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El enigmático Frank "el mustio" - por Nhicap

Una gélida noche de diciembre de 1941, salí a cenar con el tío Arthur. Era absurdo a mi edad, pero llevaba una semana enclaustrado en mi apartamento; la ansiedad había ensombrecido mi juicio. Pretendía finalizar la novela aquel año y no progresaba. Su invitación fue el resorte para cancelar mi encierro. Cenaríamos con su amigo Edward, el pintor, en un restaurante italiano de Greenwich Village. ¡Una velada prometedora!.
Hacía mucho frío y recorrimos de prisa Bleecker Street hasta encontrar el coqueto local donde nos esperaba Edward. Durante la cena, la conversación fluía fácil y amena, hablamos sobre la vida en general y sus azares. A los postres, Edward me preguntó:
—¿Cómo marcha la novela?
—A punto de terminarla. Transcurre en New York y solo falta el final ¡Cómo matar a la protagonista!
—Muy sencillo, te la cargas de un disparo en un oscuro y solitario callejón de Brooklyn, como en las películas de cine negro —sentenció Arthur sonriendo.
—Algo así, de un llamativo tinte dramático —respondí
—Quizás convenga que nos expliques el motivo para matarla —intervino Edward con cierta lógica
—Giulia, una joven y esbelta mujer de melena rojiza, engaña a su marido —contesté de inmediato— Tiene un amante y Dino, el marido, es agente de la policía neoyorquina, un hombre exageradamente celoso y de carácter áspero.
Al tío Arthur se le iluminó la cara, le gustaba el tema. Era abogado —durante Ley Seca había defendido a traficantes de bebidas alcohólicas— y conocía muy bien los bajos fondos de Manhattan.
—He tratado con polis como Dino —comentó Arthur— Patrullaban por Manhattan preservando la ley con esmero pero cuando no vestían el uniforme, se transformaban. Se convertían en seres solitarios, irascibles e intransigentes con sus mujeres. Me reafirmo, ¡Dino debe cargarse a Giulia de un tiro entre las cejas!.
A continuación, hice una síntesis de la novela.
Giulia y Dino crecieron en la campiña italiana, protegidos por la familia y amigos. Narro sus vicisitudes como inmigrantes al arribar a New York. Vienen a labrarse un porvenir en un mundo desconocido y convulso, donde si no consigues integrarte quedas expuesto al ambiente inhóspito de la gran ciudad. Dino se dedica por entero a su trabajo, descuidando la vida social, pues antes, debe aprender a manejarse en ese entorno hostil para un campesino.
De esa manera, sin preocuparle, Dino arrastra a Giulia a llevar una vida aislada, sumida en la angustia que la soledad provoca en una recién casada. Hasta que aparece Tom, un simpático embaucador, que vende productos de belleza a domicilio y un buen día llama a la puerta. La seduce con sus atenciones y, muy pronto, se hacen amantes.
En este punto, dejé el relato y les confesé:
—Hace tres días que concluí el capítulo donde Dino descubre la infidelidad de Giulia y decide vengarse. Sobre el desenlace manejo una idea, todavía incipiente.
—A ver, cuéntanos esa idea —propuso Edward intrigado.
—Bueno, había pensado utilizar a un pistolero para liquidarla. Sería Frank "el mustio", un individuo misterioso, poco hablador, de rostro indescifrable resguardado bajo un sombrero negro y siempre vestido con un traje oscuro. Un tipo peligroso, a quien Dino había salvado de la cárcel para convertirlo en su confidente.
—Voy a tratar de inspirarte, mi joven amigo —interrumpió de nuevo Edward— Imaginemos a Frank como el ejecutor. Elegiría una apacible noche que Dino estuviese de servicio y los amantes aprovechasen para salir a divertirse. Ya sabéis: una cena con vino, después a bailar y terminar en un motel barato. De madrugada, afligidos por el inevitable final de la cita, entrarían en un bar a tomar la última copa. Permanecerían en la barra del local, atormentados y ausentes. Entonces, llegaría Frank, se situaría frente a ellos y esperaría hasta que saliese el último cliente. Sin pestañear, sacaría la pistola y les volaría la cabeza.
—¡Un cóctel de amargura y crueldad! —apuntó Arthur.
—Y en un ambiente inquietante: la frialdad de un bar desierto —dije— ¡Un escenario impregnado de realismo!.
Al día siguiente, comencé a escribir el desenlace.

Meses más tarde, concluida ya la novela, visité con el tío Arthur el estudio de su amigo, Edward Hopper. Deseaba enseñarnos la última obra, "Noctámbulos(1942)". Mi sorpresa fue mayúscula al contemplar la pintura: representaba, inmersos en una atmósfera fría y tensa, a Giulia y Tom en la barra del solitario bar nocturno, unos segundos antes que Frank "el mustio" disparase su arma.
Impresionado por la escena, pensé: "El escritor describe sus ideas con palabras y el pintor las plasma en un lienzo".

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2 comentarios

  1. 1. Pablo Blanco dice:

    Genial. Gran relato. Me ha encantado el final en el que usas un objeto del mundo real (el cuadro) y lo integras en la historia. Muy original e interesante. Además la narración es buena. Felicidades 🙂

    Escrito el 1 mayo 2013 a las 19:18
  2. 2. lunaclara dice:

    Me ha gustado mucho. Es muy original y te engancha desde el principio. Felicidades!

    Escrito el 2 mayo 2013 a las 22:15

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