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Silencios - por Leosinprisa

Web: http://elhombrequeteniaunaescobaynosabiautil.blogspot.com.es/

Se escucharon pasos, moviendo de forma aleatoria y arrastrando más que pisando, parecía como si los obligasen a continuar. Estaba lloviendo y los pequeños charcos delataban con sonoros chapoteos aquel caminar intranquilo. Estos llegaron hasta la puerta acristalada y una mano la empujo con cierta desgana.

Llevaba el abrigo mojado, las gotas caían por los bordes de este, empapando el prístino suelo, uniéndose a las marcas de sus zapatos viejos y recordando cuan inútil era emprender la limpieza con un clima como el de esta primavera caprichosa.

Llegó hasta la barra y se apoyo en ella. El Café Valentín siempre había sido un lugar acogedor, ahora era un remanso de paz, la única quietud que necesitaba en ese paseo nocturno improvisado.

—¿Qué va a tomar? –pregunto el encargado con voz familiar¬¬¬— ¿un café, cómo siempre?

Se conocían de vista, pero nunca habían entablando una conversación. Era tarde, ya cerca de la medianoche y tan solo una pareja se encontraba en el otro extremo charlando amistosamente. Los miro con cierta nostalgia, recordándole tiempos amables en los cuales él fue una persona como todas las demás.

Luego vinieron las malas compañías, peores hábitos y confusas expectativas. Había equivocado su camino e intentado corregirlo, sin lograrlo.

Miembros de una de las peores asociaciones del hombre, la del crimen, entrampaban sus ilusiones, conduciéndole en una dirección sin salida y donde su familia sería la víctima propiciatoria: su mujer y sus dos hijos, lo único que realmente podía merecer la pena salvar. Logró para ellos una estabilidad económica y un futuro sin penalidades. Todo ello a costa de otros, por medio del sufrimiento y el miedo.

También él tenía miedo, estaba angustiado por esa doble vida, por esa moral sin razón. Ya había llegado a un límite donde tanto dolor ajeno le afectó y decidió poner fin a todo aquello a lo cual tan firme había estado unido.

Esta misma noche acudió junto a sus compinches, trato de disuadirles de que no deseaba continuar junto a ellos. Estos burlaron su intento de redimirse, amenazando con represalias sobre cuanto más amaba. Eso le enfureció, no permitiría les hiciesen daño.

Destellos de luz, gritos y alboroto. Imágenes difusas de unos instantes donde desato su habilidad para acabar con vidas ajenas. Sus pistolas hablaron, rompiendo el silencio de unos labios oprimidos para callar su vergüenza.

Cuerpos desplomándose, sillas y mesa alzadas para evitar aquella tormenta de plomo. Las balas volaban por el aire deteniéndose únicamente al impactar con la blanda carne de sus objetivos o con cuanto estos anteponían para evitar el fatal desenlace.

Luego fue silencio. Un silencio que ya conocía de otras ocasiones, ocho habían caído bajo su fuego y un noveno se debatía ensangrentado, intentando amartillar un arma sin proyectiles, agotados estos en el vano intento de detenerlo.

Miro aquellos ojos maliciosos. Estaban cargados de odio y deseos de venganza, la boca intento hablar, pero solo salió un salpullido de sangre que convirtió aquellos labios en una roja parodia de maquillaje femenino.

No había nada que decir, pero si tenía algo por hacer. Un nuevo destello, el retumbar de una de sus armas en la mano y un nuevo silencio a unirse a los otros, con un agujero en su frente y el mutis de aquella boca para siempre.

Salió a la calle, no tardarían en llamar a la policía. Deseo poner distancia entre él y su antigua vida, caminando errante por las mojadas calles y soportando la lluvia torrencial, quería descansar, encontrar un lugar donde pudiera tener paz.

La luz del Café destaco en la húmeda noche, iluminaba la sombría calle y para él constituía un claro indicio de donde debía terminar su recorrido. Era su destino.

—Sí. Un café bien cargado, gracias Valentín –tenía la voz afectada, cansada y ronca. Sacó un billete grande y esperó. Le dejaría una buena propina, era gente trabajadora y honrada, le debía su consideración.

Las sirenas sonaron por la calle. El hombre bebió aquel delicioso café, sorbo a sorbo, saboreándolo, mientras la vida se le escapaba por los cinco agujeros que su largo abrigo tapaba. La sangre se unía al agua de la lluvia y enmascaraba su perdida, la mancha roja cubría el taburete, precipitaba al suelo, escurriéndose en todas las direcciones.

En su abrigo, una nota constituía su despedida. Estaba tranquilo, el silencio de aquel local le recordaba la vida maravillosa que nunca había podido vivir y solo anhelaba tuviese el tiempo suficiente para acabar aquella deliciosa bebida.

Afuera, había dejado de llover y las sirenas, callaron.

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2 comentarios

  1. 1. lunaclara dice:

    Me ha gustado mucho. Escribes transmitiendo mucho realismo. Las descripciones son bastante adecuadas, diria q ideales, para lo que va desbaratando tu historia. Felicidades.

    Escrito el 2 mayo 2013 a las 23:04
  2. 2. Teresa dice:

    Diferente. Muy bien logrado, se perciben los sentimientos y logras un clima adecuado al relato. Me gustó mucho.

    Escrito el 25 mayo 2013 a las 12:21

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