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EL VIAJE INMOVIL - por Mila G.R.

Sofía era la típica viajera infatigable que jamás salió de casa y que, sin embargo, visitó infinidad de países.
Huérfana desde los diez meses, creció bajo el cuidado de su abuela y su tía en el gran silencio de la finca familiar materna.
Su primer viaje lo emprendió a los seis años, sin moverse de la habitación de su abuela, casi siempre postrada en la cama, prisionera de su propia tristeza.
Su tía Carmen, recibía cada semana carta de Pedro, su marido exiliado. Las misivas procedían de la lejana localidad de “Soprón”, donde Pedro vivía y trabajaba a la espera de poder regresar a España sin complicaciones ni amenazas de cárcel. La política había distanciado por completo a la pareja. Se rumoreaba que el asesinato de un conocido líder estudiantil, amigo de Pedro, había precipitado su huida y la amargura que ahora invadía la casa.
Y cada semana, tan interesada como Carmen, Sofía esperaba la llegada del cartero. Se había establecido un pacto silencioso: ella se apropiaba del sobre; la tía, del contenido.
Así comenzó su afición por esas estampitas de bellos grabados y bordes dentados, a veces manchadas por la tinta roja del matasellos.
Se sentaba en la cocina mientras su tía preparaba la comida y con el vapor desprendido de las ollas, iba despegando, con infinita paciencia, el timbre del papel para colocarlo delicadamente sobre el mármol de la mesa, donde lo dejaba secar. Eran sellos aromatizados con olor a «cocido de garbanzos», «gallina en pepitoria» o «lentejas con chorizo».
Más tarde, los apilaba y los guardaba como tesoros en cajitas de cerillas. Si las ganas de viajar la asaltaban con una fuerza irrefrenable, los extendía en una larga fila sobre la mesa. Allí los observaba con dedicación, fijándose en el más mínimo detalle, deteniéndose en lo interesante, imaginando cómo sería ese país de fantasía, para ella llamado «Magyar Posta».
Así, semana tras semana, llevó a cabo el peregrinaje por el país de las diez flechas, recorriéndolo de este a oeste y de norte a sur.
Visitó el «Bastión de los Pescadores», la «Basílica de San Esteban», el «Parlamento», la «Plaza de los Héroes», la «Ópera Nacional», la «Gran Sinagoga» y el «lago Balatón».
Tenía un compañero de viaje indispensable: un guía turístico que solo existía en sus fantasías y al que ella llamaba Mister Peter. La acompañaba en todas sus visitas virtuales, y se entretenían en interminables charlas sobre los lugares que sus ojos recorrían en el papel. También se ayudaba de un viejo mapa que su tía le había proporcionado, y qué llenó de marcas y anotaciones.
Pero al poco tiempo, el viaje terminó de manera drástica e imprevista. Pedro regresó a España. Las cartas cesaron y, con ellas, también los sellos.
A Sofía siempre le dolió no haber tenido tiempo de visitar los «Baños Hévíz», no haber podido sentir el calor relajante de los chorros termales ni permanecer a remojo rodeada de vapor y aromas de jabones y almizcles. Creía que esa visita, más que cualquier otra, habría favorecido la sanación de esas dolencias invalidantes que la acompañaron desde siempre.
Aunque no finalizó el recorrido en ese momento, a lo largo de su vida, Sofía realizó otros viajes, rodeando prácticamente todo el planeta. Lo hizo siempre sentada en su silla de ruedas, y siempre rodeada de sus cajitas de cerillas, sistemáticamente ordenadas, que llenaban todos los rincones de la casa.

Ccomentarios (1):

Daniel Calleja

18/12/2025 a las 21:43

Hola, Mila, hermoso texto, lleno de imágenes poéticas y con un ambiente de tristeza y melancolía muy bien logrado. Una historia que conmueve sin golpes bajos y un final donde lo bueno se transforma en malo: el regreso de Pedro se convierte en un freno momentáneo a sus imaginarios viajes. Te felicito. Nos seguimos leyendo.

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