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En blanco - por Juan Manuel Almazán Pardo
El guía turístico consultaba el mapa del castillo sentado sobre la tumba de la abuela del archiduque. Llevaba trabajando en el mismo puesto desde el día siguiente al asesinato de Martin Luther King. Aquella mañana, desayunando, al escuchar la noticia por la radio, le asaltaron la pena y el pensamiento de dejarlo todo, ingresar en un monasterio y entregar su vida a la comunión con el Divino y a un mundo más justo en el que todos pudieran ser iguales, más un rugido súbito en las tripas le evocó el placer del aroma y el sabor de un café con leche caliente acompañado de magdalenas, sepultando la beata idea para siempre, pues el hambre siempre pudo acallar las más noble de las causas. Parecía mentira que ya hiciera más de cincuenta y tres años de aquello y aún menos veraz que hoy fuera su último día de trabajo, pero lo verdaderamente sorprendente era que, por primera y única vez, se había extraviado realizando su tarea. No porque nunca hubiese estado en el cementerio noble, hay otro en el lado opuesto destinado a la servidumbre, tampoco porque no conociese de memoria cada rincón del castillo, sino porque de ninguna manera, aún intentando evocar ese conocimiento con el mayor de los esfuerzos, no lograba recordar cómo había llegado, cómo eran las dependencias y mucho menos: por dónde salir. Miraba el mapa con detenimiento, pero su memoria había borrado el castillo y las líneas que lo delimitaban y los dibujos mostrados en él se hacían ininteligibles. Frustrado, bajó el papel. Aprovechó para observar el tallado de la cruz que coronaba la tumba, el intricado artesonado, de alguna forma le recordaba el de la sepultura de su abuela materna, aquella que durante seis años visitaron todas las tardes mamá, papá y él tras regresar del colegio. Lo que lloró mamá cuando la enterraron, lo que lloró él cuando las tardes de leche, rosquillas y maravillosos relatos, se vieron sustituidas por tumbas y grises rezos. Un día, una tormenta eléctrica cayó sobre el pueblo y uno de los rayos fue a prender el tallado, haciendo arder por completo el cementerio. Quedó tan desolado, que el pueblo completo decidió abandonarlo y empezar la construcción de uno nuevo en otro extremo. Pero, ¿qué estaba haciendo? Tenía un mapa, podía consultarlo para ir… ¿a dónde? Se esforzó en pensarlo y se acordó de aquel plano de la ciudad que dibujaban en clase, donde marcaba en rojo el castillo, su mayor monumento. Le encantaba dibujar el curso del río, la escalinata de la iglesia, el prado de los cerezos… ¡Los cerezos! ¡Cómo disfrutaba cuando Lena y él pasaban las tardes, tras el trabajo, tumbados en el prado, disfrutando del aroma, recitando versos, riendo… Su Lena, aquellos ojos dorados eran como mirar al sol, te encendían el corazón y lo dejaban templado por el resto del día.
¡Tenía un mapa! ¿En qué estaba pensando? Podía consultarlo para regresar a casa, el sol se estaba ocultado, necesitaba salir, cenar caliente en casa, una sopa, de cebolla, como la que preparaba su hijo antes de marchar al frente para no regresar jamás. Gorro alto, fusil, galones… ¡Qué bonito es el cementerio! Le recuerda tanto al de su abuela.
De repente, un señor apareció entre las tumbas, caminando hacia donde estaba. Se envolvía en un abrigo largo y una bufanda larga que le cubría la cara hasta el bigote. Un completo extraño. Se acercó a él, se agachó y mirándole a los ojos le dijo: “¡Padre! ¿Qué hace usted aún en el jardín? Se me va a enfriar. Es hora de volver a la residencia, van a servir la cena”.
Ccomentarios (1):
Diana T
19/12/2025 a las 05:01
Hola Juan Manuel.
Vaya pieza la que nos has dado. Me encantan tus descripciones, tan vívidas. Disfruté de leer cada recuerdo, y la forma en la que el protagonista divagaba y se perdía entre su pasado y presente, sus amores y añoranzas. La historia me llevó de la mano a un final conmovedor que me dejó con el buen sabor de boca que te da el saber de una vida bien vivida.
Por poner un pero, quiero remarcar el párrafo que dice: “sino porque de ninguna manera, aún intentando evocar ese conocimiento con el mayor de los esfuerzos, no lograba recordar cómo había llegado”. Si omitimos lo que está entre las comas, como indica la RAE, nos encontramos con una doble negación (de ninguna manera no lograba). Es cuestión de eliminar alguna de las dos para que el párrafo haga sentido.
Nuevamente te felicito por tu relato. Un placer leerlo.
Saludos y felices fiestas 😄