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Pequeños proyectos - por HugoR.

Pequeños proyectos

Sentado a la sombra de un árbol, con la espalda apoyada en el tronco, Juan garabateaba el viejo mapa ya inútil con su lápiz rojo. Había salido al amanecer en busca de una mina de oro abandonada a principios del siglo pasado y que nadie recordaba.

Supo por su abuela que la mina estaba al oeste del peñón al que se llegaba remontando el Río Manso. Se lo había dicho cuando era un niño; una más entre tantas historias que le contaba en las noches tempranas de invierno.

Juan era guía de turismo y necesitaba nuevos sitios donde llevar a los viajeros que pasaban fugaces por el pueblo durante el verano. Sumar nuevos atractivos, eso buscaba.

Durante toda la mañana caminó aguas arriba bordeando el río. Llegó al peñón pasado el mediodía, lo subió evitando pendientes pronunciadas y desde la cima miró hacia el poniente. Vio pastizales altos, arbustos dispersos, más allá el bosque nativo y a lo lejos la cordillera. No divisó huella ni senda.

Pensó que era buen momento para comer algo y decidir por donde continuar. Cortó unas rebanadas del salame grasiento que tenía en la mochila, lo comió con pan y con arrepentimiento por no haber llevado la bota con vino tinto.

Se limpió las manos fregándolas en los pantalones y se preparó para continuar la búsqueda. Primero intentó ubicarse con el teléfono celular pero no había señal, después revolvió en la mochila y sacó el mapa de un antiguo relevamiento topográfico.

El plano era un fiel reflejo del terreno salvo las líneas de puntos que marcaban un sendero que iba desde el peñón hacia las montañas atravesando el bosque. Esa era su única referencia y aferrándose a ella reanudó la marcha.

Juan no encontró el sendero, se lo había devorado el tiempo, pero se las ingenió para andar entre pastizales. Siguió avanzando hacia la puesta del sol, que estaba próxima a suceder.

Supo que la búsqueda duraría más de un día pero eso no lo inquietó porque tenía equipo para acampar. Calculó el tiempo que había pasado desde que dejó el peñón y estimó una distancia que trazó en el mapa con el lápiz rojo. Ese era el trayecto que creía haber hecho. Si estaba en lo cierto y caminaba un par de kilómetros más, llegaría al piedemonte.

Anduvo entre lengas y ñires, el sol era su única guía y cuando comenzaba a ponerse, Juan salió del monte. Buscó un lugar donde acampar, el frío lo incomodaba e hizo una gran fogata. El fuego iluminó un pedacito de la noche y servía para espantar a los animales que intentaran acercarse. Antes de dormir planificó el itinerario del día siguiente.

Al despertar no recordó si había decidido ir al norte o hacia el sur. Le dio igual y eligió el sur. Partió liviano de equipaje dejando el campamento armado. Había resuelto bordear el piedemonte, no internarse en la pre cordillera, y que si ese día no encontraba la mina regresaría a casa y pensaría en otro proyecto que ya comenzaba a vislumbrar.

A poco de andar encontró una vertiente. Bebió y llenó la cantimplora con agua fresca y cristalina. También vio muchas huellas de pumas antes de que el suelo se hiciera rocoso.

El sol tomaba altura y el color de las montañas se tornaba intenso. Un resplandor dorado atrapó su atención. Era algo pequeño, estaba a unos veinte metros y brillaba mucho. Juan fue hacia él con la esperanza de haber encontrado oro.

Tomó el mineral en sus manos, lo observó con detenimiento, primero lo sopesó, después lo golpeó contra la roca y finalmente trazó una raya sobre el granito. Eso le bastó para saber que era pirita, el oro de los tontos. Sonrió y lo guardó en el bolsillo.

Si hay pirita puede haber oro, quizás la mina esté cerca, pensó. Y comenzó a imaginarla. También imaginó a los mineros trabajando en el socavón, conjeturó aventureros enfermos de fiebre del oro que habrían sido capaces de todo, hasta de cometer asesinatos. Absorto en tales elucubraciones, amasando historias que podría contarles a los turistas, cambió el rumbo y se metió entre los cerros.

En el pueblo están los que dicen que Juan descubrió una nueva beta y partió con todo el oro que fue capaz de llevarse. Hay distintas versiones de hacia donde fue. Otros aseguran que se perdió en la cordillera y murió de hambre o de frio. También están los que con morbosidad y sadismo afirman que lo devoraron los pumas.

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