) capaz de decir mucho en muy poco.
La originalidad de la metáfora -e hilo conductor de todo el texto- es maravillosa.

Esta frase me pareció muy buena “A veces cometemos un pequeño asesinato sin querer: el asesinato de los vínculos por descuido, por orgullo, por cansancio.”

El relato es íntimo. No sabemos si es una carta, un discurso o simplemente un pensamiento, pero es eficaz y poderoso. Llega dentro. El cansancio de la voz hace que la lectura sea lenta para sentir el amor que quiere transmitir.
Por ponerle solo un pero, (creo) que alguna coma se ha colado donde no debía. O alguna frase está cortada.
Ejemplo: En Salomón, se fue al cielo porque ya llevaba demasiados pesos invisibles

Ejemplo: Y, a veces cuidar es lo único que podemos hacer para no rompernos.

Pero eso no quita belleza a un texto que me ha hecho frenar los latidos del corazón.
Vengo de leer “el mapa que no es” y ese me aceleró. Aquí encontre paz y ternura.

Gracias por compartir un texto tan bonito.
!Buen trabajo!

Pd: si quieres responder a mi comentario, por favor, hazlo en mi texto ( nr 18) no hace falta que lo leas. pero así lo encuentro antes.

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