Cookie MonsterEsta web utiliza cookies. Si sigues navegando, entendemos que aceptas las condiciones de uso.

Do you speak english?

¿If you prefer, you can visit the Literautas site in english?

Apuntes, tutoriales, ejercicios, reflexiones y recursos sobre escritura o el arte de contar historias

<< Volver a la lista de textos

Abstracción - por Miguel

Web: http://migu3lquintero.wordpress.com

Cuando tiró el lienzo furiosamente, los oleos estaban aún tan frescos que dejaron una mancha abstracta y colorida en la pared que se deslizó durante un par de minutos hasta secarse y obtener una forma final que no era del todo mala.

Era el cuarto lienzo que perdía en menos de una semana y ahora no le quedaba dinero ni para comprar el café que le ayudaba a mantenerse despierto en esas maratones de pinceles desechos y pinturas baratas. Eso de ser pintor para salir de pobre cada vez parecía menos factible: nada de ideas que valieran la pena, nada de epifanías repentinas que pudieran tomarse su mano y pintar y pintar… y vender y vender.

Faltaban pocos minutos para la medianoche. Fue hasta su habitación, descolgó su único traje y se lo puso con la ceremonia de siempre. Remató todo el rito con un nudo de corbata que no le quedó del todo bien pero lo dejó tal cual y salió.

Cuando la puerta del elevador estaba a punto de cerrarse recordó el sombrero. Interpuso su mano y salió de nuevo al pasillo. Buscó las llaves y abrió la puerta con rabia.

La noche estaba más fría de lo que esperaba. Levantó las solapas de la chaqueta, escondió el cuello, apretó el sombrero gris contra su cabeza y metió las manos en el bolsillo mientras caminaba sin rumbo por Chicago.

Sin recordar cómo, llegó hasta el edificio Wrigley donde se dispuso a doblar la esquina para ir a la biblioteca que abría toda la noche y donde seguro encontraría algo de café gratis. Justo en ese momento, mientras dibujaba en su mente ese pequeño vaso de café humeante, vio a una mujer mirando a lo alto del edificio completamente ensimismada. Era como una redundancia femenina: cabello rojo, vestido del mismo color y uñas más rojas aún. Si la escena a mediodía sería particular, en la madrugada, era aún más llamativa.

Mientras se acercaba alcanzó a escuchar su voz:

– Yo estoy acá abajo e intento verme desde arriba.

Pensó que estaba loca. Cuando se disponía a irse la mujer se dirigió directamente a él:

– Intento escribir una novela y estoy ahora probando eso de verse desde afuera. Suena lindo en los manuales pero imagino que estoy arriba en ese balcón y no veo nada que valga la pena. Sólo una mujer de rojo y un hombre generoso pero cobarde.

No pensó en que todas esas palabras fueran para él, así que por un momento creyó que había alguien más.

– No tiene que explicarme nada, sólo quería saber si estaba bien.
– Gracias por la preocupación. ¿Me dejaría invitarlo a un café?

De nuevo sintió como si esas palabras no fueran para él. Ya era de por sí extraña esa mujer como para que ahora quisiera invitarlo a algo un minuto después de conocerlo.

– Sí, pero yo pago.

Lo único abierto era un bar de pocas sillas y sin decoración.

Se sentó junto a la mujer en la barra sin saber qué decir. A ella no parecía preocuparle y miraba absorta el otro lado de la calle a través de un ventanal gigante.

– Soy Ed.

Pero ella no respondió de inmediato.

– ¿Crees en la inspiración Ed? Imagina por un instante que estás allá, en aquel portón del otro lado mirándonos en este pequeño café. ¿Crees que podría salir una historia de esa mirada? ¿Crees que esa novela que quiero escribir podría germinar de un instante como este?

Con más pereza que curiosidad miró justo al lugar donde la mujer señalaba y lo vio todo de repente: descifró la figura abstracta que se seguía secando en la pared de su casa, recordó cada paso que dio esa noche hasta el balcón del edificio Wrigley desde donde miraba a la gente perderse por las calles de Chicago y se vio a sí mismo sentado en ese bar, sin un sólo dólar en el bolsillo, con una pelirroja medio loca y soñando con tener un pincel en su mano.

Frank no pudo más. Arrancó la hoja del cuaderno y la arrugó con rabia antes de tirarla al piso. Seguía sin funcionar, no conseguía escribir algo que le gustara. Había pasado toda la noche en Phillies tomando café, viendo gente pasar e imaginando sus historias. Ahora en ese café triste y solitario sólo quedaba él y la parejita esa.

Tal vez era hora de cambiar de estrategia:

– Hey Johnny, esta vez ponme una cerveza.

¿Te ha gustado esta entrada? Recibe en tu correo los nuevos comentarios que se publiquen.

1 comentario

  1. 1. Abbey dice:

    Hola. Un poco tarde pero te devuelvo la visita. Tú comentaste mi texto del taller. Muchas gracias. Me han ayudado mucho tus comentarios.
    Mira que es complicado incluir historias dentro de historias sin hacer un lío al lector… pero ¡lo has conseguido!. Muy original. Buen trabajo

    Escrito el 16 mayo 2013 a las 19:47

Deja un comentario:

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.