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Calle Hopper 998 - por Manule Roma

Calle Hopper 998
– Me encanta escuchar tus historias, Anesthesia, joven desconocida. La del oso me ha encantado. Respecto a la última, he de decir que ser abducida por un grupo de extraterrestres hermafroditas, y yacer con mil doscientos treinta y nueve de ellos, no es algo banal. Es totalmente lógico que no puedas demostrarlo. Pero espera unos años a la llegada de los avances tecnológicos y contactaremos con ellos… Si yo te creo, pero así, los incrédulos y mofadores cambiarán de parecer. Podías venir más a menudo. Porque Solisombra, ese señor, lleva sentado ahí quince años, y lo único que me pide es fuego hablándome de usted, ¡menudo chiste! Acostumbra a fumarse las bolsas de colillas que recoge durante el día. Mientras, dibuja en una pequeña libreta a personas comiendo sillas envuelto en nubes de tabaco – dijo Jackson Calcetín a su nueva interlocutora.

– Tengo grandes historias caballero… – continuó Anesthesia.

– …caballero sin caballo- y soltó una gran carcajada- Soy Jackson, Jackson Calcetín.

– ¿Y al camarero qué le pasa, caballero sin corcel?- susurró la joven con educación antes de continuar con la conversación.

– Está sordo como una tapia y se llama Bárrender. Además, le tiene que suceder algo en la memoria o yo qué sé; todas las noches se sobresalta dos o tres veces con el gato de porcelana que está en el escaparate de ahí detrás. ¡Espera, ya lo está mirando, ahí va! – advirtió a Anesthesia para que lo considerara como algo habitual.

– What the fuck?! The ghost cat again. Look! Look!– gritó mientras posaba la mano sobre la pistola escondida en el fregadero.

– Como le decía, Jackson, tengo grandes historias. De día soy una pieza más de la máquina del vertiginoso progreso, pero de noche… me desahogo en copas y copas… y en palabras infinitas. Este es el único local tranquilo, aparte del camarero sordo y hostil, donde conversar con alguien que escuche esta noche. Es la primera vez que vengo a la Calle Hopper, y de sus decenas de bares he tenido que salir huyendo, hasta que he encontrado este. Por salir en la nocturnidad sola a beber me llaman puta y borracha. ¿Pero se han visto ellos? – reflexionaba la joven.

– Aquí puedes estar tranquila, nuestros mayores deseos son la evasión y la introspección. El primero más que el segundo- decía Jackson pausadamente- Y en mi caso, escuchar buenas historias. ¿Tienes alguna más?

– Millones… De pequeña jugaba en los barrios del Oeste. Una mañana estival vi que un niño pegó la nariz y los labios al cristal de una heladería para simular a un pez. Hinchó los mofletes y movió las manos a los lados de su cara como si fueran las branquias. Lo hizo con tanta fuerza que el cristal lo absorbió, y aún permanece allí su cuerpo, como emparedado, pero en el mínimo grosor del vidrio- contaba Anesthesia gesticulando con las manos y con los codos apoyados en la barra.

– Impresionante. ¿Y dices que aún está su cuerpo allí?- se sorprendió Jackson.

– Sí, puede comprobarlo usted mismo- sentenció Anesthesia.

– Qué envidia. Mi vida está falta de buenas historias. Mi vida ha sido una peonza, y ahora mismo sus costados ya tocan el suelo. Por eso pido algo bello que entre por mis oídos. Esa es toda mi historia, aparte de que, esta mañana, el quiosquero me ha dado el periódico con una mierda dentro- contó Jackson Calcetín afligido, pero dibujando una sonrisa al final.
Todos rieron a carcajadas menos Bárrender, que pensó que se reían de él y se dio la vuelta para secar más tazas y copas. El callado Solisombra no pudo aguantar la risa, y se le saltó un diente sobre la barra. Al verlo los dos, desde el otro lado, rieron más y más. Y allí siguieron conversando y meneando sus vasos vacíos. La joven pelirroja continuó con las increíbles y apasionantes historias. Jackson afinaba cada vez más el oído y se recreaba aún más. Pero cuando Anesthesia miró el reloj ya eran las tres de la madrugada.
– Antes de irme, pues mañana madrugo, he de decirle Jackson que: aunque ahora escuche mis grandes hazañas como pasatiempos, valoro mucho más los pequeños hechos cotidianos. Me hacen sentirme más viva. Porque esas historias, que al fin y al cabo son palabras, se desvanecen en el tiempo y sólo queda el presente- dijo Anesthesia mientras se ponía la chaqueta negra de cuero y salía por la puerta.- Adiós.

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