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UN DÍA FATAL - por JL.MartínR.
UN DÍA FATAL
El día que maté a Susan, nada más despertar en su acogedora casa, advertí el ambiente, la lluvia, la luz… Todo tenía un aire extraño.
Sobre la mesilla de noche, una tulipa, una foto, un mapa de Málaga y el reloj: las 15:30. Susan y yo nos habíamos acostado a las cuatro de la madrugada y habíamos sacado brillo a nuestra excitación carnal. Nadie abriría la puerta del dormitorio y se extrañaría al ver que compartía cama con una mujer de 55 años.
A Susan la conocí a media luz en un pub de Marbella donde abundaban mujeres solteras, divorciadas y tal vez esposas insatisfechas. No sé qué me atrajo de ella, pero me gustaban sus piernas, su cinismo… Desde luego, no fue su edad; había adquirido la suficiente experiencia para tratar todo tipo de amoríos. El caso es que me acerqué a ella y, sin saber cómo, acabamos en el salón de su casa, en su ducha y en su cama.
Había pasado un año desde que la conocí, pero mi presencia en su casa seguía siendo un misterio. Yo no la amaba, y estaba claro que ella tampoco me quería a mí. ¿Qué hacía conmigo? No lo sé, supongo que huir. Huir de la soledad, de la cama vacía. Me levanté enseguida, dejé a Susan durmiendo, bajé a la cocina en calzoncillos, cogí una cerveza y me senté frente a la ventana.
Yo disfrutaba de las madrugadas los fines de semana. En algún momento le había dicho que me ganaba la vida como vigilante nocturno en un club del puerto marítimo. Ambos habíamos hecho un pacto de silencio.
Recorrí con la mirada mi vientre, que había cambiado mucho durante este tiempo. Acabé la lata de cerveza y abrí otra y luego otra. Pronto la mesa pareció un cementerio reciclable. Bajé la vista y allí se hallaba mi tripa rolliza y pensé que Susan me estaba cebando. Lamenté mi estado físico envejecido a los 37 años, sin los abdominales tersos de antes. Cualquier mujer huiría de mí nada más ver mi barriga flácida.
Aún estaba lamentándome por el estado de mi vientre cuando Susan bajó con su bata de seda.
—Buenos días, Tony —dijo Susan, con las manos en los bolsillos.
—Buenas tardes, querrás decir. Son las siete. ¿Qué hacías arriba?
—Tengo que hablar contigo —añadió.
Las cervezas comenzaban a obrar su efecto. «Tengo que hablar contigo»: la frase favorita de mi abuela cuando se disponía a reñirme.
—La otra noche, estuve hablando de ti con el encargado del pub.
—¿Ah, sí?
―Tony, tú sabes lo que siento por ti…
—Por supuesto.
Susan me dedicó una mirada de cansancio, se alejó de mi lado y una vez en la entrada de la cocina, cogió el teléfono y se giró con la intención de llamar a alguien.
—¿De dónde sacas el dinero? Dímelo, por favor.
—¡Ya lo sabes! —contesté.
Susan me miraba entre lágrimas. Yo no entendía nada, pero su actitud amenazante me aturdía. Descolgó el teléfono…
—¿Qué haces? —pregunté.
—Estoy enterada para quién trabajas. He leído un correo en tu móvil, donde te citan para el sábado y dice: —María te recogerá a las 23:00 horas. Ten tu arma a punto—.
—¡Coño!, ¿eso es todo? —Me eché a reír.
—Tony, te quiero, pero compréndeme, tengo que llamar a la policía.
Entonces entendí que Susan estaba asustada. Últimamente había leído noticias sobre un asesinato que se había producido en un fin de semana y estaba dispuesta a llamar al 091.
—¿Crees que soy un terrorista?
—Tony, te quiero, pero tengo que llamar —dijo temblando y, al sacar la otra mano del bolsillo de la bata, descubrí que empuñaba una pistola.
—No, estás equivocada. Hago el amor con mujeres y ellas me pagan.
—No. No te creo.
—¡Escucha! La mujer me recogerá para llevarme a un hotel. El arma a la que se refiere… por Dios, no creo que tenga que explicártelo.
—¿Un gigoló con esa tripa? —me muero de la risa.
―¡Cállate! ―exclamé gritando.
—No te creo, Tony —sentenció sin dejar de reírse. Ya no temblaba y me apuntó fijamente con la pistola.
Me abalancé sobre ella con la rapidez que me permitían las cervezas y caímos arrastrados por el suelo. Sonó un disparo cerca de mi oído y quedé atontado. Susan yacía boca abajo en un charco de sangre.
Ccomentarios (1):
Daniel Calleja
18/12/2025 a las 22:01
Hola, JLMartín. El principio del relato hace pensar que mataste a Susan en la cama apenas despertar, al menos eso me parece a mí. Se me hace difícil comentar tu texto, a fuerza de ser sincero. El final, dado el principio, parece caer de maduro. No consiguió engancharme. “Ese día, nada más despertar en la acogedora cama de Susan, advertí que el ambiente, la lluvia, la luz… Todo tenía un aire extraño”. Explora ese comienzo y verás como cambia todo.Espero ayudarte con estos consejos. Nos seguimos leyendo.