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La isla del tesoro - por Daniel CallejaR.

Web: https://debusquedasylocuras.blogspot.com

Nunca voy a poder olvidar la última conversación con mi querida abuela Elsa. Una charla que cambió mi monótona y solitaria vida para siempre.
Ella tenía por entonces noventa y cinco años, y me llamó con urgencia a su casa una tarde de invierno. Me extrañó que fuera su hijo, el tío Luis, quién me abriera la puerta. Me señaló el cuarto y abandonó la casa bastante molesto.
—Querido nieto —dijo la abuela con una débil sonrisa al verme llegar—. Tenía miedo de que no llegaras a tiempo. Ven, siéntate a mi lado.
Me asustó verla en ese estado. Creo que ella notó mi estremecimiento.
—Tranquilo, ya me está llegando la hora de descansar. No quiero que llores. He tenido una vida larga y feliz. Tengo que darte algo. Antes de que sea tarde.
Yo no podía hablar. Un nudo me atenazaba la garganta. Ella me pidió que le alcanzara una caja que había adentro del ropero. Sacó un papel de dentro de un pequeño cofre.
—Como tú eres mi nieto preferido, quiero hacerte un regalo muy especial. ¿Te conté alguna vez que de joven fui guía turística en un crucero? Eso fue antes de conocer a tu abuelo, que en paz descanse. Ese mapa es para ti —agregó alcanzándome uno muy viejo con una cruz marcada.
Lo miré desconcertado.
—¿Qué es esto, abuela?
—¡Un mapa del tesoro, qué otra cosa va a ser! —exclamó con una vitalidad poco acorde con su estado.
—Oh, vamos, abuela, estas cosas no existen más que en las novelas de piratas. Ya no soy un niño para creer en esas tonterías.
—No eres un niño, eres un viejo de casi treinta años. ¿Crees que te haría venir de tan lejos para tomarte el pelo?
Nunca la había visto tan molesta. Al menos no conmigo.
—Lo siento, abuela, es que… suena demasiado fantasioso.
—Pues no lo es. El hombre que me trajo el mapa dijo que había cometido un asesinato para conseguirlo. Que me buscaba a mí por mi oficio. Le dije que buscara a un navegante, pero él insistió en que yo estudiara el mapa. Que volvería en tres días a buscarme. Nunca volvió. Casi lo había olvidado del todo, hasta hace unos meses, cuando apareció su nieta en la televisión. Había encontrado el diario de su abuelo y quería recuperar el mapa que el hombre había entregado a una misteriosa mujer.
—¿Entonces?
— Quiero que la busques y la ayudes a llegar al tesoro. Es su única descendiente y le corresponde.
—¿Y por qué no se lo pediste a Luis? ¿Por qué yo?
—Porque ese inútil es incapaz de hacer algo bueno. Porque confió en ti más que en nadie. Y porque el abuelo ya viene a buscarme. Luis querría quedarse con el tesoro. Para ti sería suficiente premio el hacer lo correcto.
Tres días después, la abuela marchó en paz a reencontrarse con el amor de su vida, y yo a cumplir con mi misión.
Fue muy fácil encontrar a Ana. Todos los portales de noticias hablaban de ella. Era una muchacha de veinte y tantos años, algo bonita y con una energía contagiosa. Cuando tuvo el mapa en sus manos lloró de alegría. Aceptó mi propuesta de llevarla al lugar. Sin dudarlo. O casi.
No resultó difícil encontrar la isla, y más sencillo aun hallar el tesoro. Lo desenterramos llenos de expectación, y si bien no fue lo que esperábamos, al menos nos permitió cubrir los costos del viaje y nos dejó una muy pequeña ganancia que ella insistió en compartir conmigo.
Muchos años después, cuando cenábamos con Ana y nuestros hijos, recordé las palabras de mi abuela y fue imposible no sonreír.
—La abuela dijo que mi mayor premio al devolverte el mapa, sería la satisfacción de haber hecho lo correcto. Y en parte no se equivocaba. Y aunque el tesoro no fue lo que esperábamos, valió la pena vivir esa aventura. Porque eso me permitió encontrar el verdadero tesoro, que fue conocerte a vos —dije mirando a mi esposa con el corazón rebosante de amor.
María, nuestra hija mayor en plena pre-adolescencia, nos miró a ambos y exclamó:
—Sabía que podías ser cursi, papá, pero acabas de romper el récord interplanetario. Y lo peor es que te crees romántico. Si a veces hasta me das vergüenza. ¡Ah! Y no comienzan a intercambiar saliva hasta que terminemos de comer. ¡Es un asco!
Ana y yo no pudimos seguir con la cena. Imposible comer y desternillarse de risa a la vez.

Comentarios (3):

Angélica Bohórquez

19/12/2025 a las 00:12

¡Qué relato! Sencillo, lindo, con un toque de ternura, me gusta, me recordó a mi abuela que siempre piensa en que yo sea recompensada después de casi toda una vida de sufrimiento, lindo relato

warriorV

19/12/2025 a las 12:03

Dos cosas: se te fue el dedo en confió y la otra es, como se dice en esta tierra: ¡Tienes más cuento que Calleja! Entretenido. salu2

Hugo

20/12/2025 a las 02:43

Hola Daniel:
Me ha gustado tu relato en primera persona con diálogos bien intercalados y un comienzo que invita a continuar leyendo: “Una charla que cambió mi monótona y solitaria vida para siempre.”

Te comento algunas cosas que me hicieron un poco de ruido, para que las analices y veas si pueden aportar algo.

“… una caja que había adentro del ropero. Sacó un papel de dentro de un pequeño cofre.” No me suena bien tanto de, dentro, adentro y se me hace que explica mucho cómo llega al mapa pasando por el ropero, la caja, el cofre.

“Ese mapa es para ti —agregó alcanzándome uno…” Creo que tendría que decir Este mapa es para ti, porque se lo está entregando.

“—Oh, vamos, abuela,…” Suprimiría “Oh” y las comas: Vamos abuela, creo que suena más coloquial.

Creo que habría que trabajar un poco más la relación de la abuela con el hombre que asesinó para conseguir el mapa del tesoro, sobre todo por el interés que ella tiene para que el mapa llegue a la nieta del asesino. Además me pregunto ¿por qué la abuela había sido una misteriosa mujer?

Debería ser confío en lugar de confió.

“…el verdadero tesoro, que fue conocerte a vos —dije mirando a mi esposa…”. Eliminaría “a vos” porque es redundante.

Estimado Daniel, lo que te digo son solo elucubraciones que me surgieron al leer tu texto. Espero que mi comentario te sea útil, si no, solo tienes que desecharlo.

A seguir escribiendo y leyéndonos para mejorar día a día.

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