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Diciembre de 1941 - por Robar

Diciembre de 1941.
La parada del autobús me deja cerca de la galería. Sólo debo caminar un par de pasos y en la primera planta esta el consultorio del terapeuta. Antes de bajar observo a un sujeto. Nuestras miradas se cruzan. En sus labios se dibuja una sonrisa apenas perceptible. Vestía con chubasquero y sombrero.
Descendí, caminé bajo la lluvia espesa que apuraba aún más el comienzo de la noche, hasta alcanzar el pasillo. El bronce lustroso resaltaba un nombre y la labor del profesional.
Era mi segunda sesión y no sabía cual sería el tema. ¿Qué diría? Podría hablar de solidarios o egoístas, de perdedores ilusionados o triunfadores tristes. Del trabajo mal remunerado, de lo bien que se come aquí, en comparación con el resto mundo.
Podría hablar del sistema de vida cooperativo de las hormigas. Es cierto que tenemos mucho en común con las hormigas, algunas cargamos sobre los hombros más peso del que podemos soportar, otras se sienten pisoteadas y muchas comen lo que encuentran. O comentar lo leído en un periódico de unas semanas atrás, respecto de la encuesta llevada a cabo, relacionada con la entrada del país al conflicto bélico, a raíz de las tensiones políticas y económicas y el bloqueo comercial de petróleo al Japón.
Pulsé el timbre, la secretaria abre la puerta y me invade el deseo de marcharme, de no aparecer cercana del diván.
Nada de lo pensado salía de mi boca.
-Cuando era pequeña, en casa, por falta de baldosas o la abundancia de perros, siempre había algunas pulgas.
Esperé del terapeuta un comentario. Pero daba la sensación de que oía llover.
Lo extraño y coincidente es que en mi piso hay una pulga. Debió entrar en el lomo del gato negro de la vecina del “C”. Diminuto insecto, emisario del hombre de las pesadillas. Da saltos y tumbas carnero en la página en blanco y no permite que escriba. Vocales y letras dislocadas colorea con sus patas el zumbido de encierro.
Permanecía silencioso.
-¡Y le cuento lo de las palomas! Las veo en el alféizar, en cantidad similares a las que había en el palomar del barrio donde me crié.
-Éstas, continúo, están con las alas dispuestas al vuelo, cansadas de mi espanto.
Seguí hablando, mezclando situaciones similares o diversas, no creo haber mencionado las hormigas, ni la inseguridad, ni la proximidad de la guerra, la libertad o el tiempo.
Esta terapia podrá ser una asociación libre, pero prefiero un frente a frente, donde sienta que hay una transferencia, o pueda discernir sobre lo que dice mi voz o la del terapeuta, que signifique figuradamente una u otra cosa. De repente una voz me advierte:
-Ha terminado su tiempo, mi secretaria le fijará la próxima cita.
Al salir observé que llovía con más fuerza. Para no empaparme entré a un “diner” sombrío, vecino a la entrada de la galería. Como no había comido, pensé en hacerlo aun lo avanzado de la hora. Deje el impermeable en el perchero de la entrada, junto a otro abrigo, porque el lugar estaba cálido. Me ubique en la barra, allí me dije que no volvería al terapeuta.
-¿Me permite sentarme? me dijo una voz que salía debajo de una nariz parecida a la de un búho.
-Usted es el mismo del autobús, dije, mientras observaba que llevaba puesto un sobrero con algunas gotas de agua. El otro hombre sentado en el lateral del mostrador, también llevaba sombrero, pero no estaba mojado. El camarero del bar está mirando absorto, hacia afuera, sin hacer caso a los noctámbulos clientes.
Por la calle no se ve caminar a ninguna persona. La lluvia ha cesado.
-Se lo ve nervioso, ¿Qué le pasa?
-Imprevistamente, Pearl Harbor fue bombardeada.

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1 comentario

  1. 1. lunaclara dice:

    Vaya… Final totalmente imprevisto. Muy bueno. Quizas echo en falta saber por que iba a terapia y el por que de esa escena con el terapeuta. Felicidades!

    Escrito el 29 abril 2013 a las 15:48

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