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Prohibido asesinar en Navidad - por Pilar (marazul)R.
—Si ya estamos todos, empezamos el itinerario. Me llamo Roberto. Voy a ser vuestro guía por una de las villas con más historia y más bonitas de la región. No quiero haceros esperar —dice mientras se frota las manos—, que hace mucho frío. ¡En marcha!
Así comenzó la visita para este reducido grupo de turistas: un matrimonio mayor, él intentaba a toda costa doblar el mapa; ella llevaba de la mano a su nieto que lo que quería era soltarse para ir a la plaza a ver las luces del árbol de Navidad. También una pareja de orientales con sus cámaras al hombro, un hombre de mediana edad con capa y gorro de piel, lo que le daba un aspecto de lo más pintoresco y cuatro jóvenes bien preparados para el frío que abrían y cerraban sus mochilas entre cuchicheos y risas.
Se adentraron por callejuelas estrechas y empedradas que en esa época del año tenían los balcones de las casas iluminados con luces cálidas. De vez en cuando alguna guirnalda caía sobre la fachada de piedra, pero pocas. Todo era austero en aquella villa medieval: la piedra, las luces tenues…El olor a leña quemada evocaba épocas pasadas, y un halo de misterio envolvía el ambiente.
Por su parte Roberto, perfecto conocedor de la historia del lugar y de los secretos que escondían aquellos muros, también tenía dotes interpretativas. Con voz potente y perfecta oratoria se ayudaba de gestos exagerados para narrar las características arquitectónicas de la Iglesia, del Convento y del Torreón.
Cuando el grupo entró en el pasadizo que unía el Convento con el Torreón, el guía subió el volumen de la música gregoriana que hasta entonces había mantenido suave. Todo ello para que el visitante entrase en situación; algo que por las caras de interés de los turistas estaba consiguiendo de sobra.
Con un tono de voz más elevado comenzó a narrar la conocida leyenda del lugar:
—Y bien, quiero que escuchéis atentamente lo que os voy a contar —y con grandes aspavientos comenzó su relato—: el Conde, don Beltrán, tenía una hija que ya desde niña estaba destinada a tomar los hábitos. Ofresa, que así se llamaba, era de una gran belleza que, aunque recatada, no podía disimular sus inclinaciones y deseos como mujer que era. El rubor le subía por las mejillas cada vez que se cruzaba con el joven sacristán; este a su vez la miraba ensimismado sintiéndose alterado.
Como era de esperar en aquellos jóvenes, que por edad les correspondía probar lo que la naturaleza les había dado, se veían a escondidas dando rienda suelta a su fervor juvenil.
Y precisamente aquí —continuó Roberto, mientras señalaba un sillón de brazos tapizado en rojo—, era donde tenían lugar estos encuentros amorosos.
Al enterarse su padre, el Conde, —siguió el guía— mandó desterrar al sacristán y encerrar a Ofresa en el Torreón, en el lugar en el que estamos. Y además sentenció que: «¡quién osase sentarse en este sillón concupiscente caería fulminado cual le cayese un rayo!»
Ni que decir que los turistas, temerosos al escuchar la maldición, dieron un brinco hacia atrás. Todos menos el hombre de la capa y el gorro de piel que parecía burlarse de esas historias inventadas para atemorizar al pueblo. Así que ni corto ni perezoso saltó el cordón y se sentó tranquilamente en el sillón rojo mientras soltaba una carcajada y se hacía un selfie.
Aquel acto tuvo sus consecuencias inmediatas: el insensato se llevó la mano al pecho y cayó al suelo con los ojos desorbitados.
—¡¿Está muerto?! ¡Ay…dios mío!, la leyenda, gritó la señora mayor visiblemente alterada.
—No, abuela, ha sido un asesinato. ¿No ves el reguero de sangre sobre la piedra? —dijo muy excitado el niño que, aunque solo tenía ocho años, era muy observador.
Todas las miradas se dirigieron hacia Roberto que para sorpresa de los presentes no parecía alterado. Al contrario, acercándose a su cómplice le ayudó a levantarse, dejando ver el pequeño frasco de tinta roja que había guardado debajo de la capa.
Después de algunas risas nerviosas y algún suspiro de alivio, se escuchó a Roberto decir:
—Y con este broche final, espero hayan disfrutado de la historia y del teatro improvisado.
A continuación los dos se inclinaron en una estudiada reverencia.
Ccomentarios (1):
Codrum
18/12/2025 a las 21:00
Hola, Pilar:
Al ver el título dije: me lo leo. Luego vi que era tuyo y lo entendí.Has hecho de guía perfecto, para los lectores.
Sí que están espabilados los niños hoy en día.
Me ha gustado mucho la forma, de describir el pueblo. Son todos los pueblo y el del relato que nunca sabremos como se llama. Eso ayuda mucho a que se imagine dando cada uno su toque personal de lo que conoce. El detalle del frío para meter aún más en situación es muy bueno.
Y qué decir del grupo. ¿ nadie sospecharía jamás de un hombre con capa?
La historia dentro de la historia está bien ligada. No parece un yuxtapuesto, es muy orgánico.
Y el final, hace que el título encaje.
Vamos, que me ha gustado mucho.
Buen trabajo.
Pd: si quieres hacer algún comentario a mi respuesta, te pido lo,hagas en mi texto. Así será más fácil que lo vea.
Un abrazo y felices fiestas