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¿Quién podría arruinar esta noche? - por Karx+18
Web: https://lanubedekarx.blogspot.com/
El autor/a de este texto es menor de edad
La casa sigue donde hace años fue construida, construida por el arquitecto de mi abuelo, Guiacomo.
Las escaleras, largas como el año.
El aroma particular de la vivienda, sus claros colores, los retratos colgados por doquier, retratos de los distintos miembros de la familia. Y tres habitaciones. De sus tres hijas. Y la suya, la que solía ser de ellos.
Un aroma dulce arropa el hogar, hogar cálido, donde todos los años se celebraba un año nuevo.
Noche de ilusiones, risas, brindis, charlas largas. -¿Quién podría arruinarla?- Eso pensé yo.
Con el último humo de la chimenea, se detendrá el tiempo.
Con el último reflejo, de las sonrisas en el champán, se cerrarán las puertas.
Con la última campanada, se encenderán las sirenas.
-¿Qué podría arruinarla? -pensé yo.
Se dice en los anuncios de navidad, que este tiempo es una oportunidad de reconciliación con tus seres queridos.
Un día sin problemas.
Un día de paz hasta para los soldados en guerra.
Nos preparamos con nuestras mejores galas.
Brillamos más que las constelaciones y ardemos más que cualquier candela.
Nos pintamos la cara y no para carnavales: te la afeitas, te echas mil potingues, te pintas los labios y luces una largas pestañas.
Todo, para camuflarnos con una máscara frente a nuestros seres “queridos”.
Todos los virus, desaparecen, pero no se dan por vencidos.
En navidad, en año nuevo, parecemos tenerlos bajo control, porque la fuerza de estas fiestas es más fuerte que cualquier enfermedad. Sin embargo, hay una epidemia que se llevó a mi abuela de la mano y desde entonces no la he vuelto a oír, escuchar, o ver.
No es fácil de evitar.
Nosotros, los humanos, no podemos evitar tenerla ni con vacunas o jarabes.
No existe una cura para la envidia, el rencor o la ambición.
Aquella noche, no solo el aire se cargaba con el olor del pollo.
Los pensamientos intrusivos florecieron, luego de haber plantado aquel mapa sobre la mesa.
Surgió la desconfianza.
Todos nos mirábamos sabiendo que algo se ocultaba hacía años en aquella casa.
La casa de mi abuela.
Las máscaras cayeron.
Los soldados tuvieron que volver a su lucha incesable, y mi familia, ellos, no soportaban el saber, que bajo los cimientos, se guardaba un tesoro que podría valer millones.
Mi abuela, por su parte, no dijo palabra. Era propiedad de mi abuelo, y lo escondió antes de comenzar con la casa.
Las campanadas ya se oían a lo lejos. Todos comíamos las uvas en silencio.
La tensión cortaba las palabras y las miradas me asfixiaban.
Todos comenzaron a mostrar su verdadera naturaleza. Y poco a poco se acercaba la última uva.
-Si queréis saber de aquel escondite, os diré que la llave se guarda en mi corazón-.
Fueron sus últimas palabras. Las palabras de mi querida Giulia.
La última campanada había sonado.
Ella murió con una sonrisa de amor, tras ser asesinada por tía Mangia, con un cuchillo de los cubiertos dorados, comprados por mi abuela para aquel día tan especial para ella.
El día de su muerte.
Aquel asesinato no fue el único, pues después de haber sido atravesados sus órganos, y en especial su inocente corazón, las hermanas comenzaron a pelear por la “llave dentro de su corazón”.
Sus maridos y mis primos, descontrolados, al igual que ellas, comenzaban a golpear hasta a sus propias mujeres o madres, y entre ellos, por quedarse con el tesoro.
Mi corazón no fue arrebatado, pero casi se infarta al presenciar aquel circo de vísceras.
Me escondí bajo las largas escaleras de la casa y llamé a las autoridades.
Mis llantos podían levantar al más inválido de la ciudad.
Mi miedo podía atraer a cualquier bestia del sur, si así fuera posible.
-Cualquier cosa podía arruinar aquella noche -. Una simple caja lo hizo. Bajo las escaleras tan largas como los años de cárcel correspondientes a aquellos caníbales.
Una simple caja con la respuesta de aquella noche.
“Dejo está nota junto a mi mayor tesoro. Los regalos de mis nietos e hijas. Valen millones para mí, más que cualquier baratija de oro. Confío en que le den la gran suerte a esta casa de aguantar años y años. Sobretodo, que pueda ver los grandes recuerdos de esta hermosa familia.
La llave está en ti, Giulia. Cuidalos incluso durante tu último aliento.
No te preocupes si te olvidas de este cofre. Yo te dibujaré con mis manos un mapa del tesoro.
Así nunca te olvidarás de mis palabras.”
Firmado vuestro abuelo, marido, y padre.
Guiacomo.
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