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RECUERDOS - por PROYMAN1R.
La casa de mi abuela olía siempre a madera húmeda y a tiempo detenido. Sus manos, arrugadas como raíces antiguas, guardaban secretos que nunca se atrevían a pronunciarse en voz alta. Yo crecí entre sus silencios, aprendiendo que las palabras podían ser tan peligrosas como las armas, y que a veces el pasado se escondía en los pliegues de un suspiro.
Una tarde, mientras la lluvia golpeaba los cristales con la insistencia de un tambor lejano, encontré en un baúl un mapa. No era un mapa común: no señalaba caminos ni ciudades, sino heridas. Estaba dibujado con trazos torpes, como si la mano que lo trazó temblara de miedo. En sus líneas se adivinaban lugares del pueblo, esquinas olvidadas, un río que parecía arrastrar más que agua.
Cuando lo mostré a mi abuela, sus ojos se oscurecieron. No dijo nada al principio, solo acarició el papel como quien toca una cicatriz. Finalmente murmuró:
—Ese mapa es la memoria de un asesinato.
La palabra cayó como un relámpago en la penumbra. Crimen. Nunca la había escuchado en su boca, y sin embargo parecía haber estado siempre allí, escondida detrás de cada gesto suyo, detrás de cada silencio.
Me contó entonces una historia que no estaba en los libros ni en las conversaciones del pueblo. Una historia que había marcado su vida y que, como una sombra, se había extendido sobre la nuestra. El mapa señalaba el lugar donde la sangre se mezcló con la tierra, donde un hombre fue arrancado de la vida por la furia y la traición.
El relato de mi abuela no era una confesión, sino una declaración. Sus palabras se entrelazaban con la lluvia, con el crujido de la madera, con el latido de mi propio corazón. Yo la escuchaba como quien escucha un mito, sabiendo que en cada palabra había verdad , fantasía, dolor y poesía.
El crimen no fue solo un hecho: era una herida que había cambiado el curso de la familia, un secreto que había obligado a mi abuela a callar durante décadas. El mapa, más que un documento, era un símbolo de resistencia. Era la manera que tuvo de no olvidar, de mantener viva la memoria cuando el mundo quería el silencio.
Esa noche comprendí que el mapa no debía ser seguido como quien busca un tesoro, sino leído como quien descifra un poema. Cada línea era un verso, cada marca un recuerdo. El río era el tiempo, la cruz roja era la culpa, la tierra removida era la memoria que insiste al salir.
Mi abuela me señaló el mapa como quien enseña un tesoro. No me pidió que denunciara, ni que vengara, ni que desenterrara pruebas. Solo me pidió no olvidar.
—La justicia, hijo, no siempre se escribe en los tribunales. A veces se escribe en la piel de quienes no olvidan.
Desde entonces, guardo el mapa en un cajón de mi escritorio. No lo consulto para buscar caminos, sino para recordar que la verdad, aunque oculta, respira bajo la tierra. El crimen que marcó a mi abuela es también parte de mi historia, y el mapa es la brújula que me recuerda que la memoria es un territorio que nunca debemos abandonar.
Porque al final, lo que ella me enseñó es que los mapas no solo sirven para ir a un lugar en la tierra. También sirven para llegar al corazón. Y el suyo, el mapa de la abuela, es la cartografía de un silencio que se convirtió en palabra, de un dolor que se transformó en poesía, de un crimen que, al ser contado, dejó de ser solo crimen para convertirse en memoria.
Sentado frente a la chimenea de la casa rural con el fuego encendido el guía turístico que teníamos asignado me miraba intrigado sin saber que con mis pensamientos no me decidía a arrancar y estaba retrasando la excursión a la que estábamos próximos a partir yo con mis compañeros de viaje.
Comentarios (3):
Angélica Bohórquez
19/12/2025 a las 00:04
Me gusta el relato; me queda la duda de quién era ese hombre asesinado: esposo, hijo, hermano, papá. ¿Quién? Tiene frases bonitas y cierto aire de poesía. ¿Tiene un continuará?
Clarinete
19/12/2025 a las 14:29
Coincido con Angélica. Me gusta el relato y como la compañera me pregunto si habrá un continuará.
Felices fiestas
Clarinete
Moldy Blaston
19/12/2025 a las 22:48
Bueno Proyman1, otra vez estamos aquí y me paso por tu relato aunque no toque, con la seguridad de que merecerá la pena.
Pues sí, me ha encantado tu relato. Creo que tiene una atmósfera envolvente desde la primera línea, con ese olor a madera húmeda que ya me mete como lector en la casa de la abuela como si estuviera ahí. La prosa poética fluye genial, con metáforas potentes, que dan un toque literario maduro y evocador, perfecto para un taller como el nuestro.
El desarrollo del secreto familiar es sutil y poderoso: la abuela no confiesa, declara, y eso crea una tensión emocional que crece con la lluvia y los silencios. Me gusta cómo conviertes el mapa en símbolo de memoria y resistencia, elevando un crimen a algo mítico. El cierre con la lección sobre la justicia en la piel de quienes no olvidan es muy poético y deja huella.
Has logrado una reflexión profunda sobre herencia y olvido con imaginación y talento, dos de tus virtudes que más admiro (y envidio). El lenguaje tiene un ritmo y una emoción contenida que me ha enganchado de principio a fin.
Enhorabuena!
Si quieres puedes pasarte por mi relato (*35) y me comentas.
Nos leemos!