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A la luz de las farolas - por Antonio Zarzo

Web: http://antoniozarzo.blogspot.com.es/

Era cerca de media noche y en la calle no había un alma.

La acera descansaba después de un día en el que había sido pisoteada sin cesar, mientras que era acompañada por la luz titilante de alguna que otra farola, y se preparaba para otra dura jornada.

Bajo una de esas farolas y sobre esa misma acera caminaba, sin sueño, sin prisa, y aprovechando tener la vía para mí solo cuando me quedé mirando fijamente, sin premeditación pero sí con deleite, por la cristalera del único bar abierto a esas horas.

No eran las ganas de refrescarme con un whisky con hielo lo que me hizo quedarme con ganas de entrar, como en otras ocasiones había sucedido, aparte de que era un lujo que no podía permitirme al haber salido sin dinero de casa con el único afán de caminar un rato.

Tampoco las ganas de tener una típica conversación de barra de bar, sobre política, deportes o cualquier tema que pudiera ser tratado en tal recinto.

Fue la mirada de la mujer apostada en la barra, de cabellos color fuego, escote pronunciado y cintura de avispa. Una mirada perdida, sin vida, que estaba pidiendo a gritos que alguien fuera a rescatarla de una tediosa conversación de la que se intuía no estaba disfrutando.

Empecé a imaginar montones de maneras, de posibilidades, en las que podía entrar, y con sólo cruzar la mirada con ella, hacerla saber que había llegado su salvador y que no tenía que seguir aguantando la perorata que estaba recibiendo de su acompañante. Entre tanto, pasó el tiempo, los minutos fueron escurriéndose entre las manecillas del reloj de pared colgado frente a la puerta de los servicios.

Cuando me quise dar cuenta la mujer pelirroja había desaparecido. No recordaba haberla visto levantarse de la banqueta y salir por la puerta, tampoco creía que todo hubiera sido una mala pasada de mi mente creando la visión idealizada de una mujer donde sólo había vacío.

Volví a la realidad de golpe, como cuando te despiertas de un sueño agitado, en el que estás cayendo sin remisión de un acantilado.

Su acompañante masculino seguía en la misma postura, gesticulando y hablando, ahora para nadie. Ni el camarero ni el otro cliente solitario hacían caso a su discurso. Quizá llevaba solo toda la noche hablando para si mismo mientras que daba trasiego uno tras otros a los brebajes que solicitaba al camarero.

Ella se había esfumado y yo volví a caminar; esperando que cuando pudiera dormir y soñar, ya con los rayos del sol y no las farolas iluminando la acera que volvía a transitar, fuera con ella.

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2 comentarios

  1. 1. Josep García dice:

    Buen relato. Sencillo y directo. Buena creación de atmósfera

    Escrito el 1 mayo 2013 a las 05:36
  2. 2. lunaclara dice:

    Vaya, me he quedado con las ganas de un encontronazo.

    Escrito el 2 mayo 2013 a las 21:45

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