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Noctámbulos - por Carlos Dauro

Es la una de la madrugada. Y aquí estamos, sentados alrededor de la barra del bar Phillies frente a una copa medio vacía, con el ceño arrugado, tristes y con la mirada perdida en algún lugar de nuestros recuerdos felices que nos hace esbozar una sonrisa forzada.
Yo soy el único parroquiano del bar. Conozco la historia de todos, junto a Bill el camarero, el motivo por la que han aparecido en este bar de perdedores.
No les quedan más lágrimas, ni rabia para lloriquear y quejarse. Vienen a beber y a olvidarse del mundo. En el Phillies ya no han de contar nada que no hubieran dicho la primera noche que llegaron. Y, Bill, sabe lo que necesita cada uno.
De cuando en cuando, alguno, realiza un leve asentimiento con la cabeza empujando el vaso hacia dentro de la barra. Bill, solícito, prepara otra copa, otro bálsamo que les ayuda a olvidar.
Hace un par de días que no ha entrado nadie nuevo. Nadie derrotado con ganas de desahogarse. Los discos de los sesenta, casi inaudibles, es lo único que se escucha en el bar. Bill es un maestro para obtener ganancias con la melancolía de los demás.
El amplio ventanal deja entrar, a breves intervalos de tiempo, la luz roja, naranja o verde del semáforo. Pocos vehículos lo utilizan a estas horas.
Miro a Bill mientras prepara otra copa: ginebra, vodka, tónica unos breves movimientos en la coctelera y la sirve en un vaso con una rodaja de limón incrustada en el borde.
Unas pisadas lentas y arrastradas se oyen caminar por la acera. Bill me mira sonriéndome. Vuelvo a acomodarme en mi taburete con la vista puesta en el ventanal.
Un hombre con las manos en los bolsillos, el pelo alborotado, las facciones de su rostro demacradas por el llanto y la desesperación se para frente a la puerta del bar. Empuja la puerta y busca un taburete libre. Lleva un traje chaqueta gris oscuro que debe ser muy caro, pues, a pesar del lamentable estado en el que se encuentra ese hombre, le queda como un pincel, la corbata desanudada y ladeada hacia la izquierda deja ver el último botón de la camisa colgado de un hilo. Aparenta treinta y pocos años.
Pide un “lo mismo” de lo que tienen todos. Bill le sirve con una sonrisa que denota comprensión. Una empatía total hacia él. Aún no la había apurado, y ya tenía la segunda copa frente a él.
El aspecto de Bill, poco pelo y canoso en las sienes y nuca, delgado y estrecho de cuerpo, su cabeza alargada de ojos claros y su bata blanca de camarero le da el porte de un médico. De un psiquiatra que atiende de pie a su paciente. Es un maestro.
-¿Mejor? Amigo – interrogó Bill
El joven alzó su mirada y se fijo en él. Dio un sorbo y bajó el vaso lentamente sobre la barra sin soltarlo. Sonrió de una manera extraña
-¿Sabes? –Contestó mirándole a los ojos- ¡La vida es un asco!
Todos los presentes, incluyéndome yo, nos giramos hacia donde estaba el nuevo.
Bill, se quedó quieto mirándolo, dedicándole toda su atención. El joven se derrumbó al verlo. Agotó la segunda copa. Todos pedimos otra ronda más. La noche promete.
-Hoy – empezó a hablar el recién llegado- el cabrón de mi jefe ha desaparecido llevándose todo el dinero de la empresa y, para colmo, al llegar a casa, la zorra de mi mujer, había dejado una foto mía con una nota: “para ti los ascensos…” y, al lado, en otra foto, aparecía ella con el cabrón de mi jefe, con otra nota: “para nosotros el dinero. O, ¿acaso pensabas que tus repetidos ascensos eran por tus méritos…?” Dio un sorbo largo y continuó diciendo: “Firmada por los dos”
No me lo podía creer, era mi noche de suerte. La musa de la inspiración había vuelto a aparecer en el oráculo de Bill.
Sí, eso es, el se llamaría Martin, un joven aplicado, trabajador y fácil de manipular por su astuta y hermosísima novia, Ellen, que lo convencería para escapar de aquél pequeño poblacho maloliente de granjeros e irse a vivir a la ciudad. Ella buscaría un empresario joven atractivo y rico. Sabía que los hombres babearían por ella.
Sí, eso es. Josheph, mí querido amigo y editor. ¡Tengo por fin una historia! Pagué y salí deprisa del Phillies. Bill me sonrió. Esta noche iba a ser de mucho negro sobre blanco.

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3 comentarios

  1. 1. lunaclara dice:

    Muy bien narrada tu historia. Felicidades.

    Escrito el 2 mayo 2013 a las 16:18
  2. 2. Patriciandr dice:

    Bien narrada. Te va envolviendo poco a poco, haciéndote querer saber más e intuyendo que esa complicidad entre el narrador y Bill esconde un “algo más” que acabas de entender hasta que… zas! Llega el final y te sorprende como un mazazo, atando los cabos sueltos que habían quedado al principio del relato.
    No sólo reflejas las emociones que Hopper pintó en ese cuadro, sino que das un giro más de tuerca y conviertes un buen relato en un relato asombroso.
    Enhorabuena!

    Escrito el 4 mayo 2013 a las 03:36
  3. 3. Carlos Dauro dice:

    Sólo agradecer a las personas que habéis comentado mi relato el tiempo que le habéis dedicado aparte de leerlo y, a los que me evaluasteis en su momento. Espero y deseo que no sea una estrategia del equipo de esta página tan creativa para animarme a que siga en esta maravillosa locura.
    Después de ver dos comentarios en mi texto, me he dado cuenta del subidón que te da el saber que alguien lo ha leído. Me comprometo a comentar todos y cada uno de los relatos que pueda leer. Gracias.

    Escrito el 4 mayo 2013 a las 15:22

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