Literautas - Tu escuela de escritura

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Camaradas Eternos - por Cristina Otadui

Míralos.
Insultantemente felices, jóvenes, distraídos, muy risueños, sin obligaciones de ningún tipo, divertidos.
Aquel verano de los 80 nadie tuvo prisa. El calor y las vacaciones lo hacían todo fácil: nunca madrugábamos, tomábamos el sol hasta mediodía y antes de comer corríamos al agua buscando el momento de frescor que aquella descarga de adrenalina nos proporcionaba.
Después, las siestas eternas se escurrían entre conversaciones y a veces besos o complicidades extrañas.
Era el mapa de nuestros días: solo vivíamos.
Ahí, en una esquina se adivina el rostro de Rosa, que quería pintar, como la abuela Lina que había sido hippie y Carlos que apoya la cabeza en su hombro sonriendo como siempre y Berta… ¿Qué diablos hacia Berta con nosotros aquel verano? Era amiga de la hermana de Enrique, nuestro músico, ese de las gafas. Enrique… que siempre hacia muchas preguntas a las que nadie contestaba.
Fue nuestro último verano juntos. Quien lo iba a imaginar entonces. Quien hubiera pensado que un giro brusco, ahogado fuera a terminar aquel verano con todos los veranos de nuestra vida.
Aquella noche aún debía resonar la música a lo lejos.
En un minuto la emoción se tornó en imprudencia, la diversión en tragedia y el futuro de pronto se convirtió en pasado.
Dejada atrás la madrugada, ya por mi afición a los líos verbeneros o por el exceso de cañas o vaya Ud. a saber porque decidisteis dejarme atrás, mi mente quiere recordar algo sobre una rubia y que os llamé malnacidos a gritos, que volví hasta la barra y seguí bebiendo y haciendo risas, pensando que erais unos cabrones y que ya me las pagaríais.
Nunca pude cumplir mi amenaza.
Fue una tragedia absurda. Unos hablaron de asesinato, otros de venganza. Algunos de mala suerte. ¿Bandas? ¿drogas? ¿Qué pasó en el camino para que pararais el coche?
Dicen que el tiempo es la duración de las cosas sujetas a mudanza y entre nosotros fue tan breve, tan roñoso y mezquino, tan tacaño…
Pero desbordante y cuantioso también. Tan excitante y rico en pasión y alegría, que aún hoy, después de los años, os sigo llevando de vacaciones conmigo y allí donde soy feliz me fotografío con vosotros queriendo que, aquel tan escaso tiempo crezca y me acompañe ilimitadamente.

Comentarios (3):

Codrum

19/12/2025 a las 10:01

Hola, Cristina:

¡Qué texto más…! No tengo palabras. No sé si es entrañable, técnicamente muy elaborado, psicológico y hermoso.

Me encanta la facilidad con que te manejas entre varios tiempos. Cómo te metes (y nos metes) en la cabeza del protagonista y escribes lo que pasa en esa cabeza: caótico, donde los pensamientos divagan, y estructurado, donde se lamenta o reflexiona. Y la gran elipsis del accidente, dado que el protagonista / narrador no conoce esos datos más que de oídas.
El hecho de llevar la foto desde el principio…

Incluso las divisiones del texto ayudan a enfatizar, con los puntos y aparte, las diferentes fases de pensamiento.

La frase final es de enmarcar.

Menudo nivelón.

No puedo añadir más.

Bueno, te hago una pregunta para aprender.
En este párrafo: «Fue nuestro último verano juntos. Quien lo iba a imaginar entonces. Quien hubiera pensado que un giro brusco, ahogado, fuera a terminar aquel verano con todos los veranos de nuestra vida.»

Yo hubiera puesto interrogación, pero tú no lo hiciste y, aún así, se entiende. En vez de sonar a pregunta retórica, suena a afirmación. Más plana… No sé si me explico. ¿Fue esa tu intención?

Para poder leer tu respuesta -en caso de que quisieras responder- hazlo en mi texto. No es necesario que lo leas. Así me sera más fácil encontrarlo.

Carlos Tabada

19/12/2025 a las 18:30

Hola Cristina, no me toca comentar aquí, pero lo voy a hacer por dos razones. La primera es que tengo ciertas expectativas en cuanto a tus críticas, ya que te tocó mi relato. Esperaba emocionado algo más lacerante, y creo que se ha quedado solo en un buen intento, hasta que resulta empático sin pretenderlo. La segunda es que tú relato también parece algo intimista, y como tiendo a dejarme llevar por el lado despreocupado de mi mismo, supondré que la buena Iría nos ha tendido una trampa sofisticada. O no, y mi entendimiento, ciertamente fiable, es un ejemplo más de “errare humanum est”.
Por cierto, en lugar de “vaya usted a saber porque decidisteis”, escribiría “vaya usted a saber qué, decidisteis”. Es más vulgar pero a mí me gusta mas

Moldy Blaston

19/12/2025 a las 22:39

Hola Cristina, me toca comentar este mes tu relato, con mucho gusto.

Qué bonito relato, me ha dejado con un nudo en la garganta. Esa evocación nostálgica del verano de los 80, con su calor perezoso, las siestas eternas y esa libertad absoluta de la juventud, pinta un cuadro tan vivo que casi siento el sol en la piel y oigo las risas lejanas. Casi vuelvo a mis 18 años.
Tienes un don para capturar la esencia de esos momentos efímeros, haciendo que como lector me sumerja en la felicidad despreocupada del grupo.

La voz del narrador es tremenda: melancólica, íntima, como un monólogo interno que va desgranando recuerdos con cariño y rabia contenida. Me encanta cómo introduces a los personajes de forma fragmentada —Rosa la pintora, Carlos sonriente, el misterioso Enrique con sus preguntas—, da profundidad sin explicarlo todo, y deja esa intriga sutil sobre Berta que funciona genial.
El contraste entre la euforia vital y la tragedia absurda es brutal, y esa frase sobre el tiempo “roñoso y mezquino” pero desbordante de pasión resume todo con poesía pura.

En fin, has tejido una elegía juvenil que emociona de verdad, con ritmo y lenguaje que fluyen de una manera super natural. Creo que manejas la emoción con gran madurez. ¡Sigue así, que este tipo de recuerdos colectivos tiene mucho jugo! Animo total.

Si quieres puedes pasarte por mi relato (*35) y me comentas.

Nos leemos!

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