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Callvú Leovú - por AmadeoR.

Callvú Leovú

Hacía meses que Dagmar, abuela de Nicki, su primer nieto que pronto hubiera cumpli-do ocho años, pensaba contratar a un guía turístico para que la acompañara hasta la Piedra Azul, pues ella quería tocarla, confirmar que teñiría sus dedos para así cumplir el deseo de su nieto, que no pudo hacerlo por sufrir un accidente. Sería una honra en el día del cumpleaños de su adorado nietito.
El dolor constreñía su corazón, pero sentía el deber de llevarlo a cabo. Ella se preparó mentalmente, avisó a su hija quien trató de disuadirla por lo peligroso de los senderos de esa montaña, pero sin éxito. Un día después, Dagmar se acercó al Club de Alpinismo y contrató a Hyogo, un joven guía en cerros y cordilleras, para el martes siguiente.

Nicki había concretado dicha excursión acompañado por su padrastro, pues había sido tanta la insistencia del nene, que la madre los autorizó. Feliz el menor y serio el hombre, ini-ciaron el recorrido para conocer la gran piedra Callvú Leovú con grietas amenazantes, para entonces tocarla con ambas manos y lo mismo harían con el arroyito de aguas puramente azules teñidas por la piedra.
Ambos habían ido bien equipados por el frío y lo desparejo de las sendas a transitar. Nicki cantaba su alegría y el padrastro, todo lo contario: mudo y serio al sentirse obligado de esa expedición, tonta para él. Con la Piedra Azul a solo unos diez metros, Nicki gritó y corrió hacia ella, tropezó y cayó con su mano derecha extendida, pero no llegó a tocarla. El golpe en su cabeza se lo había impedido. El padrastro lo cargó aun respirando, caminó y corrió cuando podía, pero al llegar al hospital confirmaron su fallecimiento. La tristeza familiar había sido mayúscula al igual que las acusaciones múltiples al padrastro, pero sin pruebas confir-matorias de posibles descuidos. Hubo divorcio. Dagmar quedó destruida.

El día que Nicki hubiera cumplido ocho años, la abuela y el guía, inician la excursión hacia Callvú Leovú. En el auto de Hyogo llegan al pie del cerro. Él le muestra un mapa bien detallado e inician la caminata por los senderos, algunos angostos y abruptos y otros amiga-bles. El guía ayuda a la señora, que si bien es relativamente joven y sana, necesita apoyos para cruzar piedras, troncos y arroyitos y así evitar caídas y golpes. Dagmar habla maravillas de su hija y del nieto: su razón de vida. El guía comenta sus experiencias y principales aven-turas. Ríen en coro, mientras se acercan al objetivo.

Ya cerca y con la Piedra Azul a la vista, ven varias cruces entre rocas peligrosas, no por tamaños, si no por sus con cortes filosos.
—Parece un mini cementerio —afirma Dagmar con cierta duda.
—Si. Existe un vieja y maldita leyenda —responde Hyogo mirando al suelo mientras niega con la cabeza y agrega— sí, una antiquísima tradición de los machuches… que la pie-dra tiñe de azul las aguas del arroyito y que si intentas tocarla para que tiña los dedos, nunca llegas a ella y mueres en un accidente.
—¡Pero!… ¡Entonces es un asesinato!
—Sí, de allí estas cruces —las señala con la mano— y se dice que los muertos son muchos más.
—¡Pero!… los guías ¿no les avisan del peligro? —consulta la abuela, con voz de re-proche.
—Si los guiamos nosotros se lo advertimos, pero muchos ignorantes, que llegan por su cuenta lo intentan y la mayoría muere… Justo hoy, hace un año que los originarios, por la muerte de un nene de siete años, colocaron la última cruz… esa, la de color celeste claro —explica Hyogo sin saber el parentesco de la abuela.

Dagmar mira al guía, se toma la cabeza, llora desconsolada, pues necesita expul-sar tanto dolor. Minutos después algo más serena le pide a Hyogo, seguir hasta la piedra y tocarla… Hyogo, se niega, la amenaza con volver solo y avisar a la policía…
—Vuelva usted solo, yo quiero teñirme toda de azul y acompañar a mi nietito, tan…tan inocente y hermoso —balbucea Dagmar, pues no encuentra palabras para mostrar.
Hyogo la abraza y compartir la tragedia. El tiempo desaparece. Luego, paso a paso, sin resistencia de parte de Dagmar regresan al club de Alpinismo. No necesitan hablar, pues con solo mirarse cada tanto a los ojos, les es suficiente para compartir el suplicio ondulante que los rodea.

Comentarios (2):

Otilia

19/12/2025 a las 12:25

Hola, Amadeo, nos presentas una bonita historia, aunque triste. Reflejas bien el dolor de la abuela por la pérdida del nieto. Me ha gustado.
Esta frase “Nicki había concretado dicha excursión acompañado por su padrastro…” la hubiera expresado de otra forma porque parece poco creíble que un niño de siete años lo haga y tenga tanto interés por ir. Solo es mi opinión y la historia es tuya.
¡Buen trabajo!
Saludos.

Moldy Blaston

19/12/2025 a las 22:31

¡Hola Amadeo me toca comentar tu relato, con mucho gusto!

Me ha gustado mucho leer tu relato, tiene un gancho emocional potente desde el principio que me ha atrapado como lector. La participación de la abuela cumpliendo el deseo póstumo de su nieto es conmovedora y crea una atmósfera de duelo y determinación que se siente auténtica, como un ritual personal ante la tragedia.

El flashback sobre la muerte de Nicki está bien colocado y añade profundidad al personaje de Dagmar, mostrando su dolor sin caer en lo melodramático. Me encanta cómo introduces la leyenda de la Piedra Azul: le da un toque mítico y misterioso que eleva la historia más allá de lo cotidiano, convirtiéndola en algo casi folclórico. Las cruces como “mini cementerio” es una imagen visual potente que genera escalofríos.

En cuanto a lo constructivo, en el diálogo final, la revelación del parentesco es impactante, pero el ritmo se acelera un poco: quizás alargar levemente la reacción de Dagmar con un gesto o recuerdo breve haría el clímax más intenso.

Y el final, con el abrazo y el regreso silencioso, es precioso y poético, transmite esa conexión humana sin necesidad de palabras.

En resumen, has creado una historia tierna y triste con un giro sobrenatural sutil que funciona genial. ¡Sigue explorando estas leyendas locales, tienes un don para lo emotivo!

Si quieres puedes pasarte por mi relato (*35) para comentarlo.

Nos leemos!

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