Buscando una salida - por Noemi

Cinco días sin dormir pueden acabar con cualquiera, y más en mi caso, que desde que empecé la carrera de bellas artes y me trasladé a Chicago, he dormido siempre como un bebé.

Todo empezó cuando elegí a ese maldito pintor, Edward Hopper, para hacer el trabajo de pintura realista del siglo XX; sus obras son excepcionales pero me sobrecoge la soledad que trasmite en cada pincelada, y a cada vistazo, esa inmensa soledad va calando por todos los poros de mi piel y me envuelve en la tupida manta del insomnio. Me estoy jugando mi futuro y estoy acabando con mi salud.

Las tres de la madrugada y la cama está tan desecha como mi cabeza, vueltas y revueltas. El calor de la noche no hace sino acrecentar la sensación de ahogo que me domina, tengo el cuerpo pegajoso y dolorido,…,¡QUIERO DORMIR!; pero Morfeo se ha olvidado de mi, parece que para siempre. Y para colmo, a la incapacidad de conciliar el sueño se le ha sumado la incapacidad de relacionarme, la soledad y el sueño, el sueño y el alma, como escribió Dámaso Alonso “Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando como un perro enfurecido, fluyendo como la leche de la ubre caliente de una gran vaca amarilla. Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole por qué se pudre lentamente mi alma.”

Cinco días sin dormir y sin hablar puede no ser gran cosa; pero para mí es insufrible. Estoy perdiendo la cabeza, ya no sueño de noche, y ésta “siemprevela” se ha llevado consigo mis otros sueños y esperanzas; mis amigos y mi vida. Cinco días sin dormir y sin hablar, no creo que llegue al sexto.

Tengo que hacer algo, no puedo seguir así, no lo soporto, la misma idea lleva días rondándome la cabeza, ¡abre la ventana y acaba con todo!; sin embargo, sé por experiencia que las decisiones fruto del no dormir son siempre equivocadas; pero sino tengo mañana que me haga entrar en razón; porque no hay descanso, ni despertar; ¿qué opción me queda?

Abro la ventana que da a la calle principal. Veo el bar del barrio que como de costumbre está todavía abierto. Tres clientes: dos hombres y una mujer, en silencio, dejando pasar la noche, mientras el camarero está dentro de una barra sin salida. Un escalofrío recorre mi cuerpo. ¡Estoy observando la escena del cuadro “Noctámbulos” de Hopper!; es como si estuviera en el edificio de enfrente del restaurante que se retrata en esa gran obra,y que tantas veces he mirado estos últimos días.

Siempre me ha inquietado mucho que, como halcones encerrados, los protagonistas del cuadro se encuentran en un restaurante sin puerta de entrada, al igual que la barra, no tiene salida, al igual que la noche, que te atrapa sin remedio y te lleva a la locura.

No estoy en mis cabales, he comenzado a alucinar y no quiero que esto vaya a más, estoy dentro de un cuadro, ¿que será lo próximo?, por lo menos si me tiro por la ventana, moriré en medio de Manhattan, que tiene mucho más glamour.

Un último vistazo a la escena de mis desgracias, antes de deshacerme de la noche de la única forma que se me ocurre,…; pero, ¡qué veo!. Desde este ángulo puedo ver la escena con otra perspectiva. La barra tiene una salida al fondo, igual que el restaurante, que tiene una puerta de entrada en la otra calle. No están encerrados. Los personajes del cuadro pueden salir si así lo desean.

Se puede escapar, siempre se puede escapar, incluso de la noche, del insomnio y de la soledad, si se miran las cosas desde la perspectiva adecuada, siempre hay una salida.

¡DIOS!, ¿qué ha pasado?, ¿dónde estoy?, alguien me acaba de despertar del sueño más realista de mi vida, miro a mi alrededor, estoy en frente del cuadro “Noctámbulos” de Edward Hopper, en el Instituto del Arte.