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Soberbia - por Clau

Valentina estaba decidida a terminar esa relación tan absurda con Osvaldo. Ellos se habían conocido desde los primeros semestres de la universidad; sólo que Osvaldo había decidido no continuar la carrera de administración, para atender el negocio familiar.

Valentina continuó con sus estudios, incluso culminó estudios de postgrado. Sus logros la hacían sentir que tenía algo más que el resto del mundo y por lo tanto se sentía con la necesidad de que su pareja también fuera del mismo nivel social que ella. Osvaldo era heredero de una modesta cadena de 3 cafés y tenía algo de dinero, pero no era suficiente para Valentina.

Era la noche de un viernes de abril, una noche húmeda por la lluvia, Osvaldo estaba visitando a su madre en un poblado cercano y aunque había asegurado una cita con Valentina a la 7, no había llegado después de una hora. El vicio interminable de no contestar las llamadas al teléfono móvil desesperó a Valentina y estaba más que furiosa después de 20 infructuosas llamadas.

Sin embargo la preocupación por la posibilidad de que algún accidente o contratiempo grave hubiera ocurrido también pasaba por su mente haciendo que sus entrañas se retorcieran formando un nido de ansiedad extrema. Osvaldo llegó unos minutos después de las 8 y se veía fatigado, mojado por la lluvia y con algunos signos de enojo. Valentina solo vió la hora, y empezó a hacerle reclamos por su llegada tarde, además de las decepciones y melancolías acumuladas por 7 años.

Osvaldo la dejó hablar y después de unos minutos de interminables reclamos, simplemente se paró y decidió a abandonar esa casa sin modular palabras. Valentina corrió tras él lo tiró de un brazo y con una cachetada le reclamaba su huida. Osvaldo la miró algo triste, pero con nostalgia sumada a decepción y rabia declaró un grito de guerra que hizo que los vecinos se asomaran por su ventana: “No me jodas mas mi puta vida, no me presiones más, no me acoses mas”

Valentina quedó sorda, atontada e impresionada que ese hombre más alto que ella, fuerte y serio, haya dicho eso. Ella siempre quería tener la razón y mantenerla sobre cualquiera, pero en este episodio de la vida ella había sido derrotada. Su fortaleza fue derrumbada y su amor salía despavorido.

Su reacción, fue como siempre la misma: salir corriendo detrás de él a pedirle explicaciones y “hablar”. Pero Osvaldo ya había encendido su moto y había salido a toda velocidad.

Fueron unos minutos interminables para Valentina, ya que su amor despreciado y golpeado había huido. Había descargado en una forma desconocida y no había dado vuelta atrás dejándola con toda su rabia y su arrepentimiento adentro.

Ella esperó en el antejardín, quizá unos 10 o más minutos; tenía la esperanza de que Osvaldo regresara para hablar. Y así reclamarle además el escaparse y evadir como siempre la situación. Como no regresaba estaba ahora asustada de que Osvaldo tomara una de sus determinaciones radicales y decidiera no volver jamás, empezó de nuevo a marcarle a su teléfono móvil. Ahora estaba apagado, ni siquiera daba tono.

Aturdida aun por el grito, caminó sin rumbo. Su caminata fue paulatinamente más lenta, sentía que los pies no estaban en el piso y temblaba. Se había alejado de su casa muchas calles y estaba en un callejón solitario y oscuro tan tenebroso que ni de día se hubiera atrevido a cruzar.

En las sombras había alguien, un desconocido que fumaba. Ella asustada dió vuelta y regresó a buscar la salida a la calle siguiente. Estaba asombrada por la soledad que había en ese sector, todos los negocios estaban cerrados, solo un café en la esquina con una música suave llenaba el sombrío espacio. Quería llegar al menos allí para sentirse acompañada y esconder su afán y angustia de sentirse perseguida por un desconocido. Pero sus pies no le permitían andar a prisa.

Desafortunada como era esa noche, fue su suerte. Un hueco en medio de la calle e invisible en la oscuridad, recibió su pie y estrepitosamente cayo al pavimento. La caída había destrozado su tobillo, además de su nariz. Ensangrentada y cojeando llegó hasta el café. Un joven se encargaba de limpiar y organizar las sillas. Cuando el joven se percató de la presencia de aquella mujer herida, le ofreció rápidamente una silla para que se sentara y llamó a su jefe con un grito. Osvaldo salió asustado de su oficina y al verla corrió a socorrerla.

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