Literautas - Tu escuela de escritura

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El obispo - por OtiliaR.

El hombre, que hacía unos minutos les había soltado un sermón, avanzaba hacia ellos doblado, con el pelo revuelto y las manos en el pecho. Parecía una marioneta movida por un titiritero inexperto. Iba dando tropezones, y por fin, cayó de rodillas.
Los dos chicos observaban curiosos y cruzaban miradas irónicas.
—¡Menuda cogorza lleva el cura! —se carcajeó Álvaro.
Martín se acercó al sacerdote, que se mantenía de hinojos como en oración. De pronto, el muchacho quedó paralizado al ver la enorme mancha roja que se extendía por la pechera hasta el vientre.
—¡Álvaro! —gritó.
Los jóvenes vieron, en la mitad del pecho, un agujero por donde en cada latido manaba sangre en abundancia.
—¿Avisamos a los maderos?
—¡Estás majareta! ¿Y qué hacemos con lo que tenemos en los bolsillos? —renegó Álvaro.
—Obis…po, obis…
Al oír aquel susurro, giraron hacia el que creían muerto y escucharon su última exhalación.
Inquietos, pensaban qué hacer cuando vieron llegar a la esplanada coches policiales.
—¡Vamos! —echó a correr Álvaro.
No les sirvió para nada. Fueron atrapados y metidos a empellones en el coche patrulla.
—No hemos sido. Nosotros solo le dijimos que nos dejará en paz. Además, había un tío, subido en una Honda, que le vio marchar vivito.
—Nos contareis el cuento en comisaría.
Mientras, al solar llegaron la brigada criminal, el fiscal y una ambulancia.
Cuando el médico forense dio fe de los hechos. Carlos empezó el trabajo. Llevaba diez años de criminalista y todavía no se había acostumbrado a los cadáveres. Este hombre de la Iglesia le provocó náuseas.
Recordó la niñez, sus años de rebeldía por aquellas calles, y al párroco asesinado, un hombre lascivo. Él, a petición de su abuela, le ayudó a salir de las reyertas que se preparaban, un día sí y otro también, por dominar el trapicheo en el barrio.
Todavía rememoraba la emoción de su abuela, el día que decidió cambiar de bando y entrar en el cuerpo de Policía.
—Estoy muy feliz, aunque seguiré sufriendo —dijo, abrazándole.
Había pasado una semana desde el asesinato del cura. El jefe, con cara de otra noche de insomnio, abroncaba.
—Seguimos sin saber un carajo y, entretanto, los periodistas han cogido querencia a este asesinato y todos los días en primera plana.
El fiscal, presente en la reunión, también parecía disgustado. El comisario siguió:
—Estaremos de acuerdo, que todas las pesquisas alrededor de la última palabra del muerto, según los macarrillas, “obispo”, han sido dar palos de ciego porque el obispo está ingresado en el hospital.
Carlos, que llevaba largo rato con la mirada fija en la taza de café, salió de su mutismo.
—Conozco a otro obispo.
Todos se volvieron hacia él, y el comisario le apremió con el gesto.
—Sabéis que me he criado en el barrio del muerto. De la cuadrilla de mis tiempos violentos, quedamos pocos: unos murieron por sobredosis, otros se pudren en la cárcel y luego estamos los sobrevivientes…
El discurso quedó suspendido por las lindezas que los colegas descargaron sobre Carlos. Este sin intimidarse continuo:
—Todos conocéis a Pablo Ortiguilla, el famoso guía turístico hecho a sí mismo, y que cuya posición tiene unos orígenes, más bien, dudosos. Él es uno de los que sobrevivió. En aquel tiempo era conocido por el Obispo. Pablo siempre llevaba al cuello un crucifijo; esto unido al gran sello de su meñique le hizo merecedor de dicho apodo.
—Ya estáis echando leches a investigar esa pista —ordenó el jefe. Y a Carlos—: Recorre tu barrio e indaga cualquier rastro del difunto.
—A sus órdenes —dijo, cogiendo las llaves de su Honda.
El comisario llevaba una hora analizando el mapa de los datos recabados, cuando el subcomisario entró en el despacho.
—Los hombres ya han hablado con el tal obispo, y la madeja se ha enredado más.
—¿Qué ha dicho?
—Que contemos con él para todo, pero que tiene coartada. La hemos comprobado y, efectivamente, se encontraba en Barcelona con unos turistas—. Sin hacer caso al cabreo del jefe, el hombre siguió—: Escuche, comisario, lo que soltó: « Investiguen a Juan Martínez, pasó la niñez entre curas, luego en la adolescencia le dio a la droga. Las influencias del difunto le salvaron de entrar en la cárcel y súbitamente Juan dio la sorpresa: se presentó para policía y lo admitieron».
—¿Investigarlo?
—Según Pablo Ortiguilla, algunos muchachos del barrio, entre ellos Juan, fueron abusados sexualmente por el muerto.
—¡Indagad al tal Juan!
—Señor…, ¿Interrogamos al inspector de la brigada criminalista, Juan Carlos Martínez?

Comentarios (2):

Moldy Blaston

19/12/2025 a las 21:28

Hola Otilia.
¡Muchas gracias por tu comentario y por el tiempo que te has tomado en leerlo! Me alegra mucho que te haya gustado el suspense y la agilidad de la lectura, eso era justo lo que buscaba.
Sobre la frase que te genera dudas (“Entonces comprendí algo: tal vez el mapa no reflejaba lo que mi abuela había hecho, sino lo que yo estaba destinado a hacer”), va de esta forma: hasta ese momento, el protagonista cree que el mapa es solo un registro histórico de las “culpas” que su abuela “corrigió” (provocando o aceptando esas muertes). Pero al ver que aparecen nombres nuevos (como el del notario) y que el mapa parece “activo” (no se destruye, se mueve solo), empieza a sospechar que no es un mero archivo del pasado, sino una herramienta viva que obliga al portador actual —él mismo— a continuar el ciclo. Es el punto de inflexión donde pasa de observador a posible ejecutor, lo que lo aterroriza.
Espero que esa aclaración te ayude a disfrutarlo aún más en una relectura. ¡Gracias de nuevo!
Me pasaré por tu relato que es uno de los que me toca comentar, con mucho gusto.

Moldy Blaston

19/12/2025 a las 22:10

Bueno Otilia, paso a darte mis comentarios al relato.

¡Qué inicio tan potente, con ese cura avanzando como una marioneta desmañada, revuelto y herido en lo más íntimo! La imagen se nos graba de inmediato, y las miradas irónicas de los chicos añaden una capa de crudeza que engancha al lector desde la primera línea, invitando a cuestionar apariencias y culpas.

Me encanta cómo el flashback de Carlos teje el pasado del barrio con el presente: esa abuela abrazándolo, el cambio de bando, humaniza al criminalista y carga la historia de ecos emocionales, como si el asfalto guardara secretos que manan como la sangre del pecho.

El ritmo fluye con tensión creciente, del caos inicial a la investigación, y ese final con el inspector Juan… ¡un giro que resuena como un eco del abuso y la redención! El argot sutil da autenticidad al Madrid marginal, sin forzar.

Por afinar algo o intentarlo, quizás unificar antes el nombre de Carlos/Juan Carlos evitaría un leve desconcierto. Y la pista del “obispo” con crucifijo y sello podría insinuarse un poco más temprano, para que el cierre vibre con mayor fuerza simbólica.

Tienes un pulso narrativo envidiable. Esto pide continuación. ¡Sigue explorando esos abismos!
Enhorabuena!
Nos leemos!

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