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La sabiduría de no callar y el arte de observar - por Silvia AnguloR.

Teresa no era una abuela al uso, de esas que se queda en casa sentada todo el día viendo la vida pasar, como si ya no tuviera nada que ver con ella. Estaba hecha de otra pasta. Hacía años que era asidua al centro cultural de su ciudad y se apuntaba a todo lo que había; labores, cocina, teatro y últimamente a las excursiones.
Caminar le ayudaba a ordenar las ideas y le recordaba que si al cuerpo le das marcha, siempre te lo agradece.
Tenia un caracter extrovertido y alegre y no le costaba hacer amigas. Estaba acostumbrada a hablar con gente, a preguntar sin parecer chafardera y a escuchar y observar sin juzgar.
– Ya estaré sola y sin hablar cuando me muera, asi que mientras el cuerpo aguante, quiero disfrutar al máximo.
Esta era su máxima y la repetía cada vez que sus hijos o nietos intentaban frenarla con excusas de prudencia y edadismo.
Por eso, no dudó en apuntarse a aquel viaje relámpago a un pequeño pueblo del norte de España; uno de esos que casi no aparecen en los mapas grandes pero que tiene rincones con encanto y guardan historias increíbles.
El grupo que la acompañaba estaba formado por 12 mujeres y un guía turístico joven y guapo, que en otra época le hubiera agasajado con piropos.
Se sentó cerca de algunas conocidas y dedicó prácticamente todo el viaje a observar el paisaje y a cada uno de sus acompañantes intentando ver más allá de lo que mostraban.
La llegada al pueblo la impresionó. Era un pequeño pueblo de montaña, encajado entre cumbres verdes donde el aire olía a leña y a hierba húmeda. Las casas, construidas en piedra gris y rematadas con vigas de madera oscura, se alineaban unas con otras. Dulcificaban la imagen unas macetas con flores sencillas y de muchos colores.
El refugio era acogedor y estaba decorado con delicadeza. Cada habitación tenía un nombre de flor; a Teresa le tocó alojarse en la "Jazmín".
Una vez ubicados, bajaron a la sala de estar y el guía extendió el mapa de la primera excursión. De repente, Teresa sintió un escalofrío por todo el cuerpo, una sensación extraña que la dejó en shock durante unos instantes.
La excursión fue increíble. El sendero empedrado por donde caminaron les llevó a un bosque cercano. El sonido del agua del río los guió hasta un claro y allí, entre rocas cubiertas de musgo y helechos, encontraron una cascada de agua fresca y cristalina. Aquel lugar la hizo sentir en absoluta paz.
Después de disfrutar de la naturaleza iniciaron el camino de vuelta y de repente el escalofrío regresó en forma de miedo.
El sonido de la sirena de una ambulancia rompía el silencio del pueblo y los vecinos estaban agolpados frente a una casa cercana a la plaza. No tardaron en enterarse: se había encontrado un cadáver. Un asesinato, decían en voz baja, como si la palabra pudiera atraer la desgracia.
El grupo, impactado, decidió recuperar la serenidad y se retiraron al refugio pero Teresa se quedó un rato más. Siempre había pensado que la gente hablaba más cuando creía que nadie la escuchaba. Pasó junto a la casa del crimen y observó con atención. Algo no encajaba.
Esa noche casi no durmió. Repasó conversaciones, gestos y horarios. Recordó una frase escuchada sin querer, una puerta cerrada de golpe, una discusión mal disimulada. Todo encajaba con una claridad que la sorprendió incluso a ella.
Al amanecer, pidió hablar con la policía y aunque nadie la tomó muy en serio al principio, ella no se dejó intimidar y expuso los hechos con calma. El director de la Guardia Civil se quedó boquiabierto ante su exposición y no dudó un segundo. Ordenó comprobar los datos que Teresa había expuesto con tanta calma y bastaron unas horas para confirmar sus sospechas.
Una de las excursionistas ocultaba una relación antigua con la víctima y había mentido sobre sus movimientos la tarde del crimen.
Cuando la detuvieron, el pueblo entero pareció ser el del primer día.
Antes de marcharse, el director se acercó a Teresa.
—Ha hecho usted un gran trabajo.
—No he hecho nada especial. Solo escuchar y mirar sin prisas.
De regreso al refugio, Teresa se sintió en paz. No por haber ayudado a resolver un asesinato, sino porque había vuelto a demostrarse que seguía estando viva, despierta y presente.
Mientras el cuerpo aguante —pensó—, la vida sigue teniendo cosas que contar.

Ccomentarios (1):

Guillermo Cédola

19/12/2025 a las 17:37

Es un relato entrañable y muy bien equilibrado. La construcción del personaje de Teresa es excelente; logras que el lector empatice rápidamente con su vitalidad y su rechazo al “edadismo”. Es refrescante leer una historia donde la experiencia y la capacidad de observación de una persona mayor son la clave para resolver un misterio, dándole un aire muy al estilo de Miss Marple (Agatha Christie) pero con un toque local y moderno.
Hay algunos detalles, que de no estar, harían más fluida la lectura
Tildes faltantes: Hay varias palabras que necesitan tilde para estar correctamente escritas.
“Tenia un caracter”: Debe ser “Tenía un carácter”.
“asi que mientras”: Debe ser “así que”.
“un guia turístico”: Debe ser “un guía”.
El uso de la palabra “chafardera”que es muy descriptiva y adecuada, pero, al no ser de uso cotidiano, me obligaste a ir al diccionario (soy argentino). Si es el tono que buscas o la gimnasia que estás dispuesta a hacerme hacer está perfecta.
El clímax de la investigación, para mi gusto, pasa muy rápido del descubrimiento a la resolución. Dice: “Todo encajaba con una claridad que la sorprendió”.
Pero tené en cuenta que solo soy un lector aficionado y a veces demasiado atrevido.
Nos seguimos leyendo (si te interesa soy el primer relato de la lista)

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