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En la barra de un bar - por Cloe Patra

Había sido una dura semana para Paul. Su ánimo estaba decaído tras la ruptura con Samantha, una aspirante a actriz, con la que llevaba varios meses de intermitente relación.
Samantha había salido con él al mismo tiempo que lo hacía con otros hombres, según ella, para impulsar su carrera, y Paul, al darse cuenta de esta realidad, había tenido el arrojo necesario para dejarla definitivamente. Esto implicaba que estaba tratando de olvidarla y estaba sumido en un sentimiento de soledad como nunca lo había estado en su vida.
En consecuencia, su trabajo como vendedor de seguros, esa semana, se había resentido, por sus pocas ganas de hacer algo positivo con su vida.
Era viernes por la tarde y su jefe, Richard, le había llamado a sus despacho para comentarle sus pésimos y sorprendentes resultados semanales. Precisamente, esto era lo que menos apetecía escuchar a Paul, pero se resignó. Aún así, se disculpó con Richard y se sinceró con él, quien conmovido, le miró atentamente por encima de sus lentes durante todo la explicación de sus desgracias y, finalmente, acabó alargándole un billete de 10 dólares mientras le decía: tómate algo muchacho, ha sido una dura semana, te mereces un descanso.
Cuando Paul salió de la oficina era de noche y decidió caminar sin rumbo hasta que se sintiera cansado ya que no tenía planes ni nadie que le esperase en casa. Quería evitar llegar a casa y que la soledad del apartamento se le cayera encima.
Paul se arrepintió de no haber salido más abrigado casa aquélla mañana, así como de no haberse puesto sus zapatos más cómodos, pues su paseo le había llevado más lejos de lo que esperaba. Decidió dar la vuelta para aproximarse más al centro de la ciudad. La sirena de una ambulancia en busca de otra tragedia anónima le hizo sobrecogerse y en ese instante en la esquina de Lexington Avenue con la 48, pasó por un bar con grandes cristaleras que parecía tranquilo y le apeteció entrar y descansar un rato.
Al entrar se sentó directamente en la barra y el rubio y joven camarero se dirigió de inmediato a él con sonrisa afable. Paul pidió un whiski y, mientras calculaba mentalmente cuanto le costaría la copa, no pudo evitar fijarse en la única persona que había sentada en la barra, aparte de él, una mujer joven, pelirroja que se retocaba los labios con carmín. Paul observó que tenía la cara congestionada, como de haber llorado. Dos copas vacías delante de ella delataban que la mujer tenía compañía. Sin embargo, contra lo esperado por Paul, en pocos minutos se levantó, le hizo un gesto al camarero a modo de despedida y salió sola a la calle.
Paul dirigió una furtiva mirada al rubio camarero que adivinó su curiosidad al instante, y le dijo a Paul: es una pena una mujer tan hermosa caminando sola por la calles de la ciudad…su marido vino con ella, tras discutir se levantó y se largó sin ni siquiera pagar las consumiciones.
Entonces Paul, sin pensarlo dos veces, tendió el billete de 10 dólares al camarero y sin esperar el cambio, salió por la puerta sin despedirse, corriendo, en busca de la mujer para que por lo menos , aquélla noche, ambos tuvieran consuelo.

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